Los equilibrios alemanes
La apuesta por la diplomacia de la UE con Rusia es clara, pero persiste todavía la ambigüedad de Alemania en la crisis actual
La visita de Scholz a Kiev el lunes, y especialmente la que tendrá lugar este martes en Moscú, representa una oportunidad para Alemania de adoptar una posición más nítida y firme respecto a las relaciones con el Kremlin. Es fundamental que Europa hable con una sola voz, clara y definida. Igual que sucedió con el viaje de Macron, tampoco cabe esperar ningún milagro, pero esta gira puede reforzar la idea de que los líderes europ...
La visita de Scholz a Kiev el lunes, y especialmente la que tendrá lugar este martes en Moscú, representa una oportunidad para Alemania de adoptar una posición más nítida y firme respecto a las relaciones con el Kremlin. Es fundamental que Europa hable con una sola voz, clara y definida. Igual que sucedió con el viaje de Macron, tampoco cabe esperar ningún milagro, pero esta gira puede reforzar la idea de que los líderes europeos están dispuestos a jugar la carta diplomática con Putin hasta el final.
La crisis de Ucrania versa sobre el futuro mismo de la Unión Europea porque afecta a sus fronteras y a su arquitectura de seguridad. La negociación requiere la colaboración estrecha con el resto de socios occidentales —especialmente con EE UU—, pero también una posición común que obligue a Europa a hablar con una sola voz. Es precisamente ahí donde desafina la ambigüedad de Alemania, menos convencida de la urgencia de compartir un criterio común. Sus esfuerzos por elaborar una política coherente con Rusia no solo están poniendo a prueba a la coalición del Gobierno presidido por Olaf Scholz, sino la credibilidad de Europa para configurar una posición contra Moscú. Hasta ahora, Alemania, que importa el 55% de su gas de Rusia, parece más preocupada por el impacto que tendrán las sanciones a Moscú en su propia economía que por mostrarse como un socio fiable dentro del bloque occidental. En su defensa cabe decir que, por el momento, de todas las supuestas medidas económicas que comprenderán “consecuencias masivas y un coste severo” para Rusia, solo se ha hablado (especialmente por parte de EE UU) del gasoducto Nord Stream 2, que es el que afecta directamente a los intereses alemanes.
A diferencia de Francia, que actúa como potencia militar, el complejo legado de la II Guerra Mundial hace que Alemania se vea más como gigante económico que geoestratégico dentro del continente. A este factor cabría sumar otro coyuntural: Macron está a las puertas de unas elecciones presidenciales, y su papel en la crisis ucrania le está sirviendo para reforzar su perfil político con vistas al electorado francés. Por el contrario, la coalición que lidera Scholz está en fase de asentarse y, muy especialmente, de fijar su política exterior, algo que le está sirviendo a Putin para explotar las contradicciones del nuevo Ejecutivo. La nueva ministra verde, Annalena Baerbock, mantiene una posición mucho más dura que la de su predecesor, el socialdemócrata Heiko Maas, un ferviente defensor del gasoducto Nord Stream 2. A esta visualización de cambio de rumbo tampoco han ayudado el bajo perfil de Scholz y menos todavía las declaraciones del antiguo canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, uno de los mayores lobistas de Putin en Alemania, que ha intercedido recientemente a favor del autócrata contaminando la posición de su propio partido.