No sé quién
Desde el primer día el PP puso la reforma en el punto de mira. No supo entender algo elemental: que el pacto salvaba la ley con la que el PP marcó perfil y simplemente la aseaba un poquito
La mirada de Pablo Casado apunta en una sola dirección. Es como el dedo que señala. Y siempre al mismo sitio. Y así los matices de la realidad se le escapan. Ha tenido una gran oportunidad: el Gobierno consiguió que patronal y sindicatos pactaran con él una reforma que afecta a algo tan determinante como el marco definitorio de la vida laboral. La promesa, que formaba parte ...
La mirada de Pablo Casado apunta en una sola dirección. Es como el dedo que señala. Y siempre al mismo sitio. Y así los matices de la realidad se le escapan. Ha tenido una gran oportunidad: el Gobierno consiguió que patronal y sindicatos pactaran con él una reforma que afecta a algo tan determinante como el marco definitorio de la vida laboral. La promesa, que formaba parte del pacto de Gobierno con el que Pedro Sánchez se ganó a Unidas Podemos, era derogar la ley “extremadamente agresiva”, en palabras del entonces ministro Luis de Guindos, que se aprobó durante la presidencia de Mariano Rajoy bajo el manto ideológico de la austeridad. Pero cuando el Gobierno de coalición se puso manos a la obra se pasó de la derogación a la reforma, una modificación que se limitaba a atenuar los excesos de la ley. Era el precio para atraer a la patronal y superar ciertas fronteras.
El liderazgo de la ministra de Trabajo cubría el flanco izquierdista y el compromiso de los sindicatos daba legitimidad al acuerdo. Y se cerró. Desde el primer día el PP puso la reforma en el punto de mira. No supo entender algo elemental: que el pacto salvaba la ley con la que el PP, en su día, marcó perfil, simplemente la aseaba un poquito. Si los empresarios habían dado el paso, el PP tenía la vía expedita para darlo él también. Y robarle el éxito al Gobierno. No lo hizo. El jugueteo de los grupos más identitarios de la mayoría parlamentaria del Gobierno le inspiró. Había la oportunidad de tumbar a Sánchez. Asistimos incluso al ya conocido juego de los tránsfugas, tan asociado al PP. Y al final la torpeza de uno de los suyos lo arruinó todo. Pablo Casado completaba así el enésimo ejercicio de ligereza y frivolidad. No es extraño que en el seno de la derecha el murmullo crezca. El Gobierno de coalición sale reforzado: no volverá a pasar. José María Aznar ya ha puesto nombre al líder del PP: “El no sé quién” que hay que llevar a La Moncloa”, “¿para hacer qué?”.
Con Aznar el PP había alcanzado el pleno de la derecha. La extrema derecha estaba en la casa, los liberales también. Con Rajoy se le fueron escapando a uno y otro lado. Ahora los fugados parecen irse concentrando en torno a Vox después del eclipse de este ovni llamado Ciudadanos. Y Casado sigue a piñón fijo. Todavía con la mirada puesta de manera obsesiva en estos malignos comunistas que pactan con los empresarios. Su obsesión es provocar la ruptura del Gobierno. Tuvo una oportunidad: apostar por el pacto de la reforma laboral que hubiera puesto a Unidas Podemos en una muy incómoda situación. Ni siquiera se le ocurrió. Es el espectáculo permanente del núcleo duro que blinda a Casado, corto de ideas, amigo de las palabras gruesas, y ajeno a la realidad. Está un poco verde, dicen los que quieren ser indulgentes.