Lilly Téllez o el circo romano del debate político en México: clasismo, racismo y sexismo
La diferencia de ideas no se discute, sino que se ataca con un matonismo verbal que denigra, excluye, humilla y alienta al odio
México se encuentra inmerso en una campaña política que deja al descubierto no solo la pobreza de propuestas de quienes aspiran a un cargo público, sino el bajo nivel del debate político, un matonismo verbal que denigra, excluye, humilla y alienta al odio. El más reciente episodio de esta cháchara incendiaria lo ha protagonizado la senadora panista Lilly Téllez, quien abiertamente en Twitter denigró a su compañera Citlalli Hernández, de Morena, por su aspecto físico. En respuesta a un tuit machista del empresario Ricardo Salinas Pliego, presidente de Grupo Salinas –acostumbrado a echar leña al fuego de la miseria verbal en esa red social–, Téllez respondió: “Ambas somos senadoras y cenadoras… con diferentes hábitos y resultados, saludos @RicardoBSalinas”. La respuesta iba a acompañada con dos fotos, una de ella y otra de Hernández. Aunque Téllez recibió muchas críticas por su comentario, principalmente de mujeres, también hubo aplausos a su tuit, lo que demuestra que en México la política es el espejo en el que se refleja una sociedad marcada por el clasismo, el racismo, el machismo y fuertemente discriminatoria.
No es la primera vez que Téllez ataca a una compañera de la Cámara por diferencias políticas. Ya lo había hecho también con la senadora Jesusa Rodríguez, quien el año pasado se pronunció a favor de la aprobación del aborto en México. La legisladora panista respondió con una imagen en la que calificaba de “feminicidio” el aborto y acusó a su compañera de “discriminar” a las “mujeres de apenas días o semanas de vida”. Cuando sus compañeras se manifestaron en el Senado con el pañuelo verde que simboliza la lucha de las mujeres por la legalización del aborto, la senadora dijo: “el trapo verde es la muerte”. En otro tuit había criticado la ceremonia indígena con la que el presidente Andrés Manuel López Obrador asumió el poder en México, calificándola de ignorancia y “superchería”. Téllez se describe en Twitter –red social que es la bocina preferida para sus comentarios– como “mamá de Leonardo, esposa de Jesús. Católica. Senadora de la República por Sonora. Periodista”. La ahora senadora fue presentadora de TV Azteca, el gigante de la televisión propiedad de Salinas Pliego. Como periodista recibió reconocimientos en México y tuvo una amplia resonancia por el seguimiento que hizo del ‘Caso Paulette’, la muerte de una niña en extrañas circunstancias que conmocionó a México. A la política entró por Morena, pero las diferencias con sus compañeras de bancadas en temas como el aborto hicieron que abandonara la agrupación del presidente López Obrador para pasarse al conservador PAN. Es una férrea crítica del mandatario, del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell (a quien ha llamado “pequeño virrey del país de las camas vacías y muertos en casa”) y otros funcionarios del Estado, como Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica (FCE), a quien ha calificado de “enano”, tras mantener este una controversia con el historiador Enrique Krauze.
Téllez, lamentablemente, no ha sido la única figura pública que ha vertido comentarios denigrantes contra otras mujeres por el color de su piel, complexión física u orígenes. La actriz Laura Zapata también cargó contra la senadora Citlalli Hernández cuando mostró su apoyo al Gobierno de México tras dar asilo al expresidente Evo Morales. En lugar de dar argumentos de nivel para mantener un debate político sano, Zapata publicó un tuit cargado de odio: “#CallateGordaTraicionera vulgar y corriente. Regresa a tu puesto de quesadillas, no vas con la política !!! Lo tuyo lo tuyo, es la masa !!!”. Una muestra de que en México el pensamiento contrario, la crítica y la disidencia se ataca con matonismos verbales que además tienen como fin la humillación absoluta. La academia no está exenta: Rodrigo Perezalonso, académico de la Universidad Iberoamericana –una de las más prestigiosas de México–, se burló en Twitter de Hernández por su peso, lo que le valió el despido de esa casa de estudios. Lo irónico es que David Fernández Dávalos, rector de la Ibero, había alertado en 2017 que la cultura mexicana es profundamente racista, clasista y sexista. “Es racista porque discrimina a quienes no tienen la piel blanca; profundamente clasista, al tratar a los pobres con inferioridad y de manera distinta a quienes tienen una situación económica satisfactoria o alta; y profundamente sexista, porque las mujeres son con frecuencia víctimas de la violencia”, afirmó el académico.
Desde la política se refuerzan a diario todos esos estigmas. El presidente López Obrador califica a sus adversarios de fífís, divide a la sociedad mexicana entre ricos malos y pobres buenos, mientras que desde las clases medias y altas se despotrica contra el mandatario y se cataloga de chairos a sus seguidores. La semana pasada la candidata a diputada por el PAN, María Elena Pérez Zermeño, se dirigió con estas palabras a Viridiana Ríos, columnista de EL PAÍS: “Desperdicio de recursos en Harvard con la colaboracionista Ríos. La Viri siempre responderá a su origen, ni los filtros que utiliza la disimulan. La mona, aunque se vista de seda, mona se queda”. Y entre toda esa verborrea discriminatoria y ofensiva la política se desarrolla con aspirantes a gubernaturas acusados por violación, candidatos que públicamente tocan a mujeres en actos de campaña, legisladores que tratan a sus esposas como objetos que les pertenecen, hasta convertir la política mexicana en un circo romano de odio, ataques y brutalidad.
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