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Columna
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AMLO vs EPN: el fin del PRI

Morena no ha cumplido una década de vida y ya tiene, en términos generales, las mismas gubernaturas —dos tercios de las 32 que componen la República- que detentaba el PRI cuando perdió la presidencia en el año 2000

Salvador Camarena
El expresidente de México, Enrique Peña Nieto, junto al actual, Andrés Manuel López Obrador.
El expresidente de México, Enrique Peña Nieto, junto al actual, Andrés Manuel López Obrador.Cuartoscuro

Veintidós años después está ocurriendo. No fue el panista Vicente Fox el autor, con su histórica victoria del 2000, de la muerte del PRI. El derrumbe de las siglas que marcaron la vida de los mexicanos durante un siglo ocurre hoy a manos de Andrés Manuel López Obrador, quien esta semana ha lanzado un jaque que podría desmoronar buena parte de lo que queda del viejo sistema de partidos. Si lo logra, el presidente mexicano se coronará como el omega de toda una era política.

La noche del 2 de julio de 2000 Fox estaba exultante. Creía, y así lo declaró, que su labor estaba concluida. El guanajuatense había hecho historia. Ese día México le había elegido presidente, y con su victoria terminaban siete décadas ininterrumpidas de gobiernos identificados con la Revolución Mexicana. El PAN llegaba a la presidencia de la República, pero el priismo estaba, a pesar de la alegría ciudadana que desbordó las calles para celebrar la patada al partidazo, lejos de irse.

Fox resultó un gobernante con poca capacidad y menos arrojo. No supo y al final no quiso refundar la política mexicana. Su promesa de cambio encalló por su falta de habilidad y decisión para quitarse el yugo que el PRI, derrotado pero no diezmado a nivel gubernaturas y legislaturas, le impuso.

El priismo sobrevivió a dos presidencias panistas —con ayuda ilegal de Fox su correligionario Felipe Calderón ganó la elección de 2006– no solo porque los panistas eran torpes en el ejercicio del poder, sino porque el priismo supo arrancar parcelas de poder tanto a Vicente como a su sucesor. A ambos les prometieron apoyos, con ambos negociaron prebendas, de ambos se nutrieron para no dejar de ser un factor de gobernabilidad, a ambos les prometieron avanzar la agenda blanquiazul.

En esa promesa creyeron los bisoños panistas, que a final de cuentas prefirieron el retorno a Los Pinos de su ancestral adversario antes que pasarle la banda presidencial en 2012 a López Obrador.

En hombros de una joven generación de gobernadores priístas, Enrique Peña Nieto reconquistó ese año la presidencia para su partido y para su clase política. No solo era el retorno triunfal del PRI, sino de la clase priísta más formalista… y abusiva. Como quien se resigna a un destino anunciado por el oráculo, México daba otra oportunidad al logotipo que le había fallado tantas veces.

Luego de doce años de ayuno presidencial, los priistas llegaron recargados de petulancia. El peñismo fue ambicioso en sus agendas legislativas, pero mediocre —por decir lo menos— en la ejecución de esa engolada promesa llamada Pacto por México.

Parte de la falta de resultados del sexenio peñista puede achacarse a que el grupo en el poder se perdió en ambiciones políticas, peleas intestinas, y —nada menor— a un presidente que nunca quiso asumir su responsabilidad de fiscalizar las acciones de sus voraces colaboradores, entre los que destacaban, pero lejos estaban de ser los únicos, la camada de gobernadores con los que Peña pavimentó su camino rumbo a la candidatura presidencial priista.

Fue el sexenio de la frivolidad, de la corrupción vista como aspecto cultural de los mexicanos (Peña Nieto así lo declaró a León Krauze una entrevista), y de la impunidad. Fue el caldo de cultivo ideal para que germinara el discurso de honestidad y austeridad de Andrés Manuel. Frente al enojo que provocaron excesos tipo la Casa Blanca de Peña Nieto, el primero los pobres de López Obrador prendía como lumbre en clases bajas, medias e incluso altas.

El 2018 fue un trámite. Desde septiembre de 2014, cuando ocurrió la matanza de jóvenes de Ayotzinapa, y luego con la aparición del reportaje La Casa Blanca, que evidenciaba las componendas de Peña Nieto con amigos contratistas, el PRI había perdido toda confianza de los mexicanos.

