Sonrisas

El PP y Ciudadanos han invertido demasiado tiempo en llevarse las manos a la cabeza, sin dejar de sonreír, cada vez que alguien definía al partido de Abascal como fascista

La candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, acompañada por el alcalde de la capital madrileña, José Luis Martínez-Almeida y el presidente del PP, Pablo Casado, en la Plaza Salvador Dalí, en Madrid.Zipi (EFE)

Hace poco más de dos años, cuando Moreno Bonilla formó Gobierno en Andalucía, todavía era una expresión que provocaba risas y sonrisas. ¿Cordón sanitario?, exclamaban los dirigentes del PP dentro y fuera de Andalucía, ¡no, por favor, nosotros somos demócratas! En democracias europeas más sólidas, más antiguas y experimentadas que la nuestra, los cordones sanitarios para aislar a la ultraderecha ...

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Hace poco más de dos años, cuando Moreno Bonilla formó Gobierno en Andalucía, todavía era una expresión que provocaba risas y sonrisas. ¿Cordón sanitario?, exclamaban los dirigentes del PP dentro y fuera de Andalucía, ¡no, por favor, nosotros somos demócratas! En democracias europeas más sólidas, más antiguas y experimentadas que la nuestra, los cordones sanitarios para aislar a la ultraderecha nunca han hecho sonreír a nadie. En España sí, porque aquí, para que un partido sea considerado democrático, basta con que se presente a unas elecciones, aunque sus palabras, su ideario, su programa, resulten intrínsecamente totalitarios. El PP y Ciudadanos han invertido demasiado tiempo en llevarse las manos a la cabeza, sin dejar de sonreír, cada vez que alguien definía al partido de Abascal como fascista. Lo necesitan tanto para conservar el poder, que han consagrado su impunidad. Los dirigentes de Vox son como esos niños chulos de patio de colegio que hacen y deshacen a su antojo porque saben que sus hermanos mayores siempre llegarán a tiempo para defenderlos a puñetazo limpio. Y así hemos llegado hasta aquí. Vox, temeroso de no entrar en la Asamblea, moviliza a los suyos a base de provocaciones, aplicando la táctica favorita de los fascismos clásicos, y logra radicalizar a quienes van de moderados. La apelación al diálogo de Bal en el debate de la SER, con amenazas de muerte encima de la mesa, fue bochornosa. La intervención de Almeida, pidiendo a los amenazados ―de muerte, insisto―que no se victimicen, ni criminalicen a quienes no condenan las amenazas, directamente inconcebible. Esta es la consecuencia de rechazar los cordones sanitarios con una sonrisita de suficiencia. Y aún nos queda mucho por ver.

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