Trump campeador

El expresidente acaba de demostrar que responde a la leyenda del Cid, capaz de ganar batallas después de muerto

El republicano Glenn Youngkin tras conocer los resultados electorales, en Chantilly (Virginia).Andrew Harnik (AP)

Puede que Donald Trump esté políticamente liquidado. No cabe descartar que la justicia termine despedazándole, especialmente por sus responsabilidades en el asalto al Congreso el 6 de enero, actualmente bajo investigación parlamentaria. Tampoco se excluye que ni siquiera alguno de los suyos, su hija Ivanka o su yerno Jared Kushner, hagan carrera política en la estela del patriarca. A pesar de todas las derrotas, la elección presidencial y luego el desesperado golpe de mano para evita...

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Puede que Donald Trump esté políticamente liquidado. No cabe descartar que la justicia termine despedazándole, especialmente por sus responsabilidades en el asalto al Congreso el 6 de enero, actualmente bajo investigación parlamentaria. Tampoco se excluye que ni siquiera alguno de los suyos, su hija Ivanka o su yerno Jared Kushner, hagan carrera política en la estela del patriarca. A pesar de todas las derrotas, la elección presidencial y luego el desesperado golpe de mano para evitar la proclamación del vencedor por el Congreso, Trump acaba de demostrar que responde a la leyenda del Cid Campeador, capaz de ganar batallas después de muerto.

La elección del republicano Glenn Youngkin como gobernador de Virginia, justo en el primer aniversario de la derrota presidencial, es el resultado de una extraordinaria movilización de los votantes conservadores, especialmente los sociológicamente trumpistas, convocados por una astuta campaña centrada en las guerras culturales y en la oposición a la presidencia demócrata, sobre todo a sus políticas fiscales, en la que el nombre del expresidente nunca fue pronunciado por el candidato. Terry McAuliffe, el candidato demócrata derrotado, en cambio, ha hecho campaña contra Trump, insistiendo en su identificación con Youngkin, como la han hecho su partido e incluso el presidente Joe Biden.

Se entiende muy bien. El balance demócrata en el año transcurrido desde la elección es sumamente pobre. Nada ha conseguido de sustancial de su ambicioso programa legislativo, todo pendiente de las divisiones dentro del campo demócrata y de dos senadores disidentes que obstaculizan la legislación para garantizar el derecho de voto y billonarios paquetes de recuperación de la covid y de inversiones en infraestructuras. Tampoco ayudan la persistencia de la epidemia y el incremento del precio de la cesta de la compra, especialmente de la energía. Todo culminado por una desastrosa gestión de la retirada de Afganistán, que ha destruido las expectativas de una renovación del liderazgo mundial levantadas por Biden. Su única victoria cierta es que ha echado a Trump de la Casa Blanca.

Con estos mimbres, los demócratas han caído en la tentación de mantener a Trump como el espantajo que moviliza a los electores. Así es como Virginia ha resultado el primer peldaño de la recuperación republicana. Luego, dentro de un año, las elecciones de mitad de mandato pondrán el Congreso y el Senado a tiro de una doble mayoría republicana, que puede dejar a Biden sin márgenes y preparar el regreso a la presidencia. El miedo ha conseguido movilizar a los demócratas en una jornada de alta participación, pero más han funcionado las ganas de derrotar a Joe Biden en una votación vicaria, motivados los republicanos por los dos objetivos de las campañas conservadoras, más allá de Estados Unidos: trasladar los debates al campo cultural de los sentimientos, identidades y creencias, e impedir mientras tanto que los demócratas gobiernen. Si no aprenden, ya sabemos lo que les espera, y nos espera.

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