En los años siguientes los escándalos solo se multiplicaron, y en la elección de hace cuatro años las promesas de AMLO cosecharon 30 millones de votos, un puñado de gubernaturas importantes y mayorías en el Congreso. En ese momento, hoy podemos registrarlo, inició la agonía del PRI.

A diferencia de Fox y Calderón, Andrés Manuel sí sabe para qué es el poder, y ahora vemos que también tenía claro dónde y cómo conseguir más a lo largo de todo el sexenio.

Morena no ha cumplido una década de vida y ya tiene, en términos generales, las mismas gubernaturas —dos tercios de las 32 que componen la República- que detentaba el PRI cuando perdió la presidencia en el año 2000. Y el año entrante podría sumar una o dos más a su cuenta, y a cuenta del PRI.

Desde el 2019 el movimiento de López Obrador ha ido quitando a los priistas prácticamente cada una de las gubernaturas que tenían. Porque si un año antes Morena se había instalado en la mesa de los gobernadores con el triunfo en Veracruz, Chiapas, Tabasco, Puebla* y Ciudad de México, por mencionar las ganadas por militantes guindas químicamente puros, esos estados no fueron arrebatados al PRI.

A partir del 2019 el PRI ha cedido una docena de gubernaturas a Morena. A pesar de tan contundente récord, la actual dirigencia priista cree que la fórmula aliancista inaugurada en 2021 — que permitió a PRI y PAN arrebatar alcaldías emblemáticas en Ciudad de México, renivelar al prianismo como contrapeso en la Cámara de Diputados y rescatar dos de seis estados disputados en 2022– es su tabla de salvación y su boleto hacia una candidatura de oposición competitiva en las presidenciales de 2024.

Lo cierto es que luego de las elecciones del año pasado PRI y PAN han cohesionado sus posturas y propinaron una dolorosa derrota al presidente López Obrador en abril pasado, cuando le bloquearon la reforma constitucional que pretendía cambiar el mercado eléctrico.

El golpe al presidente —a ningún mandatario el Congreso le había rechazado una iniciativa constitucional— marcó el momento de mayor visibilidad del PRI y en particular de Alejandro Moreno, diputado y líder nacional del PRI. Menos de tres meses después, Alito, como lo conocen, no ha perdido la oratoria y el gesto de combate que se le vio en San Lázaro en aquella histórica sesión, pero hoy las dudas no son sobre si su figura crecerá en la pugna por la candidatura aliancista a la presidencia, sino si pisará pronto la cárcel.

Ni cien días duró la idea de que la oposición había encontrado la fórmula para contener al presidente mexicano más imperial en décadas. Desde que Alito encabezó en abril el “no pasarán” se ha desatado una campaña —burda, ilegal, abusiva y antidemocrática mas efectiva— en contra del tercer partido más importante del momento, y el más histórico de todo un siglo.

A Alito lo han desfondado con la filtración de una decena de audios —y los que faltan— que solo pueden ser producto de la violación de las leyes; audios que sin embargo semana a semana le han ido mochando a pedazos su capacidad para ser interlocutor válido con diversos sectores, prensa incluida, y ciudadanía en general.

El líder nacional del PRI está muerto políticamente. Y eso lo saben desde hace tiempo muchos de los priistas que no acompañan actualmente en la estructura formal priista al campechano.

El gobierno de la República, a través de la perniciosa operación de la gobernadora de Campeche, que en contra de leyes y normas democráticas revela semanalmente los audios, está a nada de cobrar la cabeza de quien le desafió desde el Congreso de la Unión.

Mas a partir de esta semana la cuestión ya no es si Moreno caerá o no de la presidencia priista, ni tampoco hasta dónde llegará el régimen en su venganza —?lo meterán pronto a la cárcel o lo dejará con la espada de Damocles por meses?—, ahora la cuestión es cómo reaccionará el PRI a la nueva tarascada de AMLO, quien el jueves y desde Palacio Nacional puso en la mira de las máximas autoridades judiciales ni más ni menos que al último presidente priista, quien por si hiciera falta decirlo fue también adversario de López Obrador en una elección presidencial.

