Un paso más en el País Vasco

La hostilidad y la banalización de los gestos en favor de la reconciliación no favorecen la viabilidad de una convivencia democrática

Un momento del homenaje que recibió en su ciudad natal el exrecluso de ETA Zunbeltz Larrea al ser puesto en libertad tras 15 años en la cárcel.Luis Tejido (EFE)

La fortaleza de una democracia no se mide por la intransigencia ante los gestos de arrepentimiento de quienes han sido responsables de gravísimos atentados contra la convivencia. Los procesos de sanación civil de las heridas del terror son lentos y tortuosos, y la sociedad española y, en particular, la sociedad vasca se encuentran inmersas hace años en uno de esos procesos que reclaman cautela, generosidad y a la vez firmeza democrática. Todavía ...

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La fortaleza de una democracia no se mide por la intransigencia ante los gestos de arrepentimiento de quienes han sido responsables de gravísimos atentados contra la convivencia. Los procesos de sanación civil de las heridas del terror son lentos y tortuosos, y la sociedad española y, en particular, la sociedad vasca se encuentran inmersas hace años en uno de esos procesos que reclaman cautela, generosidad y a la vez firmeza democrática. Todavía los sectores abertzales no han aprendido a reconocer de forma explícita el enorme error de imponer por la fuerza de los muertos sus ideas, pero algunos pasos deben ser reconocidos como acercamientos a una reconciliación que será difícil y estará siempre poblada de desgarro y dolor incurable. El comunicado de los presos de ETA en el que reclaman terminar con los recibimientos públicos en sus excarcelaciones como gesto hacia sus víctimas es uno de esos pasos. El comunicado llega tarde, e incluso no debió haber existido nunca, como no debió haber existido el terrorismo. Pero eso no es óbice para admitir que acierta en la dirección necesaria.

A pesar de ser un éxito que la izquierda abertzale se haya plegado a las exigencias de las asociaciones de víctimas y de las instituciones democráticas, la hostilidad o la banalización de ese gesto han vuelto a ser la norma entre las derechas políticas y mediáticas. No es nuevo: ha sucedido con todos los hitos del final del terrorismo etarra cuando la derecha ha estado en la oposición y ha gobernado la izquierda: tregua de 2006; proceso de diálogo del Gobierno socialista y ETA; cese del terrorismo en 2011, etcétera. En buena medida, se han quedado con la foto fija del pasado de terror sin que sus análisis incorporen hechos relevantes que marcan diferencias radicales con el pasado, empezando por la disolución misma de la banda. El líder del principal partido de la derecha, Pablo Casado, en la peor tradición del PP en la oposición, ha decidido reutilizar a ETA como eje de sus ataques al Gobierno al identificar a Bildu —coalición que le respalda eventualmente— con una banda terrorista que dejó de actuar hace 10 años. Es quizás la manifestación más clara de la influencia de la extrema derecha en el PP de Casado y la misma acusación al PSOE de “complicidad con ETA” parece olvidar que ese partido cuenta con tantas víctimas como el PP por parte de la banda terrorista.

La intencionalidad política de ese comunicado no lo invalida. Está concebido desde un cálculo de intereses electorales pero es también un síntoma más del ingreso de la izquierda abertzale en el juego de la política democrática y en contra de las resistencias que siguen activas en su interior. La culminación del proceso puede estar más cerca hoy, aunque eso solo sucederá cuando la izquierda abertzale haga público lo que le debe a la democracia: el rotundo reconocimiento del error de imponer el terror, la muerte y la extorsión al resto de la sociedad.

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