La corrección política y la agenda de la derecha
La oposición a una manera de utilizar el lenguaje sirve de bandera y blanqueamiento para planteamientos inaceptables
Desde hace algunos años se ha añadido una nueva línea divisoria a las que ya atravesaban la sociedad española: la corrección política. El tema es relativamente nuevo y ha irrumpido un par de veces en la agenda pública con dos buques insignia: los límites del humor y el lenguaje inclusivo. ¿Están los chistes de Arévalo desfasados? ¿podemos reírnos de todo? ¿hay que desdoblar todas las palabras para aludir al género masculino y al femenino? Y en una de sus últimas manifestaciones ¿deberíamos dec...
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Desde hace algunos años se ha añadido una nueva línea divisoria a las que ya atravesaban la sociedad española: la corrección política. El tema es relativamente nuevo y ha irrumpido un par de veces en la agenda pública con dos buques insignia: los límites del humor y el lenguaje inclusivo. ¿Están los chistes de Arévalo desfasados? ¿podemos reírnos de todo? ¿hay que desdoblar todas las palabras para aludir al género masculino y al femenino? Y en una de sus últimas manifestaciones ¿deberíamos decir personas gestantes o menstruantes para incluir a una minoría en vez de —o además de— decir “mujeres”?
Cada una de esas preguntas daría para abrirse un canal de Youtube. Y, sin embargo, el debate está en pañales si lo comparamos con su evolución en Estados Unidos, donde llevan más de 40 años dándole vueltas. Allí se definió la corrección política como la práctica de omitir políticas, acciones o lenguaje para no ofender a ciertas personas o colectivos generalmente minoritarios. Parte de la voluntad de inclusividad; aunque las personas que la practican a menudo lo hacen para eludir ser asociados al privilegio y al conservadurismo, más que por consideración con las minorías. 40 años dan para mucho, y cada poco los límites de la corrección política se expanden con nuevos eufemismos y temas tabú. Los críticos con este nuevo código apuntan que la comunicación se ha vuelto un campo de minas, ya que no sólo se trataría de limitar los mensajes y juicios de valor acerca de ciertos temas, sino los propios temas de los que se puede hablar. Por ejemplo, no es infrecuente que los alumnos universitarios reclamen trigger warnings o avisos de que en clase se va a tratar un tema que podría perturbarles —independientemente de los términos en que se haga—, como el racismo o la violencia en cualquiera de sus manifestaciones. Yo me he visto en esas y les adelanto que es difícil, incluso estando predispuesta a hacerlo bien, avisar de que se va mencionar un concepto sensible sin mencionarlo.
Aunque aún falta para llegar a este estadio, lo cierto es que la corrección política está cobrando peso aquí también como tema de opinión pública. Una encuesta del grupo Elecciones, Democracia y Ciudadanía (UAB) realizada a finales de 2018 reveló que, frente al 42% de españoles que creían que “debíamos cambiar nuestra manera de expresarnos para no herir la sensibilidad de determinados colectivos”, un 58% creía que “algunas personas se ofenden con demasiada facilidad”. A más edad y menor nivel de estudios, menos corrección política. Hombres, parados —pero también las personas que perciben más ingresos, paradójicamente—, castellanoleoneses y murcianos también tienen mayor tendencia a rechazar la corrección política.
Por preferencia partidista, votantes identificados con EH Bildu, CUP, Ciudadanos y PNV eran los menos correctos políticamente en 2018. Sin embargo, esta encuesta no contemplaba aún la posibilidad de preferir a Vox a cualquier otro partido. En encuestas posteriores, la relación entre Vox e incorrección política afloró. El pasado mes de mayo, los votantes que más apoyaban la idea de que la gente tiene la piel demasiado fina eran precisamente los de este partido, seguidos por los de Coalición Canaria, el PP y Ciudadanos. Aunque los niveles y proporción de políticamente correctos e incorrectos no han variado mucho en los últimos años, sí ha habido un alineamiento entre opiniones sobre la corrección política y preferencias partidistas e ideológicas. Efectivamente, la correlación entre el posicionamiento en la escala ideológica medida de 0 a 10 y nuestro indicador de corrección política ha aumentado asombrosamente con el paso de los años. La corrección política —o mejor dicho, la lucha contra ella— se está convirtiendo en un tema de derechas.
Sumemos a esto el hecho de que aún queda mucho campo por explorar —o vetar— en cuanto a corrección política y concluiremos que el tema tiene recorrido y puede dar mucho oxígeno a los partidos de derechas. No seríamos el primer caso en que la extrema derecha se erige en abanderada explícita de la incorrección política, ni tampoco el primero en que dicho tema contribuye sustancialmente a su blanqueamiento y victoria, vendiéndose como autenticidad y defensa de la libertad de expresión. Ante esto, ¿qué puede hacer el resto de la sociedad? Tal vez negar la mayor. Algunas modificaciones en nuestra manera de expresarnos no son corrección política, son respeto y evolución social. Tal vez tomar el pulso a la opinión pública española y reconocer que algunos neologismos o prácticas difícilmente van a cuajar antes de poner otros fundamentos primero. Considerar que, en sus versiones más extremas, la corrección deriva en barreras a la comunicación y en dogma. Evitar términos derogatorios como “buenismo” o “ofendiditos”. Los cuales, por cierto, no he entendido aún si son los que quieren ser tratados con dignidad o los que reclaman el derecho a seguir expresándose como en una película de Cine de Barrio.
Carol Galais es investigadora Ramón y Cajal en el departamento de Ciencia Política y Derecho Público en la UAB.