Frente a Putin: 100 años de lucha antifascista

La experiencia del régimen de Mussolini propicia algunas reflexiones útiles para el actual pulso entre democracias y regímenes autoritarios

Una pantalla exhibe en San Petersburgo, el viernes, el rostro de Putin y una frase del discurso con el que anunció el ataque a Ucrania: "No tuvimos otra opción que actuar de manera diferente".SERGEI MIKHAILICHENKO (AFP)

Asistimos en estas horas al asesinato de la democracia ucrania, preparado a sangre fría por Vladímir Putin y perpetrado con una invasión bárbara y justificaciones inanes. Varios expertos han destacado la contradicción entre el objetivo declarado por Putin de “desnazificar” Ucrania y la realidad de una ofensiva que precisamente reproduce el modus operandi hitl...

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Asistimos en estas horas al asesinato de la democracia ucrania, preparado a sangre fría por Vladímir Putin y perpetrado con una invasión bárbara y justificaciones inanes. Varios expertos han destacado la contradicción entre el objetivo declarado por Putin de “desnazificar” Ucrania y la realidad de una ofensiva que precisamente reproduce el modus operandi hitleriano. La observación es acertada. No sabemos hasta donde está dispuesto el Kremlin a llevar su reacción revisionista, pero es bastante razonable pensar que todo esto no se limitará a Ucrania y 2022, sino que es un episodio de una gran lucha entre democracias y regímenes autoritarios ―como Rusia, China o Irán― que se proyectará en un espacio y un tiempo mucho más amplios. Una pugna que marcará una época, y en la que importarán tanto las dinámicas internacionales como las internas, tanto las evidentes como las menos perceptibles. En ese contexto, hay otra experiencia histórica que puede ofrecer consideraciones interesantes para este presente oscuro: el fascismo en Italia, de cuyo ascenso al poder se cumple un siglo este año.

Hay considerables paralelismos entre la primera fase fascista y el régimen de Putin. El ascenso al poder de un líder fuerte para estabilizar una democracia naciente, frágil, incompleta, en crisis. Un líder que llega a la cúspide sustancialmente por cooptación de las élites, no por asalto armado ―en la marcha sobre Roma no se disparó ni un tiró, Mussolini fue nombrado jefe del Ejecutivo por el Rey― ni tampoco por voto popular. Un líder que abandera un ideario nacionalista exaltado, un revisionismo histórico burdamente malintencionado, agitando anhelos imperiales. Un líder que marca ejemplo, observado en otros países. Que asfixia poco a poco la frágil democracia en la que se encumbró, con dirigentes opositores asesinatos (Matteotti, Nemtsov) o encarcelados (Gramsci, Navalni). Que goza durante demasiado tiempo de cierta complacencia internacional. En Rusia se celebra todavía el ritual electoral, pero es una escenificación que no concede estatus de democracia.

Es esta la lección del peligro enorme que reside en la disfunción democrática, en el deseo de orden que ella crea, en la disposición a tolerar pequeñas erosiones a los principios, que pueden ser la antesala de un régimen autoritario sin contemplaciones. Conviene recordarlo, allá donde se debilitan las democracias anteponiendo mezquinos intereses partidistas al interés colectivo, donde se practica el obstruccionismo enfermizo, se condenan con intensidad diferente hechos inaceptables según su procedencia y un largo etcétera. Son muchas las democracias que sufren deterioros. Las más expuestas son las más jóvenes e inmaduras, pero nadie es inmune.

Hay otro paralelismo con la experiencia fascista, esta vez en su última fase: la resistencia partisana. Es posible que, tras una fulminante operación victoriosa gracias a la gran superioridad de sus fuerzas, Rusia y sus potenciales títeres en Ucrania afronten una prolongada guerra de guerrillas. El martes se cumplirán 100 años del nacimiento del escritor que mejor retrató la Resistenza: Beppe Fenoglio. De él y su novela Un asunto privado (Ediciones Barataria), Italo Calvino escribió: “Fue el más solitario de todos el que logró escribir la novela que todos habíamos soñado… El libro que nuestra generación quería hacer, ahora existe [...] En él hay la resistencia tal y como era, verdadera como jamás se había escrito, conservada límpidamente por la memoria fiel, y con todos los valores morales, tanto más fuertes cuanto más implícitos, y la conmoción y la furia”.

Leer a Fenoglio, que fue él mismo partigiano, primero en una agrupación roja, después en una azul, es aprender muchas lecciones de antifascismo. Alrededor de las vicisitudes de sus grandes personajes, los partisanos Johnny y Milton, se radiografían importantes paisajes políticos y del alma. Destacan los riesgos del espantoso infantilismo de la división y rivalidad entre quienes se oponen al fascismo, de la vacua soberbia de quienes se postulan de auténticos antifascistas por encima de los demás y, por supuesto, de todos aquellos que no toman partido con claridad. No es y no será nada fácil afrontar el desafío de Putin y otros similares. La respuesta a los dilemas empieza siempre desde los valores morales que Fenoglio retrata y Calvino destaca. De la conmoción y la furia. De anteponerlos, siempre, a los intereses. Empezando en casa, por el cotidiano funcionamiento de nuestras democracias. El frente empieza ahí.

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