Cataluña, ante un escenario abierto

El éxito del PSC y la resistencia del independentismo marcan el 14-F

Salvador Illa celebra los resultados electorales en la sede del Partido Socialista en Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI

Las elecciones autonómicas catalanas han dejado un escenario muy abierto para la gobernanza de la Generalitat. Otorgan la victoria como primer partido a los socialistas del PSC (PSC-PSOE), tanto en voto popular como en escaños, en este último baremo empatados con Esquerra Republicana. La candidatura del exministro de Sanidad, Salvador Illa, se ha impuesto, pero en un marco en el que ...

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Las elecciones autonómicas catalanas han dejado un escenario muy abierto para la gobernanza de la Generalitat. Otorgan la victoria como primer partido a los socialistas del PSC (PSC-PSOE), tanto en voto popular como en escaños, en este último baremo empatados con Esquerra Republicana. La candidatura del exministro de Sanidad, Salvador Illa, se ha impuesto, pero en un marco en el que el independentismo ha reforzado su mayoría en escaños en el Parlament. Pese a la difícil perspectiva para lograr una mayoría de gobierno, el exministro de Sanidad anunció antes de la medianoche su intención de presentarse a la investidura como futuro presidente de la Generalitat. Evitó así el pasado error de Inés Arrimadas, quien como líder triunfante de Ciudadanos en 2017 rehuyó los difíciles retos asociados a su victoria en un efervescente escenario hostil. Plantó cara así al veto anunciado y firmado en la fase final de la campaña —en un documento sectario y excluyente— por los grupos independentistas.

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El segundo puesto obtenido por Esquerra, aunque con mínima ventaja ante Junts per Catalunya, cambia los equilibrios en el independentismo. Permite a los republicanos revertir su tradicional sumisión al nacionalismo conservador más corrupto, así como encabezar el intento de los independentistas de mantener el Govern, en detrimento de Junts —la heteróclita agrupación más partidaria de una secesión unilateral—, compuesta por el expresident fugado Carles Puigdemont y su rival Laura Borràs. El voto constata la resistencia de las creencias secesionistas en la sociedad catalana. Pero los alardes por haber superado el 50% del voto popular como eventual coartada para intentar legitimar otra operación ilegal y rupturista capotan ante el descenso de unos 25 puntos en la participación. Así que pretender avanzar hacia una declaración unilateral de independencia con un apoyo de menos de un tercio del censo sería, además de ilegal, un disparate bajo cualquier punto de vista. Cataluña necesita alejarse de esa perspectiva de aventurismo unilateral. El modelo de gobernanza bipartito Junts-Esquerra, simbolizado en el justamente olvidado mandato de Quim Torra, ha dado de sí toda la parálisis y esterilidad del que era capaz. La necesidad de acudir al apoyo de los anticapitalistas de la CUP para rearmarlo, en aras de mantener las posiciones de poder, no le otorgaría per se ni más estabilidad ni mayor coherencia.

Pero las escasas posibilidades de obtener alianzas por parte de los socialistas, y las vacuas expectativas de sus dos principales rivales de ofrecer un nuevo modelo de gestión, no desacreditan operaciones legítimas de intentar fraguar un ejecutivo de nuevo tipo. Para abrir una nueva era más positiva para Cataluña, que sirva para superar la parálisis gubernamental, el deterioro institucional, y su decadencia económica. En este sentido, convendría iniciar una fase de reflexión que calme los ímpetus de campaña y replantee todas las posibilidades.

Del balance del 14-F destaca un elemento particularmente mortificante para la democracia liberal, y para la más global escena política española. No es otro que el ascenso de la derecha populista extrema de Vox, y la consiguiente derrota, en términos aplastantes, de la derecha conservadora (PP) y liberal (Ciudadanos). Pero no es indispensable concluir que esa ecuación se haya convertido en sistémica. De ninguna manera. Todo indica que ha concurrido un voto táctico, sobre la presunción de que una oposición dura, incluso de modos intolerantes, era la receta más eficaz para contrarrestar la insurgencia secesionista. Esto, de todas formas, tendrá repercusiones en clave nacional.

La ciudadanía ha hablado. Corresponde ahora a los partidos buscar una fórmula de gobernabilidad. Es evidente que la etapa anterior ha arrojado resultados nefastos. Es de esperar que se extraigan las debidas consecuencias en el interés de la ciudadanía catalana.

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