Historias de mujeres valientes (al apagarse el pebetero)

Los casos de Kristsina Tsimanuskaia y Simone Biles son un efecto colateral positivo de los Juegos Olímpicos al poner el acento sobre problemas que deberían colonizar la conversación pública

Kristsina Tsimanuskaia el 5 de agosto de 2021 en Varsovia.Maciek Jaźwiecki / Agencja Gazeta

Les confieso que nunca he mostrado mucho entusiasmo por los Juegos Olímpicos. No me resultan atractivos a pesar del interés informativo y el entusiasmo que despiertan en amplias capas de la sociedad. Tengo, eso sí, un respeto profundo por el sacrificio y la renuncia que representa la vida de los deportistas. También celebro el éxito de ...

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Les confieso que nunca he mostrado mucho entusiasmo por los Juegos Olímpicos. No me resultan atractivos a pesar del interés informativo y el entusiasmo que despiertan en amplias capas de la sociedad. Tengo, eso sí, un respeto profundo por el sacrificio y la renuncia que representa la vida de los deportistas. También celebro el éxito de aquellos que han competido en Japón representando a España. No ignoro tampoco el magnífico espectáculo que normalmente proyectan al mundo las sesiones de inauguración y clausura y soy consciente, claro está, de la oportunidad que representa una cita olímpica para tantos deportes habitualmente silenciados.

Con todo, encuentro siempre más estimulante esa otra narrativa que escapa de lo estrictamente deportivo para conectar con asuntos ubicados dentro de la agenda política y social. Los Juegos Olímpicos de Tokio no han sido una excepción a este respecto y permiten inventariar al menos dos historias protagonizadas por mujeres valientes. Me refiero, claro está, a Kristsina Tsimanuskaia y a Simone Biles.

El caso de Kristsina Tsimanuskaia conecta con una realidad ciertamente conocida en la que una deportista hace frente a las amenazas del país por el que compite (Bielorrusia) y solicita protección internacional en otro (Polonia). El testimonio de la atleta en torno al riesgo que representa volver a su país resulta creíble tratándose del régimen de Lukashenko. Aunque la repercusión del caso está obviamente condicionada por la curiosidad que suscita todo lo que en unas olimpiadas le pueda ocurrir a sus deportistas, debería servir para hacernos partícipes de la importancia de denunciar la represión que practica sin complejos un gobierno sobre el que la Unión Europea ya ha impuesto sanciones y en el que la esperanza que proyectan las protestas sociales solo se fortalecerá si persiste cierta curiosidad internacional.

Pero me parece todavía más interesante el caso de Simone Biles. Se trata de una audaz reivindicación de algo tan inusual como el cuidado de la salud mental. La novedad no está en el hecho concreto de cómo la presión impide a una deportista afrontar su participación en unas pruebas para las que, sin embargo, dispone de una adecuada preparación física. Lo sobresaliente de Simone está precisamente en no ocultar este episodio con justificaciones que apartan la atención del problema real. Escuchar de una deportista de éxito hablar de la necesidad de parar y cuidar la parte más emocional es, sin duda, un ejercicio de liderazgo particularmente poderoso que debería servir de estímulo para fortalecer la atención sobre un tema de gran relevancia también para la ciudadanía.

Más allá del balance que la competición olímpica nos exija hacer en términos de cuántas medallas ha ganado cada quien, convendría no olvidar estas otras historias, ni tampoco a sus protagonistas. Constituyen un efecto colateral positivo de los Juegos Olímpicos al poner el acento sobre problemas que deberían colonizar la conversación pública. No en vano seguirán interpelándonos y exigiendo respuestas ahora que ya se ha apagado el pebetero.

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