Feijóo y la soga del ahorcado

El último problema de Casado es también el primero del nuevo presidente del PP: Díaz Ayuso y su deseo de venganza

Pablo Casado tras su discurso en la Junta Directiva Nacional del PP.David Mudarra

Alberto Núñez Feijóo arde en deseos de mudarse a Madrid para presidir el PP, lo que pasa es que lo disimula la mar de bien. A eso de la una, mientras en el Congreso de los Diputados se desperdicia una oportunidad de oro para elevar la política por encima del navajeo partidis...

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Alberto Núñez Feijóo arde en deseos de mudarse a Madrid para presidir el PP, lo que pasa es que lo disimula la mar de bien. A eso de la una, mientras en el Congreso de los Diputados se desperdicia una oportunidad de oro para elevar la política por encima del navajeo partidista —si no es a cuenta de la guerra en Ucrania, ¿cuándo va a ser?—, varios tuits dan cuenta de que el presidente de Galicia anuncia por fin que sí, que esa misma tarde comunicará su decisión de optar a la presidencia del partido. Algunos tuits llevan dentro el vídeo del momento en que Núñez Feijóo, acariciándose las manos, le confía al director de La Voz de Galicia: “Es una decisión precipitada, pero meditada también. Hay ahí una combinación de meditación y precipitación, aunque parezca contradictorio. Es una decisión que nunca pensé que iba a tener que tomar; no ha sido buscada ni ambicionada”. Hay tipos que caminan hacia el cadalso con más presencia de ánimo.

No es extraño. Uno se imagina al presidente Núñez Feijóo llegando el miércoles por la mañana a su despacho en Santiago, tan confortable como una alfombra tejida con los hilos de cuatro mayorías absolutas. En la retina, las imágenes de la Junta Directiva Nacional celebrada en Madrid —ese casting de la hipocresía que para sí quisiera Hollywood—. Sobre la mesa del despacho, los periódicos del día. Todos, incluidos los locales, llevan en portada fotografías de la invasión de Ucrania, menos uno, el Abc, que ha elegido una impresionante de la reunión del PP en Madrid. Se ve a Pablo Casado de espaldas, justo después de pronunciar su lastimera despedida, haciendo con el brazo derecho el gesto del adiós, y delante de él, de pie y aplaudiendo, todos aquellos que lo apuñalaron por la espalda, incluida Isabel Díaz Ayuso, quien unos minutos después de la ovación subirá a la tribuna para exigir la expulsión de quienes, según ella, ordenaron espiarla. El titular de Abc suena a advertencia: El adiós a Casado no aplaca a Ayuso. La presidenta de Madrid ha olido sangre y quiere más.

Para terminar de alegrarle la mañana, la televisión del despacho trae las imágenes de la sesión del Congreso sobre la guerra. El nivel es para echarse a llorar. Cuca Gamarra, una de las que ajusticiaron a Casado, no responde al presidente del Gobierno, sino que lee un discurso que alguien le ha escrito con una letra demasiado pequeña, porque la portavoz del PP tropieza un renglón tras otro. Después de ella, Santiago Abascal dibuja en un santiamén una caricatura de sí mismo, donde cada trazo rezuma xenofobia al tiempo que intenta huir de la sombra de Putin que no hace tanto buscó. El presidente Sánchez, que ha aprendido a cambiar de postura sobre la marcha sin que se le arrugue el traje, parece tranquilo por ese flanco: la derecha, por el momento, está desarbolada. Su problema es el fuego amigo. Sus socios de Podemos y sus apoyos parlamentarios están en contra de enviar armas a Ucrania. Y ni en una situación así —con un diplomático ucranio en la tribuna— Gabriel Rufián es capaz de evitar un chiste sobre si Borrell va a prohibir la ensaladilla rusa en Bruselas.

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La política madrileña no parece un destino de ensueño. Feijóo contempla además cómo Twitter se llena de mensajes sobre los supuestos tratos de favor de la Xunta a sus familiares. Tal vez por eso, se ha apresurado a ponerse del lado de Díaz Ayuso. La ha llamado “persona honorable” y se ha archivado el expediente en su contra. El último problema de Casado se ha convertido en el primero suyo. Su objetivo —renovar el PP y aspirar a presidir el Gobierno— es más grande y más respetable que las traiciones internas. Pero sabe que nunca hay que despreciar la soga del ahorcado.


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