El líder que no engaña
Andrés Manuel López Obrador ejerce su función con plenitud y no la comparte con nadie: él decide, ejecuta y vigila
Conocí al licenciado Andrés Manuel López Obrador hace 24 años. Él era dirigente del Partido de la Revolución Democrática, y yo, diputado federal por segunda ocasión por el Revolucionario Institucional, en el que había militado desde los 16 años. En aquella etapa de mi vida aspiraba a contender internamente por la candidatura a gobernador de Zacatecas.
El entonces presidente de la República, Ernesto Zedillo, que actuaba como líder de facto del partido, me negó esa posibilidad, alegando ofensas a su esposa Nilda Patricia Velasco, en el libro escrito por Manú Dornbierer, titulado La neta, a cuya presentación en Zacatecas osé asistir.
Se consumó la voluntad presidencial y no me fue permitido participar en la contienda interna, pero lo más grave resultó que, a la par, se construyera un expediente negro de infamia y mentiras en contra de mi familia y de mi persona. Sin embargo, la dignidad salió a flote y decidí renunciar al partido tricolor.
Días después, me buscó el entonces dirigente nacional del PRD y me ofreció la candidatura al Gobierno estatal por ese instituto político, el cual contaba con una membresía reducida y cuyo triunfo electoral se vislumbraba imposible. Luego de varias reuniones y de consultar a la población de Zacatecas, decidimos que participaría, y que ganaría de manera clara e inobjetable, como en efecto ocurrió.
Desde entonces, mi vida política se vinculó con la de AMLO, en todo momento y en toda jornada, movilización o elección. Por eso, puedo afirmar que él no engaña y que es predecible porque nos dice la verdad; no simula, no miente, no oculta su decepción o enojo por actos o conductas de sus amistades, colaboradoras, colaboradores o familiares.
Andrés perdona, pero no olvida. Así han transcurrido decenas o quizá centenas de personas que se alejaron o desaparecieron de la esfera cercana o inmediata del dirigente social. Si hiciéramos un recuento de esta afirmación, cualquiera se sorprendería.
El actual presidente de la nación es un servidor público honesto, escrupuloso con su vida privada, e incluso podría decirse que es tímido con su vida social; siempre evita fiestas, cenas o reuniones; prefiere la austeridad de los lugares, mesas solitarias y discretas, y sitios modestos en donde comer, descansar o dormir.
Desprecia a dirigentes o gobernantes que desprecian al pueblo; no perdona actos de corrupción; le incomodan la simulación y la arrogancia, es decir, cualquier acto o conducta que se desvíe de los principios que él más valora: honrada medianía, austeridad republicana, sencillez, modestia pública y lealtad a toda prueba.
Nadie puede tasarlo, colocarlo o encasillarlo en los moldes o cartabones de la ortodoxia tradicional de la clase política; nadie tampoco puede descifrarlo. No le interesan el dinero ni la acumulación de bienes o riqueza; se aleja del lujo y de la fastuosidad.
No acepta regalos ni pide favores; es hombre de fe, sin caer en el exceso o el fanatismo. Escucha, aunque no es fácil que ello implique que cambie rápidamente de opinión; medita cualquier acción que toma, la valora, y plantea con claridad el posible desenlace.
Nada improvisa ni lo deja a la suerte o a la inercia. Sus decisiones siempre son reflexionadas previamente. Escucha muchas voces, pero en pocas personas confía. Su círculo cercano es reducido y siempre se reserva los asuntos trascendentes.
Su preocupación primordial: la historia y su ubicación en la misma —su legado— lo atan a su deseo de transformar la vida pública del país, atender a las personas en situación de pobreza y no fallarles. Por ello prefiere el desencuentro con el poder económico y con el poder político, antes que distanciarse de la población más desfavorecida. Es real y sincera su actitud.
Andrés Manuel López Obrador ejerce su función con plenitud: ningún ápice de ésta es compartido; él decide, él ejecuta, él vigila. La agenda es su diseño y la lleva al cumplimento sin regateo ni tardanza. Es ejecutivo y disciplinado. La justificación para el incumplimiento de las metas fijadas no existe.
Sus lecturas de cabecera tienen que ver con liberales y patriotas: Benito Juárez, Ricardo Flores Magón, Francisco I. Madero, pero también ha revisitado a los fundadores de los Estados Unidos de América, como Abraham Lincoln, John F. Kennedy y Franklin D. Roosevelt; suele examinar biografía y novela histórica, además de las aportaciones que han hecho a la humanidad y al país Nelson Mandela, Martin Luther King, Mahatma Gandhi, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Catarino Erasmo Garza, Melchor Ocampo, Francisco J. Múgica y Lázaro Cárdenas, entre muchos más. Es un hombre que conoce la historia y aprende de ella.
Es autor de 18 libros que han tenido gran éxito; tan sólo el más reciente, A la mitad del camino, lideró las ventas nacionales en una famosa plataforma de comercio electrónico, lo mismo que el anterior: Hacia una economía moral, el primero escrito luego de la hazaña electoral de 2018.
Sabe muy bien enfrentar y resolver cómo salir de callejones aparentemente sin salida, caminos sin retorno, y descubre con facilidad los zigzagueos y la comodidad ideológica, los cuales le causan desconfianza y dudas.
Tal es el talante de un líder que no engaña: nos dijo siempre lo que haría, no hay sorpresa ni novedad; simplemente ejecuta lo que diseñó y pone en práctica aquello en lo que cree. Liderazgo inusual y único.
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