Hay negocio en la frontera
El exceso de celo fronterizo o la incuria para con los migrantes son las dos caras del mismo fenómeno: la dificultad de gestionar un fenómeno global imparable ante el que la política se muestra a menudo impotente
Con el nuevo Moria convertido ya en un lodazal mucho antes de que empiece el invierno, la gestión del hecho migratorio —fenómeno que a menudo deviene en crisis, tanto por su deficitario manejo como por el sostenido aumento de los flujos— plantea serios interrogantes, dado que la política a duras penas logra honrar su misión de garantizar el bien común y, antes al contrario en lo que se refiere a la migratoria, concita solo desaprobación ...
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Con el nuevo Moria convertido ya en un lodazal mucho antes de que empiece el invierno, la gestión del hecho migratorio —fenómeno que a menudo deviene en crisis, tanto por su deficitario manejo como por el sostenido aumento de los flujos— plantea serios interrogantes, dado que la política a duras penas logra honrar su misión de garantizar el bien común y, antes al contrario en lo que se refiere a la migratoria, concita solo desaprobación y críticas. Así ha sucedido con el último plan de la UE, intolerable para muchos de quienes trabajan con los migrantes.
Ya no se trata solo de la externalización de los flujos migratorios —endosada a países tan dudosos como Turquía o Libia—, de la militarización de las fronteras o las insuficientes políticas nacionales de asilo, tan sujetas en ocasiones, como en el caso de Grecia, a déficits territoriales y económicos… También resulta que la megacrisis que Europa vivió en 2015, y que persiste, se mercantilizó en parte. Si al refuerzo de las fronteras vía concertinas o muros –para ganancia de las empresas del ramo-, se añade la gestión corporativa del proceso de acogida y asilo, ¿dónde queda la política, dónde los Estados? Un reciente informe del portal Balkan Insight revelaba que una consultora estadounidense, líder en gestión y administración estratégica —sea eso lo que fuere—, se benefició de un contrato millonario de Bruselas para acelerar la tramitación de asilo de los refugiados y, a la postre, salvar el criticado —en legitimidad y en implementación— acuerdo migratorio con Turquía, que debía cerrar el grifo de llegadas a Europa.
La subcontratación de esa firma, en 2016 y 2017, provocó críticas sobre el riesgo de externalización de las políticas de asilo, teórica clave de bóveda del sistema. Pero no es un hecho aislado, ni se limita a la fortaleza Europa, asediada por decenas de miles de personas a las que solo guía la desesperación (y las mafias que trafican con ellas, que también sacan buen partido). Según el Transnational Institute, algunas de las mayores corporaciones de la industria de seguridad y defensa se hallan tras el blindaje fronterizo de EE UU, y en especial del muro con México. Sensores y cámaras térmicas, sistemas biométricos de vigilancia, drones forman parte del arsenal con que EE UU enfrenta el fenómeno.
Europa no se queda atrás: ahí está la floreciente industria de las vallas y concertinas, en cuya fabricación España es puntera aunque las retirara de Ceuta y Melilla (y las levantara Marruecos con fondos de la UE). La insuficiente gestión de los CETI, o la derivación de menores en desamparo a gestores no siempre capaces, hace preguntarse dónde queda el Estado y a quién beneficia el exceso de celo securitario o la incuria para con los migrantes. Si el mercado suple, o aún suplanta, la voluntad política, solo quedará la conmiseración hacia las víctimas.