Adiós al “ordeno y mando”

El feminismo y el movimiento #MeToo han contribuido también a un cambio de estilo en el ejercicio del poder

RAQUEL MARÍN

Cuando las redes llegaron a nuestras vidas poco imaginábamos el impacto que tendrían sobre nosotros. Los nodos se conectan entre sí de forma horizontal, flexible y no jerárquica y se han convertido en el modelo organizativo de una nueva forma de actuar. Todos recordamos la impactante estrategia en red utilizada por la activista estadounidense Stacey Abrams que logró, junto a muchas otras líderes afroamericanas, la victoria del demócrata Joe ...

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Cuando las redes llegaron a nuestras vidas poco imaginábamos el impacto que tendrían sobre nosotros. Los nodos se conectan entre sí de forma horizontal, flexible y no jerárquica y se han convertido en el modelo organizativo de una nueva forma de actuar. Todos recordamos la impactante estrategia en red utilizada por la activista estadounidense Stacey Abrams que logró, junto a muchas otras líderes afroamericanas, la victoria del demócrata Joe Biden en un Estado tradicionalmente conservador como Georgia.

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El liderazgo tradicional de “ordeno y mando” ya no funciona. Se trata de influir, convencer y cooperar, ya que cualquier persona que actúe como un nodo en una organización puede ser emisora y receptora de información al mismo tiempo, sin necesidad de pasar por un nodo central. El poder se distribuye y democratiza.

El feminismo y el movimiento #MeToo han contribuido también a este cambio de estilo en el ejercicio del poder. En los pasados Juegos Olímpicos, las jugadoras del equipo nacional femenino de baloncesto han denunciado a su exentrenador por autoritarismo y maltrato. “Mondelo nos dijo que no teníamos postre porque estábamos gordas”, explica la baloncestista Marta Xargay como ejemplo del trato denigrante que le generó diversos trastornos psicológicos y una enorme inseguridad, hasta el punto de verse obligada a abandonar su profesión. El exseleccionador fue fulminantemente despedido.

Mientras tanto, en otra parte del mundo triunfaba la llamada “Jacindamanía”, como se alude al entusiasmo que genera la carismática primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern. Destaca su liderazgo innovador basado en un estilo cálido y transparente, empático, feminista, respetuoso con las minorías y en la comunicación directa con la ciudadanía. “Ellos son nosotros” exclamó, emocionada, la mandataria en 2019 con relación a las víctimas de un ataque a dos mezquitas, mostrando igualdad y respeto. Son rasgos diametralmente opuestos a los que clásicamente se han considerado propios del ejercicio del poder: verticalidad, jerarquía, autoridad, control de la información, y comunicación agresiva y unidireccional.

Esta es la expresión de un movimiento de fondo por el cual cabe afirmar que el tiempo de los liderazgos autoritarios se está acabando en Occidente. Pese al progresivo descenso de los liderazgos unipersonales y autárquicos, históricamente han seguido siendo mayoritarios en muchas estructuras sociales, políticas y económicas. No obstante, la globalización contribuyó a un cambio de modelo ya que es difícil ejercer un control exhaustivo sobre muchas personas y organizaciones distribuidas por el mundo. La crisis de la covid-19 es la que podría dar la puntilla a este viejo estilo de liderazgo.

La London School of Economics, junto a otros organismos internacionales, ha investigado las llamadas “emergencias complejas”, que son globales, inciertas y extensas, como la pandemia vírica o la crisis climática. Para afrontarlas, se han desplegado a lo largo del mundo fórmulas de liderazgo muy diferentes a las clásicas. En nuestro país, el Institut d’Estudis Regionals i Metropolitans de Barcelona ha analizado en detalle cuáles serían estos nuevos rasgos necesarios para sobrevivir a estas crisis presentes y futuras. Destacan, entre otros, los liderazgos colectivos y el poder distribuido, que se muestran en la creación de equipos autónomos y transversales. Se incrementa la horizontalidad que se deriva de la repartición del poder, en sustitución de la jerarquía clásica. Aparece la resiliencia dinámica, que no busca adaptarse a toda costa al equilibrio anterior sino adaptarse al nuevo orden emergente. Y crece la empatía con el entorno, muy especialmente en la comunicación, en lugar de los mensajes directos verticales y unidireccionales. Esta es la nueva “gobernanza de la empatía”.

La vicepresidenta segunda del gobierno Yolanda Díaz afirmó hace unas semanas que deseaba practicar un liderazgo no confrontativo y no jerárquico, ya que su objetivo era tender puentes, pues, según ella, “la política del ruido y los muros no conduce a nada”. Estas afirmaciones nos sitúan en este modelo de liderazgo radicalmente diferente al tradicional que, aunque convive con él, poco a poco va expandiéndose. Su conclusión fue taxativa: “Yo no ordeno y mando. No lo voy a hacer jamás. No lo hago con mi equipo, ni lo voy a hacer nunca”.

Podría parecer una coincidencia, pero no lo es: todas las personas citadas en este breve análisis son mujeres. Y es la confirmación de que el mundo cambia y se enriquece cuando las mujeres tienen la posibilidad de gobernar en él.

Sara Berbel Sánchez es doctora en psicología social.

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