España debe aprender de las lecciones de un año de pandemia

Además de procesar el dolor, es necesario analizar errores de estrategia y fallos estructurales

Una mujer cruza un paso de peatones en la Gran Vía de Madrid durante el confinamiento, el pasado marzo.Samuel Sánchez

Fue como un eclipse. De repente, a mediodía, se hizo oscuro. España llevaba décadas bajo cielos a veces más despejados, otros nubosos, pero diurnos, nada parecido a la noche cerrada que se precipitó abruptamente en esos días de marzo de hace un año. Las señales de alerta se habían ido acumulando, pero fue con la declaración del estado de alarma, hace justo un año, cuando cristalizó la abrumadora concienciación de la catástrofe. ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Fue como un eclipse. De repente, a mediodía, se hizo oscuro. España llevaba décadas bajo cielos a veces más despejados, otros nubosos, pero diurnos, nada parecido a la noche cerrada que se precipitó abruptamente en esos días de marzo de hace un año. Las señales de alerta se habían ido acumulando, pero fue con la declaración del estado de alarma, hace justo un año, cuando cristalizó la abrumadora concienciación de la catástrofe. Los 12 meses siguientes han arrojado un balance aterrador: más de 70.000 muertes registradas por covid (y un exceso con respecto a la media de los cuatro años anteriores de más de 90.000); un colapso del PIB del 11% en 2020; una política en un estado desolador de agitación y litigio. En todos estos aspectos —sanitario, económico y político—, la yuxtaposición del balance español con el de otras democracias desarrolladas es negativa. Sin duda, el Gobierno tiene en ello importantes responsabilidades. Pero hay también factores estructurales que no dependen del Gobierno de turno, y una concurrencia de culpas en un Estado de corte cuasi federal. Además del dolor por la vida perdida, pues, España debería analizar fríamente los errores coyunturales y los fallos estructurales que la pandemia ha expuesto.

En el plano sanitario, destacan problemas especialmente acusados en España: el elevadísimo número de muertes en las residencias de ancianos; el alto porcentaje de sanitarios contagiados por falta de equipos de protección; la desescalada precipitada tras la primera ola y el tropiezo en la misma piedra en Navidades. El sistema sanitario ha resistido el test de estrés de las sucesivas oleadas gracias a la abnegación de sus profesionales, pero la pandemia ha puesto de manifiesto la debilidad en la que se encuentra a causa de los recortes de la década anterior. También ha quedado en evidencia la fragilidad de las estructuras de salud pública —con una ley de 2011 que aún no ha sido desarrollada del todo— y de los mecanismos de decisión en un Estado descentralizado. El Consejo Interterritorial de Salud, como órgano de cogobernanza, se ha demostrado un instrumento poco ágil (y todo lo ha empeorado la mala disposición política de algunos). Es urgente reforzar los servicios centrales del Ministerio de Sanidad, desarrollar una mucho mejor gestión de los datos y reorientar el mecanismo conjunto de toma de decisiones.

En el plano económico, la posición de España en el furgón de cola de Europa en cuanto a retroceso de PIB se explica por su elevadísima dependencia del sector turístico, epicentro del terremoto. La explicación, sin embargo, no es consuelo. Ante el descalabro, el Gobierno ha dado respuestas de protección por lo general correctas en su orientación —ERTE, créditos avalados por el ICO, refuerzo del paraguas social con el ingreso mínimo vital y, esta misma semana, ayudas directas a empresas y autónomos—, pero casi siempre con cierto retraso con respecto a la acción de socios europeos y con dificultades de implementación. La pandemia vuelve a subrayar problemas endémicos españoles —mercado laboral disfuncional, baja productividad, exceso de pequeña empresa, dudosa sostenibilidad del sistema de pensiones con frágil base cotizante—. Todo ello tendrá que ser objeto de atención y reformas. Será esencial gestionar de forma eficaz los fondos europeos, que los estímulos no se retiren prematuramente y diseñar un plan fiscal a medio plazo que genere confianza. En lo positivo, la pandemia ha puesto en evidencia una notable disposición al diálogo de sindicatos y patronales.

El plano político es desalentador. A las endémicas turbulencias en cuestiones territoriales y de confrontación entre partidos, la pandemia ha añadido la constatación de la incapacidad de sobreponer el interés colectivo a los partidistas incluso en tiempos terribles. Priman en España las culturas políticas del frentismo y del relato, ambas enemigas de las soluciones pragmáticas y de compromiso, que son la vía maestra de progreso. Ojalá España sepa aprender de sus errores. Puede. Lo hizo en el pasado, proyectándose con un extraordinario salto del triste retraso de la dictadura franquista a la vibrante realidad de una sociedad moderna y próspera.

EDITORIAL | No olvidar a los sirios

Al cumplirse una década de conflicto, la comunidad internacional debe mantener la presión sobre el régimen

Más información

Archivado En