El asesinato de Jaime Cerrón Palomino

La nueva Administración peruana podrá ayudar a cauterizar heridas o exhumar únicamente las tumbas de sus militantes y proceder a la caza y captura de los verdugos

Pedro Castillo, en Lima (Perú).Paolo Aguilar (EFE)

Jaime Cerrón Palomino era vicerrector de la Universidad Nacional del Centro del Perú y profesor de una asignatura peligrosa, Materialismo Dialéctico, cuando, el 8 de junio de 1990, el automóvil en que se desplazaba, conducido por un chófer de la institución académica, fue interceptado por hombres armados, a pie y en camioneta, que les secuestraron y partieron con rumbo desconocido. Días después, sus cadáveres aparecieron torturados y cosidos a balazos; les cortaron los pies y las manos, y al chófer le sacaron los ojos. Cerrón era consciente de que peligraba pues había encargado a un hijo que e...

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Jaime Cerrón Palomino era vicerrector de la Universidad Nacional del Centro del Perú y profesor de una asignatura peligrosa, Materialismo Dialéctico, cuando, el 8 de junio de 1990, el automóvil en que se desplazaba, conducido por un chófer de la institución académica, fue interceptado por hombres armados, a pie y en camioneta, que les secuestraron y partieron con rumbo desconocido. Días después, sus cadáveres aparecieron torturados y cosidos a balazos; les cortaron los pies y las manos, y al chófer le sacaron los ojos. Cerrón era consciente de que peligraba pues había encargado a un hijo que enterrara los libros sobre marxismo. El campus de Huancayo era entonces un polvorín donde Sendero Luminoso y el MRTA se enfrentaban ideológicamente y su terrorismo era respondido con el terrorismo de Estado.

Los deudos de los miles de estudiantes y docentes muertos durante el salvajismo del período 1980-2000 no lo han olvidado; tampoco, Vladimir Cerrón, hijo del vicerrector, fundador del partido Perú Libre, que denuncia la histórica impunidad del Ejército, la Policía y los servicios de inteligencia, y a quien probablemente le satisfaría ajusticiar a los asesinos de su padre. El hombre llamado ser factótum del eventual Gobierno de Pedro Castillo tendrá que refrenarse y avanzar sin revanchismos para no vulnerar derechos ni resucitar los sentimientos de venganza latentes entre los familiares de las 69.280 personas liquidadas por el terror subversivo (54%) y agentes del Estado (43%).

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Todavía abruman la carnicería de inocentes y la deshumanización del contrario que rotularon los dos decenios de dinamita senderista, escuadrones de la muerte y rondas campesinas. La nueva Administración podrá ayudar a la cauterización de heridas desde el Estado de derecho, o bien, exhumar únicamente las tumbas de sus militantes y proceder a la caza y captura de los verdugos. El sectarismo en la interpretación de la memoria histórica y la rendición de cuentas solo llevará al encono y la ingobernabilidad. Perú encontrará su pasado a través del conocimiento, análisis y corrección de las causas que lo ensangrentaron.

Con la proclamación de Castillo, alcanzarían el mando ideólogos más cerca del guevarismo del MRTA y del maoísmo de Sendero Luminoso, el engendro resultante de las escisiones de la izquierda peruana, que del liberalismo, entendido como la doctrina de la libertad individual y la mínima intervención del Estado en la vida social y económica. Jaime Cerrón Palomino alfabetizó al ignorante con el abecedario de Marx y Engels, una instrucción que le costó la vida; para conservarla, los jueces sin rostro sentenciaban detrás de cristales ahumados. La democracia tendrá que asumir la victoria de Castillo, si se confirma, y construir equidad aquilatando las rupturistas tesis del hijo del vicerrector. Correrá la sangre si pretenden aplicarlas con mamparas y políticas liberticidas, como en Venezuela y Nicaragua.

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