Democracia plena y debates tramposos

No tiene sentido defender tan cerca de nuestra portería. España aparece en las clasificaciones más altas de los índices de ‘The Economist’, entre otros

Pablo Iglesias durante la videoconferencia que ha mantenido este jueves con el presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli.Dani Gago (Dani Gago/EFE)

Las palabras son más que palabras y buena parte de los debates son discusiones sobre otra cosa: no un intercambio de opiniones, sino mecanismos de propaganda y señalización. Lo vemos cada día en las redes sociales: muchas diferencias son más de matiz que de esencia. Lo más visible, sin embargo, no son discusiones reales, sino una combinación de spin y trampas. Ese estilo argumentativo se traslada a la conversación general.

Una característica de un debate honesto es presentar de la mejor manera el argumento del contrario: tendrías que refutar su mejor argumento y no el peor. La in...

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Las palabras son más que palabras y buena parte de los debates son discusiones sobre otra cosa: no un intercambio de opiniones, sino mecanismos de propaganda y señalización. Lo vemos cada día en las redes sociales: muchas diferencias son más de matiz que de esencia. Lo más visible, sin embargo, no son discusiones reales, sino una combinación de spin y trampas. Ese estilo argumentativo se traslada a la conversación general.

Una característica de un debate honesto es presentar de la mejor manera el argumento del contrario: tendrías que refutar su mejor argumento y no el peor. La intención de otros debates, en cambio, es solo marcar una posición antagónica o imponer una manera de ver las cosas. A veces uno no se da cuenta y, cuando mira atrás, descubre que está discutiendo en un lugar muy alejado del asunto: a ver quién vuelve a la playa ahora.

El caso Hasél se presentaba como una cuestión de libertad de expresión. Muchos, preocupados por esa cuestión, hemos escrito desde ese punto de vista, aunque su caso tiene otros factores y aunque algunos de quienes se escandalizaban lo defendían porque simpatizaban con algunas de sus ideas.

En las últimas semanas hemos hablado mucho de España como democracia plena, a raíz de unas declaraciones donde el vicepresidente Iglesias le negaba esa condición. España, con todos sus problemas —por ejemplo, la colonización de los partidos de las instituciones, que en las negociaciones de RTVE y el CGPJ se presenta como un regreso a unos viejos tiempos más apacibles—, aparece en las clasificaciones más altas de los índices de The Economist Intelligence Unit y Polity Data Series, que mide la competitividad y apertura de las elecciones, la participación política y los límites a la autoridad ejecutiva.

En este supuesto debate, el sintagma se ha utilizado solo como un avatar propagandístico: una nueva manera de decir que España no es una democracia “real”, intentando disimular el esperpento de que lo diga un vicepresidente. Italia, Francia o Estados Unidos son, según el índice de The Economist, democracias defectuosas y no creemos que sean ilegítimas. No tiene sentido defender tan cerca de nuestra portería. La definición técnica varía, pero también se puede formular así: una democracia plena es un régimen que nunca le podrá gustar a Pablo Iglesias. @gascondaniel

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