Columna

Los solidarios y los tenderos

Europa sigue desgarrada entre sus proyectos y el ruido de la realidad

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea.

El barullo que se ha armado a propósito de las vacunas de AstraZeneca ha vuelto a traer a primer plano las distintas maneras con que se piensa y se imagina y se proyecta lo que es Europa. El anuncio de que la farmacéutica no iba a cumplir con el calendario previsto de entrega de las dosis negociadas levantó un enorme revuelo, y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, puso en marcha a toda pastilla un regla...

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El barullo que se ha armado a propósito de las vacunas de AstraZeneca ha vuelto a traer a primer plano las distintas maneras con que se piensa y se imagina y se proyecta lo que es Europa. El anuncio de que la farmacéutica no iba a cumplir con el calendario previsto de entrega de las dosis negociadas levantó un enorme revuelo, y la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, puso en marcha a toda pastilla un reglamento que sirviera para presionar a la empresa. Más allá de que en la iniciativa se incluyera la indicación de establecer controles en la frontera entre Irlanda e Irlanda del Norte para evitar la salida de vacunas hacia el Reino Unido, una precipitación fatal que toca una parte sensible de los acuerdos del Brexit y que por fortuna se corrigió a las pocas horas, lo que el episodio volvió a poner en escena es esa estrecha línea que existe entre la defensa de unos valores determinados y el ruido de la gestión política y económica, el lado oscuro de las presiones, las sospechas recurrentes sobre la manera de obrar de las élites de Bruselas. La estrategia de la Unión que se ha sostenido en la compra conjunta de millones de dosis, para repartirlas luego de manera equitativa entre los países miembros, ha sido un acierto y es justo celebrarlo: solidaridad, atención a los que tienen menos recursos, unidad. Luego resulta que se trató con una farmacéutica díscola y poderosa y el principio de realidad impulsó decisiones polémicas.

El desgarro es viejo. A mediados del siglo XIX el que lo padeció de manera dolorosa fue el escritor y aristócrata ruso Aleksandr Herzen, un enorme pensador en el que se mezclaron íntimamente la pulsión romántica y el afán ilustrado por servirse de la razón para corregir los desvaríos, la pasión por luchar contra las injusticias y la decepción por los excesos de los que querían ir demasiado rápido. La derrota de las revoluciones de 1848 y 1849, y la crisis del proyecto emancipador que les daba cobertura, llevó a un Herzen desencantado a escribir más adelante en El pasado y las ideas: “Europa se pudre”. Se sintió obligado ahí a desmontar el mito que habían construido sus compatriotas rusos a propósito de los logros del continente. La idea de esa Europa civilizada y solidaria, fecunda, levantada sobre los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad, la de los grandes progresos técnicos y científicos, la Europa inagotable y desbordante de sus creadores: todo eso palidecía ante lo que de verdad existe. Y lo que existe, decía Herzen, es “la moral de los tenderos”. “Todo es mera apariencia, comprar a mitad de precio, ofrecer una porquería como si fuera buen género, ofrecer la forma en lugar de la esencia, callarse alguna condición onerosa, aprovecharse del sentido literal de una frase dicha por descuido, parecer en lugar de ser, comportarse decorosamente en vez de comportarse bien, guardar una respetabilidad exterior en lugar de preservar la dignidad interior”.

¿Exageraba? Su diagnóstico era feroz. Entendía que Europa se dividía en dos grandes rebaños: el de los pequeñoburgueses propietarios, aferrándose a lo que tienen y procurando que creciera, y el de los pequeñosburgueses empobrecidos, que solo se afanaban por arrancarles sus riquezas a los otros. Herzen creía profundamente en Europa, pero estaba herido. Vienen tiempos duros, así que conviene armarse para seguir defendiendo ese proyecto, a pesar de sus errores. Y no desfallecer.

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