¿Qué queda de reinar sin gobernar?

La democracia argentina les agradecería a Cristina Fernández y a Mauricio Macri que la dejen ser gobernada por otros y otras, que no sean ni ella ni él

Elecciones primarias legislativas en Buenos Aires (Argentina), el pasado 12 de septiembre.Juan Ignacio Roncoroni (EFE)

Este domingo 14 de noviembre hay elecciones legislativas de medio término en la Argentina. Por la iracundia retórica de los discursos y spots de campaña parecería que estamos ante un cambio de gobierno, de régimen político o de modelo socioeconómico. No es el caso. Lo que sabremos el lunes por la mañana es si la coalición gobernante, el Frente de Todos, liderada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner mantiene o no la mayoría en el Senado y la Cámara baja, donde el sueño de tener quórum propio, es decir, la posibilidad de tratar temas en el recinto sin el acuerdo d...

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Este domingo 14 de noviembre hay elecciones legislativas de medio término en la Argentina. Por la iracundia retórica de los discursos y spots de campaña parecería que estamos ante un cambio de gobierno, de régimen político o de modelo socioeconómico. No es el caso. Lo que sabremos el lunes por la mañana es si la coalición gobernante, el Frente de Todos, liderada por Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner mantiene o no la mayoría en el Senado y la Cámara baja, donde el sueño de tener quórum propio, es decir, la posibilidad de tratar temas en el recinto sin el acuerdo de otros bloques parlamentarios, se transformó en una quimera. Si se repiten los resultados de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) de septiembre último, la gobernabilidad del oficialismo se verá afectada. En sus dos años de mandato, los Fernández y sus aliados no se mostraron capaces de gobernar una sociedad polarizada políticamente y con cada vez más necesidades sociales insatisfechas. Se olvidaron o no pudieron seguir los consejos de dos grandes pensadores y políticos del siglo XIX, Alexander Hamilton y François Guizot: a quienes gobiernan, los electores los juzgan por sus obras, y la tarea principal de los gobiernos modernos es gobernar sociedades cada vez más tumultuosas y exigentes. Entonces, lo único que podría ayudar al oficialismo a obtener mejores guarismos electorales el próximo domingo es más y mayor gestión. Y, aunque el activismo gubernamental aumentó después de las PASO, suena a poco, y llegó tarde.

Si en las elecciones del domingo próximo gana la coalición opositora, Juntos por el Cambio, con porcentajes similares o superiores a los que obtuvo en las PASO de septiembre, el mayor cambio para el oficialismo será que la falta de activismo gubernamental no se explicará casi exclusivamente por errores propios, como hasta ahora, sino también por trabas ajenas. No va a haber una actitud colaborativa de la oposición partidaria, porque su objetivo es que al presidente Fernández le vaya, por lo menos, tan mal como a Macri. Pero quienes tienen aspiraciones de llegar a la presidencia como Horacio Rodríguez Larreta o Facundo Manes, porque Patricia Bullrich juega mediáticamente el personaje de antikirchnerista total, no les resulta deseable una crisis de gobernabilidad que implique la renuncia del presidente. ¿Por qué? A diferencia de los parlamentarismos, en los presidencialismos la caída de los gobiernos afecta a la democracia como régimen político, y esto no conviene a nadie, salvo a las fuerzas antisistema. No todos pueden ser, como Juan Domingo Perón, pirómanos y bomberos a la vez. Y ni siquiera a él le salieron siempre bien estas jugadas, como lo demuestra la tragedia argentina de los años setenta.

Habrá que esperar un par de elecciones más para saber si el crecimiento electoral de José Luis Espert y Javier Milei es un fenómeno pasajero o la puerta de entrada de una “nueva” de derecha, que convierte en enemigos del pueblo al feminismo, la diversidad sexual, la inmigración y la intervención del Estado en beneficio de los sectores más desfavorecidos. En el último tramo de la campaña apareció el “cordobesismo”. Se trata de la identidad política de una de las provincias más importantes del país, que se define por su alteridad con el kirchnerismo y sus representaciones de lo nacional y lo popular. Su impacto en la política argentina será cada vez más importante.

Cuenta la leyenda que en 1815, cuando se discutía la posibilidad de transformar el primer imperio en una monarquía constitucional, un Bonaparte, que ya había sido derrotado, y que sólo había vuelto al poder por cien días, les preguntó a sus consejeros: “¿Qué queda de reinar sin gobernar?”. Aunque sabía que era el camino hacia la estabilidad política, Napoleón no podía ni quería ser solamente un jefe de Estado: su ego le exigía seguir siendo un líder plebiscitario. En otro contexto histórico y en otra coyuntura política, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri se enfrentan a un dilema similar. Ella no quiere ser presidenta, ya lo fue más de una vez, pero no puede abandonar el centro de la escena política, no solo porque le cuesta delegar o le gusta ser el objeto de todas las miradas, sino también porque no encuentra en quién legar su carisma. Macri no puede volver a ser presidente, porque aunque quisiera, su momento pasó. Sin embargo, tiene aún el suficiente poder para molestar a quienes quieren disputar una candidatura presidencial en la coalición política que él mismo fundó. A Juntos por el Cambio le pasa algo similar que al peronismo en 2019 con Cristina Fernández. Sin Macri, no se puede ganar, pero con Macri, no alcanza. Según la biografía de Olga Wornat, Cristina se auto-percibía como una reina, y con esa devoción la tratan quienes la aman, porque les devolvió la fe en la política y en sí mismos. Mauricio, delfín conflictuado de un padre despótico, nunca quiso ser un poder moderador, sino el dueño de la pelota. Tal vez, si Cristina Fernández y Mauricio Macri recordaran lo que le pasó a Napoleón después de Waterloo, se darían cuenta de que se puede reinar sin gobernar y que la democracia argentina les agradecería que la dejen ser gobernada por otros y otras, que no sean ni ella ni él.


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