Elogio a la cordura o lo que nos jugamos con Claudia Sheinbaum

Tenemos una enorme suerte de estar discutiendo sobre si la presidenta podrá conciliar la reducción de la pobreza y el crecimiento económico, si lo comparamos con las encrucijadas de Estados Unidos, Francia o Argentina

Claudia Sheinbaum festeja en el Zócalo, el 3 de junio.Marco Ugarte (AP)

No parecemos darnos cuenta de lo que representa Claudia Sheinbaum. Y no hablo de sus virtudes personales o las del equipo que encabeza, algo que seguramente está sujeto a apreciaciones subjetivas y a los matices ideológicos de cada cual. Me refiero a la enorme suerte de que en estos momentos estemos discutiendo si Sheinbaum podrá o no conciliar dos tareas de tan difícil maridaje: aminorar la pobreza que muerde a las mayorías y encontrar vías para activar el crecimiento económico. Y...

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No parecemos darnos cuenta de lo que representa Claudia Sheinbaum. Y no hablo de sus virtudes personales o las del equipo que encabeza, algo que seguramente está sujeto a apreciaciones subjetivas y a los matices ideológicos de cada cual. Me refiero a la enorme suerte de que en estos momentos estemos discutiendo si Sheinbaum podrá o no conciliar dos tareas de tan difícil maridaje: aminorar la pobreza que muerde a las mayorías y encontrar vías para activar el crecimiento económico. Y digo suerte, si lo comparamos con las encrucijadas en las que se encuentran las élites políticas en Estados Unidos, Francia, Italia, Argentina, entre otras naciones, atrapadas entre el agotamiento de los líderes o la deriva a un extremo del pantene ideológico. Es singular el mero hecho de que la presidenta virtual de México está dando pasos puntuales e inequívocos, sin renunciar a sus convicciones, para intentar conciliar intereses y encontrar maneras de potenciar la prosperidad de todos. No es algo que estemos viendo en el espectro político mundial, caracterizado por la preeminencia de agendas con enormes cargas ideológicas y polarizantes.

La dificultad no es que México no pueda encontrar soluciones, sino que el proceso de concebirlas y ponerlas en marcha sea boicoteado por dos fuerzas opuestas: la impaciencia y la exasperación de las mayorías inconformes, por un lado, o la incomprensión de poderes fácticos insensibles a cualquiera otra cosa que no sea su interés de corto plazo, por otro.

No sé si técnicamente Claudia Sheinbaum es la mejor opción que ofrece la Administración Pública mexicana y la clase política en este momento; yo creo que lo es, pero no pretendo vender ese argumento a los que no coinciden con la 4T. Pero estoy convencido que su propuesta es la mejor opción de la mezcla que este país dividido y desigual necesita: legitimidad política de parte de las mayorías inconformes y capacidad profesional respecto a los mercados y los factores de crecimiento. Izquierda con Excel, lo he titulado en otra ocasión, tratando de resumir esta necesaria ecuación que ella representa. La única posible para el momento que México vive.

O para ponerlo en otros términos. Muchos o algunos lectores de este texto pensarán que personajes como Miguel Ángel Gurría, Santiago Creel o Enrique de la Madrid tendrían los atributos profesionales para poner a México en la ruta del orden y el crecimiento. Francamente no lo creo, porque no solo se trata de la aplicación del supuesto mejor “Excel”, sino de aquél que sea posible en una sociedad con tantos agravios, muchos de los cuales nunca han sido comprendidos por las élites que nos gobernaron. Pero buenos o malos, el hecho es que los mencionados no habrían sido elegidos por el voto popular. Ese voto que se habría transformado en factor de inestabilidad política de cualquier de otra opción que no tenga el respaldo mayoritario.

Quienes exigen que Sheinbaum pinte su raya no parecen darse cuenta de que la única posibilidad de cambio sin desbarrancarnos, es que no pinte esa raya a ojos de los muchos que siguen irritados por la pobreza y la desigualdad. Habría que insistir, la amenaza no es un alzamiento armado ni mucho menos, sino la ingobernabilidad política y la inviabilidad económica que provocarían cientos de conflictos locales y puntuales como los que hoy atosigan las carreteras y paralizan otras vías de comunicación. Muchas de esas comunidades, gremios y estamentos, hartos de injusticias y de carencias, asumen que hoy gobierna una fuerza que opera en su beneficio y, de alguna manera esa expectativa constituye un “detente” para el estallido social. No será eterno.

Eso es lo que nos estamos jugando. En 2018 se dio una fractura entre las opciones políticas tradicionales, PAN y PRI, y la mayoría de los mexicanos. El sistema político siguió siendo viable gracias el vuelco en favor del movimiento de López Obrador. Pero ese vuelco tiene fecha de caducidad. Es imprescindible que Sheinbaum aproveche ese bono político para impulsar cambios que se traduzcan en una mejoría sustancial de las condiciones de vida de la mayoría de los mexicanos. O al menos muchos de ellos. Por el bien de todos, ojalá lo consiga. Pero eso nunca podrá alcanzarse a golpe de derramas sociales, por más que sean indispensables para lo más urgente. El verdadero cambio reside en una sociedad próspera capaz de ofrecer un empleo digno para todos. Y para eso se necesita la participación activa de la otra minoría, aquella que puede activar la economía y generar los empleos de los que hoy carecemos.

Eso es lo que tendrían que entender los dos proyectos de país que se disputan la arena política y económica. Un corrimiento hacia el centro solo puede hacerse a condición de que sea percibido como una estrategia táctica en beneficio de todos, y no como una traición a las convicciones que otorgan a este movimiento la legitimidad política por parte de los sectores populares.

Eso no significa entregar cheques en blanco a nadie. Pero es distinta la crítica destinada a torpedear, a dañar o desbarrancar un proyecto, que aquella destinada a detectar aquello que es corregible y mejorable. Tampoco se pretende que Sheinbaum sea infalible. Nadie lo es. Será necesario que ella resista las ganas de responder a los muchos ataques, justificados o no, que habrá de recibir en el camino; superar la tentación de victimizarse, evitar una presidencia militante de sí misma y de su proyecto. Solo así podrá convertir a su proyecto en el proyecto de todos. Porque en el fondo es eso: el proyecto de todos, aunque no lo estemos viendo.

@jorgezepedap

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