Belarra rectifica: ahora debe explicarse

El ataque a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en el caso del diputado Alberto Rodríguez, ha sido el (efímero) episodio más grave de esta coalición

La ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, Ione Belarra, en el Palacio del Condestable de Pamplona, el pasado 21 de octubre, en Pamplona, Navarra.Eduardo Sanz (Europa Press)

Había cuatro opciones distintas y un solo resultado verdadero. O la líder de Podemos, Ione Belarra, rectificaba por su cuenta. O Yolanda Díaz la obligaba a enmendarse. O se iba a casa a provocar a su espejo. O el presidente del Gobierno tomaba cartas inapelables.

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Había cuatro opciones distintas y un solo resultado verdadero. O la líder de Podemos, Ione Belarra, rectificaba por su cuenta. O Yolanda Díaz la obligaba a enmendarse. O se iba a casa a provocar a su espejo. O el presidente del Gobierno tomaba cartas inapelables.

El ataque a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, en el caso del diputado Alberto Rodríguez, ha sido el (efímero) episodio más grave de esta coalición. El problema político no era la presunta patada de Rodríguez. Ni el ritmo o tino de la respuesta de Batet. Sino Belarra, que calificó su actuación, mediante un tuit —ese rastrero modo político—, de “prevaricación”. Y promovió una querella contra la tercera autoridad del Estado.

El embate de Belarra afrentaba a los ministros podemitas del Gobierno, a quienes ocultó el movimiento. Atentaba desde el Ejecutivo contra el poder Legislativo, y pues, contra todo modo lógico de dirimir diferencias en un sistema basado en la división de poderes. Violaba el manual de respeto entre partidos asociados en un mismo equipo, acusando de cometer delito a una de sus más relevantes representantes institucionales. Ignoraba —esa típica ignorancia jurídica, ya acreditada en varias ocasiones—, que solo Rodríguez y no Podemos estaría legitimado para querellarse. Y desafiaba la autoridad del primer ministro.

Así que la cosa ha capotado enseguida. Rodríguez opta al fin por defender sus derechos ante el Constitucional, algo más normal que querellarse. Pero a Belarra no le bastará el sinuoso abstencionismo, su habitual far niente. Debe explicarse, y reconocer que anunciar una acción criminal contra la presidenta del Congreso era letal. Para estar en el Gobierno hay que saber estar. Y saber que un ministerio no es un poder omnímodo, ni un gobiernito en sí mismo. Y que la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, no practica “injerencias” (otra acusación ridícula) cuando actúa sobre problemas comunes: despliega su autoridad.

Incidentes así requieren cura urgente. Josep Lluís Carod-Rovira desafió el 4 de enero de 2004, como presidente accidental de la Generalitat, a su titular, Pasqual Maragall, ocultándole una visita en Perpiñán a Josu Ternera y otros dirigentes etarras. Tras múltiples dudas y pulsos entre ambos, dimitió casi un mes después, el 2 de febrero. La agonía de esa espera degradó brutalmente la credibilidad del mejor presidente catalán contemporáneo. Esta vez ha sido más rápido. Que no se repita.

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