Los jesuitas queremos convertir el dolor en acción
El 20 de junio nos tocó experimentar la crueldad que padecen miles de familias día a día en México
La Compañía de Jesús se asume como una comunidad al servicio de la reconciliación y la justicia. Con esta convicción colaboramos con otros y otras realizando acciones cotidianas en las que se hace realidad vivir con justicia, equidad y armonía. Lo hacemos en sectores diversos como la educación de jóvenes, atención pastoral o incidencia ante los centros de poder. En todo momento tenemos claro que nuestra opción fundamental nos lleva a privilegiar la relación con quienes encarnan hoy el rostro sufriente de las personas más oprimidas y desfavorecidas.
En México, al asumir esta misión hemos buscado ir a los lugares donde la vida florece a pesar de la desesperanza. Lugares emergentes en los que hay una vitalidad que cuestiona la ilusión de un mundo feliz apuntalado sobre procesos que profundizan la desigualdad y justifican la dominación. Esta misión nos ha llevado a mantener una presencia constante entre los pueblos originarios, principalmente en la sierra Tarahumara y en Chiapas.
Aunque la presencia de la Compañía en la sierra Tarahumara se puede rastrear desde el siglo XVII, en su etapa actual tiene 100 años sin interrupción. Muchos compañeros han caminado al lado del pueblo rarámuri. Javier Campos Morales, S.J. y Joaquín César Mora Salazar, S.J. fueron dos de ellos.
Las décadas que pasaron el Gallo y Morita -como les decíamos- los abrieron al encuentro con una cultura radicalmente distinta a la suya. Lo hicieron desde una valoración profunda de sus formas de vida y organización social. Aprendieron, convivieron, y caminaron codo a codo con la comunidad.
Joaquín y Javier acompañaron al pueblo rarámuri a partir de su estancia en parroquias de diversas localidades y comunidades. Lo hicieron con el claro compromiso de querer compartir la vida y la muerte del pueblo al que eligieron como propio. Desde ahí, se acercaron a la profunda espiritualidad de las personas que se convirtieron en sus familias. Tomaron parte en sus fiestas. También escucharon e intentaron resolver la problemática vinculada a la persistencia del colonialismo y a las formas más crueles de acumulación capitalista.
Desde hace años, la Tarahumara ha experimentado una transformación en las formas de la violencia. Ahora bajo el dominio del crimen organizado. En 2008, fue foco de atención por la masacre de Creel en la que, lamentablemente, 13 personas perdieron la vida. Estos eventos han adquirido notoriedad, pero son sólo un par más en la vida de la Sierra. Miles de personas viven con el temor diario y la constante amenaza de ser víctimas de tantas modalidades de violencia.
En ese contexto, el trabajo de mis hermanos jesuitas (al igual que el de otras órdenes religiosas, diocesanos, laicas y laicos comprometidos con la vida y la supervivencia) se convierte en faro que da luz. En asidero de esperanza para las comunidades.
Hasta ahora, sus vidas y trabajo habían sido respetados (no sin dificultades y bajo amenazas constantes). Hemos estado ahí como altavoces para amplificar el clamor de quienes tienen demandas que compartir y exigencias que comunicar.
El pasado 20 de junio eso cambió. Nos tocó experimentar la crueldad que padecen miles de familias día a día en México. El Gallo y Morita fueron cruelmente asesinados -junto con el señor Pedro Eliodoro Palma- en Cerocahui, dentro del templo católico de la localidad.
Levantamos la voz con tristeza, indignación y exigencia de justicia. En la historia reciente de México también la hemos levantado en numerosos casos de asesinatos, desapariciones y violaciones a los derechos humanos. Hoy, necesitamos renovar nuestra habla con el deseo de visibilizar y rendir tributo a las personas que, como ellos, asumen el oficio de cuidar la vida. Casi siempre en lugares a salvo de los reflectores y del espectáculo.
Ante los hallazgos anunciados por las autoridades, el Provincial de la Compañía en México se trasladó a Chihuahua para reconocer los cuerpos y entrevistarse con quienes han tenido bajo su cargo los trabajos de investigación. En esos espacios, seguiremos exigiendo que se proteja a todas las personas cuyas vidas corren riesgo. Hoy insistimos en la urgente necesidad de salvaguardar la vida y hacer valer los derechos de todas y todos.
Queremos convertir el dolor en acción. Redoblar los esfuerzos en nuestros espacios de trabajo para seguir construyendo en los entornos cotidianos espacios de equidad, cuidado y amor. No queremos trabajar para alimentar la ilusión de un futuro libre de males, sino para tener presentes vivibles. Para que ninguna de las cientos de miles de muertes y desapariciones de nuestro país sean en vano. Seguimos en el empeño diario de cuidar la vida que germina y que, como la caña doblada por el viento, puede mantenerse viva.
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