Ignominia
No hay todavía respuesta a las preguntas más acuciantes que surgen ahora. ¿Qué va a pasar con Trump? ¿Habrá un nuevo ‘impeachment express’? ¿Dimitirá?
Había mucho de falsa euforia cuando hace unos días recibíamos a 2021, dando por sentado que será mucho mejor que el año que dejamos atrás. La tregua ha durado poco. Visto con la perspectiva de apenas unas horas, el asalto de miles de seguidores de Donald Trump al Capitolio es un cisne negro: todas las señales estaban ahí —altas, claras, retransmitidas en directo por el propio presidente—, pero nadie pareció querer ver...
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Había mucho de falsa euforia cuando hace unos días recibíamos a 2021, dando por sentado que será mucho mejor que el año que dejamos atrás. La tregua ha durado poco. Visto con la perspectiva de apenas unas horas, el asalto de miles de seguidores de Donald Trump al Capitolio es un cisne negro: todas las señales estaban ahí —altas, claras, retransmitidas en directo por el propio presidente—, pero nadie pareció querer verlas.
Fue también el despliegue en diferido de un temor que flotaba en el ambiente el día de las pasadas elecciones: el de la violencia provocada por los grupos supremacistas blancos, alentada desde la mismísima Casa Blanca. Afortunadamente, el 3 de noviembre transcurrió con normalidad democrática; debería haberlo hecho también el proceso, meramente burocrático, de certificar el resultado electoral. En medio del caos surgió de nuevo el fantasma de la guerra civil, evocado por algunos de los asaltantes. La polarización, elevada a puro fanatismo —y fascismo—, ciega cualquier relación con la realidad.
Pero la ignominia con la que Trump ha decidido terminar su mandato puede tener consecuencias positivas. La primera, la ruptura definitiva del Partido Republicano con su presidente —o con buena parte; entre los asaltantes se encontraba una congresista por Virginia—. El distanciamiento de los postulados más radicales y conspirativos. El reencuentro de una mayoría de estadounidenses, de cualquier signo, en torno a su democracia, una democracia que se ha visto atacada en su mismo corazón, física y simbólicamente, que, pese a la erosión de los últimos cuatro años, ha mostrado su resistencia a los continuos embates trumpistas, y que saldrá reforzada de este último.
La gran noticia del día, eclipsada por el asalto, fue la conquista por los demócratas de los dos escaños de Georgia en el Senado, con lo que ganan la mayoría y con lo que será menos complicado el Gobierno de Biden.
No hay todavía respuesta a las preguntas más acuciantes que surgen ahora. ¿Qué va a pasar con Trump? ¿Habrá un nuevo impeachment exprés? ¿Dimitirá? Es difícil visualizar una inauguración al uso, con el presidente entrante y el saliente en una misma ceremonia. ¿Y después? El futuro judicial de Trump se complica más aún. Y su futuro político podría —debería— quedar reducido a un puñado (aunque nutrido) de fanáticos.
¿Qué pasará con los asaltantes? Debería caer todo el peso de la ley sobre ellos. Algunos piensan que sería el modo de seguir manteniendo su llama. Pero la democracia no debe tener nunca miedo de hacer cumplir las leyes.
También deberán responder los responsables de seguridad de Washington y del propio Capitolio. En un país armado hasta los dientes, que ha visto en los últimos meses espectaculares despliegues policiales; en un país avisado por el propio presidente de que seguía sin aceptar el resultado, tan enormes fallos de seguridad no son admisibles.