Lecciones de Benedetta

El estreno de la última película de Paul Verhoeven puede ser una excusa para recuperar las mejores investigaciones sobre el homoerotismo hispánico o para incentivar otras nuevas en nuestros archivos

NICOLÁS AZNÁREZ

El estreno del último largometraje de Paul Verhoeven, durante el pasado Festival de Cannes, ha vuelto a entusiasmar a sus seguidores y a enfurecer a sus detractores. No es para menos: Benedetta combina a la perfección muchas de las filias y fobias temáticas y visuales de este director, quien reparte a unos y a otros toda la carne y toda la carnaza que desean, manteniendo vivas las brasas de una fil...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El estreno del último largometraje de Paul Verhoeven, durante el pasado Festival de Cannes, ha vuelto a entusiasmar a sus seguidores y a enfurecer a sus detractores. No es para menos: Benedetta combina a la perfección muchas de las filias y fobias temáticas y visuales de este director, quien reparte a unos y a otros toda la carne y toda la carnaza que desean, manteniendo vivas las brasas de una filmografía longeva, con títulos tan emblemáticos como Delicias turcas, Instinto básico o Showgirls. Su estreno en España, en el Festival de San Sebastián, tampoco ha pasado desapercibido, por idéntica ecuación. Esta película no me parece deslumbrante desde mi modesta perspectiva cinéfila; sí que me parece muy interesante, en cambio, para reflexionar sobre homoerotismos menos conocidos de cuanto debieran.

Que esta cinta no sea un guion original ni la adaptación de una novela, sino que se base en una investigación académica, se antoja un motor singular. Su punto de partida es Immodest acts: The life of a lesbian nun in renaissance Italy, una monografía de la profesora Judith C. Brown que publicó Oxford University Press en 1986 y que obtuvo una notable repercusión, tanto en Estados Unidos como en Europa (pues fue traducida a diversas lenguas, entre otras la nuestra, con un título tan curioso como Afectos vergonzosos: Sor Benedetta, entre santa y lesbiana). Resulta pertinente constatar que un realizador como Verhoeven haya echado mano de un texto tan erudito como vía para sugerir que la realidad del siglo XVII —exhumada azarosamente por Brown en los archivos florentinos— puede superar la mejor ficción. Es bien cierto.

El largometraje no se titula como la monografía. Parece muy revelador, pues logra que todo el protagonismo recaiga sobre el nombre de pila de su protagonista: sor Benedetta Carlini, abadesa de un convento en la Toscana. La relevancia no deriva en primera instancia de su condición religiosa, ni del linaje de su apellido ni de una práctica sexual concreta. Verhoeven seculariza implícitamente a su heroína y, de paso, la moderniza; evita confusiones y erosiona cierto elemento identitario. Benedetta es un punto menos lésbica y un punto más queer que su fuente, según como se mire. No resulta desacertado.

Algunas de las críticas negativas que recibió el libro de Brown, hace más de tres décadas, derivaron de cuanto su título explicita, fuera por cuestiones morales —pues habrá quien siga pensando que es pecaminoso imaginar a una religiosa con vida sexual del tipo que sea—, fuera porque considerasen que el concepto lesbiana difícilmente puede definir a mujeres del siglo XVII. Pocos años antes de la aparición de Immodest acts habían visto la luz aportaciones feministas de indudable calado sobre esta cuestión (como las que giran en torno al “continuum lésbico” de Adrienne Rich) e investigaciones muy sesudas (como las del medievalista John Boswell) que propiciaron una revisión ambiciosa sobre los homoerotismos anteriores al siglo XX. En ese contexto se entiende el valor añadido del trabajo de Brown, ya que sirvió, junto a varios otros, para vindicar un campo de estudio casi virginal hasta entonces. Fue muy saludable.

El estreno de la película ha vuelto a poner sobre la mesa idénticas cuestiones, aunque el debate se cerrase hace ya mucho. La miopía sigue existiendo entre quienes se empecinan en contemplar la realidad con filtros morales. En segundo lugar, tras décadas de investigación, puede afirmarse que los homoerotismos femeninos siempre han estado presentes en la cultura occidental, aunque en tantos momentos su representación o enunciación haya sido marginada, disfrazada o vetada por el obvio tabú. Es lo que hay.

Por supuesto, lo mismo sucede en tierras hispánicas a lo largo de los siglos. No caigamos en la tentación de pensar que cuanto se lee en la monografía de Brown y se transforma, lógicamente, en la película de Verhoeven es, si acaso, la excepción que confirma la regla. No creamos que la experiencia de Benedetta es exótica y ajena a las prácticas de tantas mujeres, antes del siglo XX, por estos lares, pues las confirman testimonios literarios, religiosos, médicos o judiciales. Desde la Edad Media, y sin interrupciones, hasta el día de hoy, aunque no suela explicarse en nuestras escuelas, institutos o universidades. ¿Por qué será?

Benedetta pudiera ser un acicate para abordar y erradicar el lastre del pecado nefando de nuestra Historia y, sobre todo, de nuestra historiografía, pasada y presente, o de nuestros planes de estudio. Puede ser una excusa para recuperar las mejores investigaciones sobre el homoerotismo hispánico, a un lado y a otro del Océano, o para incentivar otras nuevas en nuestros archivos. También puede ser una oportunidad para leer una novela, ahora sí, con una prosa deslumbrante, como fue, y sigue siendo, Extramuros (1978), de Jesús Fernández Santos. No sería moco de pavo.

Más información

Archivado En