A la muerte de Hugo Torres

El fallecimiento en cautiverio del exguerrillero sandinista, general de brigada en retiro, escritor y dirigente político nicaragüense ha estremecido a nuestra América

El exgeneral sandinista Hugo Torres, retratado en su casa de Managua en 2018.Moises Castillo (AP)

La muerte de Hugo Torres, exguerrillero sandinista, general de brigada en retiro, escritor y dirigente político nicaragüense, ocurrida en cautiverio, ha estremecido a nuestra América.

La tragedia de Nicaragua, oprimida por una infame pareja de inconcebible crueldad, continúa desarrollándose sin desenlace a la vista. La tecnología de nuestra era permitió ver a Torres dirigirse a sus compatriotas en la inminencia de...

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La muerte de Hugo Torres, exguerrillero sandinista, general de brigada en retiro, escritor y dirigente político nicaragüense, ocurrida en cautiverio, ha estremecido a nuestra América.

La tragedia de Nicaragua, oprimida por una infame pareja de inconcebible crueldad, continúa desarrollándose sin desenlace a la vista. La tecnología de nuestra era permitió ver a Torres dirigirse a sus compatriotas en la inminencia de ser detenido, hace tan solo ocho meses.

Su noble presencia de ánimo, su semblante gallardo y apacible y la serenidad de su firme mensaje de resistencia a la tiranía de Daniel Ortega y Rosario Murillo, se permitió una desolada exclamación: “¡Así son las vueltas de la vida, los que una vez acogieron principios hoy los han traicionado!”.

Torres grabó su mensaje a mediados de junio pasado, al tiempo que la policía de la dictadura de Ortega y Murillo secuestraba a Dora María Téllez, historiadora y también respetada comandante de la guerrilla sandinista que derrocó a Anastasio Somoza en 1979.

Esa misma noche, la doctora Ana Margarita Vijil, líder de la agrupación opositora UNAMOS, de la que Torres formó parte hasta su muerte, fue otra víctima de la ola de arrestos. Téllez, también ella dirigente de UNAMOS, y la doctora Vigil, han sido condenadas a 10 y ocho años de prisión, respectivamente, por el mismo delito cuya vaguedad pretextó la prisión de Hugo Torres: “conspiración en menoscabo de la integridad nacional”. Lo caprichoso de esas acusaciones convierte en prisioneros de conciencia a todos los nicaragüenses secuestrados por el régimen desde mediados del año pasado.

La repugnante vileza de Ortega al encarcelar antiguos compañeros de lucha que, como Torres y Téllez, arriesgaron sin vacilaciones sus vidas hace casi medio siglo para arrancarle a Somoza la libertad del hoy dictador y de decenas más de combatientes sandinistas presos, contrasta con el escrupuloso apego a los métodos pacíficos de lucha adoptados por todos los líderes opositores nicaragüenses.

La valentía y la generosidad de Torres y Téllez en las acciones de rescate de sus compañeros resplandece en todos los testimonios y reportajes disponibles, notablemente en la crónica que Gabriel García Márquez hizo del asalto al Palacio Nacional en agosto de 1978.

Por aquel tiempo, en Venezuela vivíamos el apogeo del gran boom de precios del crudo que siguió al embargo petrolero contra Occidente decretado por los países árabes de la OPEP en 1973. No exagero al decir que hasta aquellos momentos pocos venezolanos tenían presente que Nicaragua era sojuzgada por una ignominia llamada Anastasio Somoza.

En los locales de las delegaciones estudiantiles universitarias donde, por televisión, seguíamos los sucesos, el regocijo y la simpatía por los sandinistas se expresaba al comentar las ruedas de prensa que ofrecieron los jóvenes: “¡Los nicas hablan como nosotros!”.

Vivíamos en una democracia imperfecta en uno de los petroestados más antiguos del planeta, denunciábamos la corrupción y el derroche, la insolidaridad y los abusos de poder que acabarían con nuestras libertades, pero tan cierto como que nunca fue preciso tomar rehenes en el Capitolio, a sangre y fuego, para obtener la libertad de nadie, es que los dirigentes políticos venezolanos de entonces, en especial el presidente Carlos Andrés Pérez, hicieron causa común en favor del pueblo nicaragüense. De modo activo, práctico, y no solo retóricamente.

La bárbara arremetida asesina de Daniel Ortega para aplastar la ola de protestas que comenzó en abril de 2018 dejó no menos de 400 muertos. Fue difundida por los medios mundiales y las redes sociales y mostró a muchos jóvenes opositores venezolanos, que conozco, cuán cerca están nuestras realidades, cuánto nos hermana el anhelo de vivir en libertad y en una verdadera democracia. Algunos de ellos siguen aún hoy presos desde la ola de protestas de 2017 que dejó 160 muertos. Otros fueron arrojados al exilio en razón de su activismo.

Por ello desconsuela la tibieza, la indiferencia de la dirigencia opositora venezolana ante la tragedia de Nicaragua. En su mayoría, esa dirigencia luce obnubilada por la quimera de lograr de Nicolás Maduro la majestuosa gracia de “elecciones presidenciales libres y verificables”.

Al parecer, la “pax bodegónica”, como llama el brillante politólogo venezolano Guillermo Tell Aveledo, a las anestesiantes burbujas de dispendio creadas por la dolarización de facto, impide a la dirigencia opositora pensar que la probada vocación asesina del régimen de Maduro puede muy bien optar por la “fórmula Ortega” y encarcelar, en “la hora 11″, a todo el personal aspirante a la presidencia en la farsa de 2024.

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