Sucesión sin reglas, tumulto seguro

China y Rusia, cada una a su manera, están sembrando las semillas de una disputa sucesoria como la de Kazajistán

Putin, durante la videoconferencia con los otros líderes de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, este lunes en Moscú.ALEXEI NIKOLSKY / SPUTNIK / KREM (EFE)

El poder es una sustancia peligrosa. Y más peligrosa cuanto más concentrada. Precisa de un extremo cuidado si hay que moverla o pasarla de unas manos a otras. Cualquier descuido puede provocar una deflagración, una disputa descomunal entre quienes pretenden poseerla e incluso una guerra civil.

La fórmula más fácil y tradicional para evitarlo es asegurar que pase de padres a hijos siguiendo el derecho de primogenitura, aunque siempre habrá un Jacob que engañe a Isaac y dejé a Esaú sin la herencia y con el rencor y la discordia. No es una garantía la monarquía electiva, ni siquiera cuando...

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El poder es una sustancia peligrosa. Y más peligrosa cuanto más concentrada. Precisa de un extremo cuidado si hay que moverla o pasarla de unas manos a otras. Cualquier descuido puede provocar una deflagración, una disputa descomunal entre quienes pretenden poseerla e incluso una guerra civil.

La fórmula más fácil y tradicional para evitarlo es asegurar que pase de padres a hijos siguiendo el derecho de primogenitura, aunque siempre habrá un Jacob que engañe a Isaac y dejé a Esaú sin la herencia y con el rencor y la discordia. No es una garantía la monarquía electiva, ni siquiera cuando se convierte en república de apariencia más o menos democrática. Cada elección puede ser la ocasión para la destrucción del orden, hasta el punto de que la calidad del sistema se pone a prueba en la aceptación de la derrota por el candidato descartado: ahora no la supera ni Estados Unidos.

El tránsito se hace más difícil donde no hay sucesión hereditaria ni sistema de elección reglado y fiable. Todo se aplaza al momento en que la enfermedad o la muerte señalarán el trono vacío. Muchas revoluciones surgen como reacción a las pulsiones monárquicas de quienes detentan el poder obtenido en golpes de Estado o en guerras civiles, justo cuando quieren asegurarlo para los suyos antes de morir. Los jóvenes árabes que salieron a las calles en 2011 querían evitar que los dictadores fundaran dinastías, como los Kim en Corea del Norte. Y lo consiguieron, aunque la libertad que ambicionaron quedó luego en nada.

También la sangrienta crisis de Kazajistán tiene clave sucesoria. Nursultan Nazarbayev, en el poder desde 1984, cuando su país todavía formaba parte de la Unión Soviética, había cedido el poder a Kassim-Jomart Tokayev en 2019, pero reservado para sí la presidencia de la Comisión Militar, el título de Elbasy o padre de la patria y el privilegio de dar su nombre de pila a la capital del país, antes Astana. La sucesión sin reglas, que entonces empezó, ahora termina con la destitución del viejo dictador de 81 años, sospechoso de alentar las protestas, y su plena sustitución por el nuevo, de 68.

La regla sucesoria es garantía de estabilidad y antídoto contra la guerra civil. Más lo es todavía el límite de mandatos, que asegura la desposesión del poderoso sin esperar a que muera, sea encarcelado o su cabeza caiga desmochada por el hacha. China y Rusia, las dos potencias más atentas a la guerra por la sucesión kazaja, han retrocedido con Vladimir Putin y Xi Jinping en cuanto a la prevención sucesoria. Estuvieron sujetos a la limitación de mandato, pero ambos autócratas quieren agotar ahora todo el tiempo de sus vidas útiles para poseer el mundo. No es un retroceso tan solo, también es una siembra. En China y Rusia, cada una a su manera, se están esparciendo las semillas de un tumulto sucesorio como el que acaba de ocurrir en Kazajistán.


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