Parirás en casa (y con dolor)

Mala praxis habrá, seguro, pero dar por sentado que un médico decide cortar una vagina porque sí o hacer maniobras por capricho me parece un modo muy injusto de poner en duda este pilar del Estado de bienestar

Un recién nacido.EFE

Cuando tenía siete años vi parir a mi madre. Bueno, no la vi porque a los niños no nos dejaron acercarnos mucho pero estuve en la misma habitación. Sobre la casa se había cernido un silencio reverencial, cargado de un temor atávico. La vida quedó en suspenso, todo el mundo hablaba en susurros y se oían invocaciones a las más diversas fuerzas protectoras. Muchos años después, al ser yo misma la que daba a luz, entendería aquella atmósfera cargada de significados ocultos: el nacimiento de cada nueva vida supone un riesgo real y alumbrar es, de algún modo, invocar también a la muerte. Más cuando ...

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Cuando tenía siete años vi parir a mi madre. Bueno, no la vi porque a los niños no nos dejaron acercarnos mucho pero estuve en la misma habitación. Sobre la casa se había cernido un silencio reverencial, cargado de un temor atávico. La vida quedó en suspenso, todo el mundo hablaba en susurros y se oían invocaciones a las más diversas fuerzas protectoras. Muchos años después, al ser yo misma la que daba a luz, entendería aquella atmósfera cargada de significados ocultos: el nacimiento de cada nueva vida supone un riesgo real y alumbrar es, de algún modo, invocar también a la muerte. Más cuando no existen condiciones sanitarias adecuadas y no hay otro saber médico disponible que la experiencia de la matrona del pueblo. Por eso mi madre agradeció tener a sus dos hijos menores en una moderna clínica atendida por simpáticas enfermeras y depositando confianza plena en quienes estaban allí para socorrerla en caso de que se presentaran complicaciones.

Las mujeres que han crecido en entornos rurales o en sitios sin atención sanitaria tienen grabadas en su memoria demasiadas historias de madres que no sobrevivían a los hijos que acababan de parir o recién nacidos que morían antes de atravesar el canal del parto. Por eso en mi pueblo a los niños no se les daba nombre hasta el séptimo día. A la luz de este legado y de estas historias transmitidas de generación en generación, resulta sorprendente escuchar a jóvenes que han sido madres con todas las atenciones a su alcance reclamar una forma más instintiva de tener hijos. Describen la intervención médica como una injerencia en su vivencia de la maternidad e incluso hablan de violencia obstétrica. Mala praxis habrá, seguro, pero dar por sentado que un médico decide cortar una vagina porque sí o hacer maniobras por capricho me parece un modo muy injusto de poner en duda este pilar del Estado de bienestar. No hay más que comparar los índices de mortalidad al nacer en países con sanidad pública con los de países que no la tienen. Dicen las defensoras del parto en casa que quieren empoderarse a través de una maternidad más consciente y tomar sus propias decisiones. Tienen toda mi admiración si son capaces, como dicen, de tener la mente clara cuando, sin epidural, te está saliendo del cuerpo una cabeza de 35 centímetros.


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