Trabajar más y trabajar más rápido
La realidad de la comunicación continua y el teletrabajo es que, en muchas profesiones, la jornada se alarga hasta el infinito, pues ni dormir sirve para desconectar
Si la noticia de que Bélgica aprueba la semana laboral de cuatro días está sorprendiendo tanto no es por lo novedoso del planteamiento ni por una mejora en derechos que no existe, puesto que se mantendrán las mismas horas, sino por la distancia que se percibe entre el ordenamiento tan lógico del trabajo que sugiere y la realidad desmigajada que vivimos. En el mundo real, al menos el que habitamos muchas almas, a los sanitarios les...
Si la noticia de que Bélgica aprueba la semana laboral de cuatro días está sorprendiendo tanto no es por lo novedoso del planteamiento ni por una mejora en derechos que no existe, puesto que se mantendrán las mismas horas, sino por la distancia que se percibe entre el ordenamiento tan lógico del trabajo que sugiere y la realidad desmigajada que vivimos. En el mundo real, al menos el que habitamos muchas almas, a los sanitarios les suspenden las vacaciones ola tras ola mientras siguen faltando contrataciones; sus jornadas se estiran más allá de lo humanamente aconsejable; los conductores de Uber o del taxi convencional llegan a la puerta ojerosos y cansados al encadenar clientes por encima de un horario decente, ya que así ganarán un poco más; las cuidadoras, asistentas y limpiadoras pasan el día en el metro o los transportes para rematar dos horas acá, dos horas allá, deseando llegar algún día a las 40 semanales (para ellas sería un sueño); los camareros firman contratos por menos tiempo del que tienen que cumplir. Y etcétera.
Mejorar horarios y reducir la dedicación al trabajo para poder conciliar y tener una vida propia es una aspiración histórica que se ha ido abriendo paso lentamente. Muy lentamente, y con frenazos. La realidad de la comunicación continua y el teletrabajo es que, en muchas profesiones, la jornada se alarga hasta el infinito, pues ni dormir sirve para desconectar cuando las notificaciones pueden colarse en la almohada.
Charles Chaplin apretaba tuercas en Tiempos modernos y hacerlo bien no bastaba, puesto que la máquina se aceleraba hasta contagiarle los espasmos y tics que se llevaba a casa, el hombre. Nosotros también podemos apretar bien las tuercas, pero eso no basta en un mundo que requiere todo de forma más intensa, más deprisa, más multitarea. En cualquier momento, la máquina nos engullirá como a Charlot cuando nos empeñemos en apretar una tuerca mejor. Y desapareceremos en el engranaje. La tuerca, eso sí, quedará genial.
¿Recuerdan la película? Cuando Chaplin perdía comba en la cadena de producción y se salía de ella empezaba a ver tuercas donde había ojos, pechos o botones. Se volvió loco. Y nosotros no sabemos si seguiremos apretando tuercas imaginarias tras trabajar diez horas al día durante cuatro días a la semana, u ocho horas durante cinco días, porque la aceleración de la maquinaria y la conexión constante nos vuelven tan locos como a él. @BernaGHarbour