Discriminación por mascarilla

Los lectores escriben sobre la obligatoriedad de los cubrebocas, las palabras de Otegi hacia las víctimas de ETA, los móviles en el colegio y la prisa de la gente en las ciudades

Aficionados con mascarilla ven un partido de fútbol en Madrid el pasado día 13 de octubreJuan Carlos Hidalgo (EFE)

El domingo 17 de octubre, a las 17.00, se jugó el partido de baloncesto entre el Breogán y el Real Madrid en el Pazo de Deportes de Lugo. 5.000 personas disfrutaron del espectáculo en las gradas. Los jugadores estaban vacunados y, por supuesto, jugaron sin mascarilla. El mismo día, a las 12 horas, en un pabellón situado a unos 100 metros de distancia del anterior, jugaron dos equipos de la liga junior gallega de baloncesto: Ensino de Lugo y Rosalía de Castro de Santiago. Aproximadamente a 20 padres y madres (los de Santiago tuvieron que conducir más de 100 kilómetros por trayecto), se les proh...

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El domingo 17 de octubre, a las 17.00, se jugó el partido de baloncesto entre el Breogán y el Real Madrid en el Pazo de Deportes de Lugo. 5.000 personas disfrutaron del espectáculo en las gradas. Los jugadores estaban vacunados y, por supuesto, jugaron sin mascarilla. El mismo día, a las 12 horas, en un pabellón situado a unos 100 metros de distancia del anterior, jugaron dos equipos de la liga junior gallega de baloncesto: Ensino de Lugo y Rosalía de Castro de Santiago. Aproximadamente a 20 padres y madres (los de Santiago tuvieron que conducir más de 100 kilómetros por trayecto), se les prohíbe la entrada al pabellón por la covid. Los chavales, vacunados, tienen que jugar con mascarilla... ¿Por qué se decide que unos jugadores vacunados puedan jugar en un recinto cerrado, ante 5.000 personas, sin mascarilla, y en un pabellón anexo, vacío, tengan que hacerlo con ella y sus padres deban esperar fuera a que acabe el partido? No será el problema más difícil para nuestros gobernantes, pero, si esto lo resuelven así, ¿qué nos queda que pensar?

Fernando Area Torres. Santiago de Compostela (A Coruña)

El gesto de Otegi

Si tuviéramos en cuenta lo que cuesta dar un paso como el que ha dado Otegi por lo difícil que es para las personas reconocer sus errores, seguro que daríamos más valor a sus palabras. Así lo han visto la hija de Ernest Lluch, considerando que el reconocimiento que ha hecho del dolor y el sufrimiento que causó ETA es un gran paso de la izquierda abertzale, y la de Juan María Jáuregui, que lo considera un paso gigante a favor de la convivencia. Hasta Consuelo Ordóñez, presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo, ha reconocido en La Sexta que le han llamado la atención las palabras de Otegi, aunque sin dejar de recordarle que le ha faltado reconocer la responsabilidad que la izquierda abertzale ha tenido en los 40 años de terror y que debe pasar a los hechos dejando de referirse a los asesinos de ETA como presos políticos y de homenajearlos en las calles, donde cometieron sus crímenes.

Mario Suárez. Pilas (Sevilla)

Móviles en las escuelas

Los teléfonos móviles se utilizan para todo, como por ejemplo al estudiar, cuando necesitas buscar información para hacer un trabajo, etcétera. En los centros educativos deberían permitir usar los móviles, ya que se necesitan para la clase o bien para buscar algo relacionado con la asignatura que se esté dando o bien para estudiar. La mejor opción ante estos problemas es darle la vuelta a la tortilla y hacer que el teléfono móvil juegue a favor de los profesores. Eso sí, hay que darle un correcto uso y limitarlo en ciertas ocasiones.

Silvia Morales Bonaplata. Alcorcón (Madrid)

Demasiadas prisas

Pocas veces me paro a pensar a qué se deben mis prisas cuando voy a algún lado. Son varias las veces que pauso mi trayecto para intentar entender dónde, o más bien hacia dónde, quería ir tan rápido. Desde que vivo en la ciudad, no existen las pausas, más bien he aprendido a vivir en un constante párrafo que rebosa palabrería. Lo complicado que es acostumbrarse a la inmediatez de la vida cuando lo único que has conocido ha sido la solemnidad de una tarde de domingo en un pueblo de la montaña.

Ainhoa Lérida Pérez. Valencia


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