A Andrés Manuel le sale mal el papel de Pilatos. Hace un año montó una opereta para consultar a la ciudadanía sobre si debía o no enjuiciarse a los expresidentes de la República. El ejercicio, instigado por él, pero en el que a cada rato escondía la mano al declarar que él solo haría al respecto lo que el pueblo pidiera, pues —clamaba— no es afecto a la venganza, acabó en fiasco: la concurrencia de votantes en esa consulta de agosto pasado fue muy escasa y por tanto lejos estuvo de ser vinculante el resultado a favor del juicio a los predecesores de López Obrador.

Hoy de nueva cuenta este mal Pilatos trata de lavarse las manos. Dice que no es el quien motivó al titular de la Unidad de Inteligencia Financiera para que revelara, este jueves y en el podio presidencial, que la administración investiga a Enrique Peña Nieto por operaciones presuntamente ilícitas por 26 millones de pesos (poco más de un millón de euros) cuando ya había dejado el poder, y que investigan igualmente a empresas ligadas al mexiquense que habrían hecho multimillonarios negocios durante el gobierno de éste. Se informó, de igual forma, que ya dieron parte formal de esas pesquisas a la Fiscalía General de la República.

Los tiempos del señor son perfectos, dijo el religioso secretario de Gobernación en un mitin reciente al hablar de lo atinado que es el presidente de la República.

Ultimamente los tiempos de la presidencia lopezobradorista con respecto a la Fiscalía General de la República, esa que hoy tiene el expediente contra EPN, son los siguientes: hace dos semanas López Obrador —que por meses presumió que tenía mucho sin hablar con el fiscal— apuró al titular de la FGR para que diera resultados en emblemáticos casos de corrupción. Y esta semana, también desde Palacio, dijo que le tiene confianza al fiscal porque no ha cometido delitos graves. Ah qué tiempos nos toca ver, señor don Simón.

Tiempos mexicanos: y vienen las elecciones en el Estado de México, reservorio de votos como ninguno en el país, bastión de la cultura priista de la corrupción, priismo que a pesar de todo aspiraba a no ser un Murat (por aquello de que en Oaxaca el gobernador del PRI se allanó hace mucho a rendirse en la elección del 2022 al presidente) más en la capitulación frente a Morena.

Tiempos mexicanos donde queda evidenciado que Morena no es el nuevo PRI: Morena se va a desayunar a lo que queda del PRI. Por las afrentas y porque le conviene. Porque Alito creyó que podía meterse con el águila imperial para volar alto, y porque nada causa más revuelo y atención que la caída de un rey, en este caso de un expresidente.

Es el uno dos perfecto. El presidente del PRI está noqueado, sigue de pie pero ya no tiene piernas sino para bailotear contra las cuerdas y emitir sonidos que ya no dicen nada trascendente. Y dado que Alito caerá solo, ahora se han lanzado contra el señor que puso a Alito, contra el señor que dejó al PRI dividido al poner al peor candidato posible. El señor que si de verdad llegó a creer que tenía un pacto de impunidad con su sucesor entonces no se explica uno cómo lo graduaron de la Academia de Atlacomulco. Acaso fue porque a tan experimentada clase política le ganó la ambición. No sería la primera vez.

Justo en la antesala del inicio del largo proceso electoral por la gubernatura mexiquense, Peña Nieto es el nuevo ariete del gobierno en contra del PRI. Todos la familia atlacomuquense tiene desde el jueves harto qué pensar sobre su pasado y su futuro; porque si en el presente juegan a las contras a Palacio Nacional, la UIF podría armar una trama de tal dimensión que el escándalo de Odebrecht va a parecer de párvulos.

No podía ser de otra forma. Fox estuvo siempre muy lejos de comprenderlo. No le tocó a él, por falta de méritos, claro, pero sobre todo porque los símbolos son como los ríos, tienen un cauce. Por eso tenía que ser un hijo del PRI, y uno como AMLO, el que marcara la hora final del instituto en el que aprendió el ABC del poder.

En esto sí tendría razón la madre del tabasqueño: éste estaba predestinado a grandes cosas: a aniquilar a su alma mater, a cazar a sus antecesores, a no dejar títere con cabeza, a dar la puntilla al anterior sistema, a exiliar a tantos como sea necesario para que quede en claro que hoy en México y por mucho tiempo por venir solo hay un señor con poder. El PRI ha muerto, viva el rey… y ay de quien sueñe con sucederlo.

*Ahí ganó originalmente el PAN en 2018 pero una tragedia (la muerte de la gobernadora recién electa) provocó que se repitiera la elección y el excandidato morenista se impuso al del PAN.

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