Una fotografía

La foto del comienzo de año en Colombia es la imagen de una masacre en Arauca por las rentas ilegales del narcotráfico, donde 6.800 hombres del Ejército no han logrado tomar control del territorio

Migrantes cruzan el río Arauca, la frontera natural entre Venezuela y Colombia, para refugiarse en Arauquita.FERNANDO VERGARA (AP)

Trataré de describir una fotografía que me obsesiona. Es la de Colombia en una serie de hechos que se me han ido quedando en la mente durante esta primera semana del año y han terminado por aparecer ahí, en la lente desde la cual capturo una imagen sin retoques, que saca a la luz eso que se pretende dejar en la oscuridad.

En un primer plano, del lado derecho, hablando con una pareja de estatuas sentadas en la banca de lo que parece un parque, está de cuerpo entero el expresidente Álvaro Uribe. Diálogo imaginario con el pasado. Las estatuas tienen partes rojizas, como pringadas de sangre...

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Trataré de describir una fotografía que me obsesiona. Es la de Colombia en una serie de hechos que se me han ido quedando en la mente durante esta primera semana del año y han terminado por aparecer ahí, en la lente desde la cual capturo una imagen sin retoques, que saca a la luz eso que se pretende dejar en la oscuridad.

En un primer plano, del lado derecho, hablando con una pareja de estatuas sentadas en la banca de lo que parece un parque, está de cuerpo entero el expresidente Álvaro Uribe. Diálogo imaginario con el pasado. Las estatuas tienen partes rojizas, como pringadas de sangre, la de 23 cadáveres, que aparecieron asesinados en las llanuras de la frontera con Venezuela días antes del retrato. Se ven dos mujeres y dos menores. Los demás son hombres.

Unos tienen orificios de bala en el rostro, algunos tienen las fosas de sus narices llenas de coca, esa por la que se siguen enfrentando las disidencias de las FARC y los guerrilleros del ELN que ocupan otro espacio de esta foto: se les ve con sus caras tapadas y sus vestidos verdes desteñidos, algunas partes más oscuras como el color que adquiere la tela húmeda.

Detrás de ellos, otros hombres, vestidos del mismo color, son militares. Cargan morrales y fusiles, botas pantaneras. No se ve claramente el papel que cumplen en la imagen. Hay zonas grises en esa parte de la foto. Claroscuros, brumas, áreas borrosas. Pero son muchos, casi como hormigas.

La foto está impresa sobre un papel de 4.000 pesos, papel devaluado como el valor del peso colombiano frente al dólar. Un campesino carga un costal de productos cuyo precio está afectado por una inflación del 5.6 por ciento. Su rostro tiene el ceño fruncido y las manos de quien ha arado la tierra por mucho tiempo.

Un poco apiñados se observan una serie de candidatos presidenciales mostrando sus pancartas llenas de frases vacías con la promesa de que alguno alcance a tener una mayor preponderancia en el retrato. El lugar en el marco izquierdo de fotografía lo ocupan las caras de Rodolfo Hernández y Gustavo Petro. Algunos otros aparecen de vacaciones recargando baterías para llenar una urna que se ubica en el centro de la composición.

Todos llevan tapabocas. Ciudadanos del común hacen una fila, larga, son como 50, para llegar al lugar donde está sentada una enfermera esperando para introducir el largo copo en la nariz. Ella tiene aspecto cansado y algo temeroso. En la pared donde recuesta una silla improvisada, aparece la palabra “Omicron, quedan pocas pruebas”.

Un negro en sandalias se ve levantando las manos ante un mesero de un restaurante, como abriéndose paso a la fuerza para entrar. El mesero es blanco, la puerta está entreabierta, pero se alcanza a leer el nombre del lugar: racismo.

No aparece el presidente Ivan Duque en la foto. Tampoco creo que le resulte digna de enmarcar para ser colgada como en una más de cientos que tiene en las paredes de la Casa de Nariño. Esta es distinta a las demás. Esta, sin duda, es la foto de la imperfección.

Es la foto de una semana, la del comienzo del año en Colombia, la de una masacre en Arauca en la frontera colombo-venezolana por las rentas ilegales del narcotráfico, donde 6.800 hombres del Ejército no han logrado tomar control del territorio, la un contagio incontrolado por ómicron, la de la amenaza para una economía que crece y al tiempo se debilita por creciente inflación e informalidad, la de un caso de racismo en la tierra donde todos somos negros a mucho honor, y la de un país por ahora sin ruta clara que camina hacia las elecciones de congreso en marzo y las presidenciales del mayo y junio de 2022.

Una foto que sí debería ser enmarcada, para recordar que esa es la Colombia en la que los odios no han dejado espacio para la verdadera reconciliación en los territorios y la institucionalidad prometida no llegó ni con los reyes magos.

Para evaluar en unos meses si aprendimos las lecciones de la pandemia y fuimos capaces de preparar el sistema de salud y educativo para estar al nivel de la velocidad con la que se transmite el virus sin volvernos a aislar del conocimiento.

Esta es una fotografía para advertir sobre el alma enferma de algunas gentes blancas que hablan de igualdad con la hipocresía de siempre cuando en pleno siglo XXI, se le niega un puesto a alguien por su color de piel.

Pero solo es posible mirarla desprendiéndose del ego y habrá que volver a tomarla cada semana para mirar cómo van ocupando los espacios estos mismos elementos en una nueva composición.

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