Ëëp. Entre el libro y la voz
En occidente el canto y la poesía fueron divorciándose paulatinamente hasta quedar totalmente separados en el canon contemporáneo
Después de un tiempo de haber pasado unos meses en territorio paipai en el desierto de Baja California, mi amiga Elena Ibáñez, lingüista especialista en lenguas yumanas, me comunicó que uno de los últimos cantores tradicionales había fallecido. El tiempo en el que estuvimos en territorio paipai me ayudó a cuestionar todas las ideas que tenía sobre lo que es un pueblo indígena; hasta ese momento, mis reflexiones estaban bastante influidas por lo que observaba solamente en mi contexto mesoamericano. Durante los meses que estuvimos ahí nuestro objetivo, bajo la coordinación de Elena Ibáñez, era d...
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Después de un tiempo de haber pasado unos meses en territorio paipai en el desierto de Baja California, mi amiga Elena Ibáñez, lingüista especialista en lenguas yumanas, me comunicó que uno de los últimos cantores tradicionales había fallecido. El tiempo en el que estuvimos en territorio paipai me ayudó a cuestionar todas las ideas que tenía sobre lo que es un pueblo indígena; hasta ese momento, mis reflexiones estaban bastante influidas por lo que observaba solamente en mi contexto mesoamericano. Durante los meses que estuvimos ahí nuestro objetivo, bajo la coordinación de Elena Ibáñez, era documentar lo mejor posible las lenguas de la familia lingüística yumana que lamentablemente se encuentran en inminente riesgo de desaparición, una parte importante del proceso de documentación implicaba hacer registros de la función poética de la lengua.
A diferencia de ese fenómeno llamado literatura, en el que la producción poética se relaciona con un objeto, concreto o digital, que conocemos como libro, en otras tradiciones la creación poética se halla aún indisolublemente ligada al canto y a la música. En la tradición occidental, la poesía también estuvo estrechamente ligada a la música como la palabra “lírica” refleja, aunque en la actualidad quienes hacen poesía no sean concebidos como cantores sino más bien como escritores. Con algunas contadas excepciones que han causado mucha controversia, como el Premio Nobel de Literatura otorgado en 2016 al cantautor estadounidense Bob Dylan, la producción poética actual en la tradición literaria está relacionada sobre todo con la escritura más que con el canto.
En contraste, el canto y la función poética mantienen una relación esencial en lenguas como el paipai o el raramuri y esta unión, en muchos casos, cumple funciones rituales o curativas dentro de cada una de estas culturas. Las personas especializadas en estos menesteres son muy apreciadas socialmente pero, como escribe Ana Cely Palma en su extraordinario libro escrito originalmente en lengua rarámuri y titulado Mirada interior en castellano, “el ‘escritor rarámuri’ no se imagina a sí mismo como escritor, su primer oficio es cantar y cantar es un acto comunitario cuyo servicio nadie cuestiona porque es tan necesario como otro cualquiera”. Su abuelo, el gran músico y cantor rarámuri Erasmo Palma, compuso más de 600 creaciones que evidencian este maridaje antiguo entre el canto y la poesía.
Además de manejar los recursos del habla poética, estos especialistas manejan también las técnicas del canto propias de su tradición. En el contexto paipai, uno de los últimos cantores nos explicaba que las narraciones de la tradición oral están aderezadas de momentos en los que el narrador se detiene y canta una escena: la historia del héroe tiene un momento lírico en el que el narrador se detiene y canta la sensación que en el protagonista produce la contemplación de la luna llena mientras descansa sobre una piedra. Después de ejecutar el canto, el especialista en estos menesteres regresa a la historia formando así un corpus en el que la narración se conjuga con el canto de múltiples escenas. Lamentablemente, con la muerte de los últimos cantores y la inminente desaparición del paipai se habrán perdido las técnicas musicales y poéticas asociadas a este noble oficio. De regreso al sur, el antropólogo Pedro Pitarch recopiló en el libro La palabra fragante. Cantos chamánicos tzeltales las piezas poéticas cantadas con la que hombres y mujeres chamanes conjuran las enfermedades y acompañan los rituales en las comunidades tzeltales de Chiapas. Lamentablemente, este oficio se halla también en un inminente peligro de desaparición pues, como lo consigna Pitarch, no hubo ya aprendices que abrevaran de este corpus poético.
La discusión sobre el hecho de que los cantautores en lenguas hegemónicas deben o no considerarse poetas para poder recibir premios de literatura muestra que en occidente el canto y la poesía fueron divorciándose paulatinamente hasta quedar totalmente separados en el canon contemporáneo. Antiguamente, los bardos -narradores músicos y poetas ambulantes- recitaban y cantaban la historia de sus pueblos y ejercían su oficio como “un acto comunitario cuyo servicio nadie cuestiona porque es tan necesario como otro cualquiera”. En el territorio que hoy conocemos como Irlanda, los bardos tenían un reconocimiento social que les aseguraba estima, respeto y admiración. En otras latitudes, como en Mali en el continente africano, los especialistas ejercedores del canto y la poesía son conocidos como djeles, personas que adquieren y se entrenan desde temprana edad en los conocimientos específicos en estos menesteres que le son propios a su cultura.
Otra característica en común entre los chamanes tseltales, los cantores paipai y rarámuris, los juglares y los djeles es que su poética prescinde de la escritura, en su lugar la memoria se constituye como el soporte por excelencia en el que se hayan plasmados los tejidos poéticos que se realizan a través del canto. Mientras que el poemario escrito constituye en la actualidad el cuerpo mismo de la poesía, en estas tradiciones son la voz y la memoria los vehículos que hacen posible la ejecución y la transmisión de las piezas poéticas. Si pensamos en el Poema de Mio Cid y en La Iliada no como libros u obras cerradas por la escritura sino como tejidos orales que vivían en la memoria de muchos juglares y otros tantos Homeros, su incorporación al canon literario resulta hasta extraño. Estas creaciones vivían en un sistema en el que el canto y la poesía aún no se habían divorciado y en el que la escritura no era el soporte de la poesía, por más extraño que suene ahora. La escritura como sinónimo de literatura aún no entraba en funciones y los soportes de lo poético eran la voz hecha canto contenida en la memoria.
Esta tradición que en occidente se pone en entredicho cuando se discute si Bob Dylan puede o no recibir un Premio Nobel de Literatura, sigue muy vigente en los mecanismos poéticos de las muy variadas y contratantes lenguas indígenas. Lejos de las ferias del libro perviven tradiciones en las que la poesía se halla más cerca de la voz que de la escritura, más cerca del canto que del libro y estas tradiciones son reconocidas como un acto comunitario tan fundamental como otro cualquiera que no está validado por editoriales ni por premios, becas o estímulos; se trata de tradiciones poéticas ligadas a la curación, a la fiesta y al ritual que, lamentablemente están amenazadas por la extinción lingüística. En todo esto pienso cada vez que me comunican la muerte de algún cantor tradicional que, como uno de los últimos de su estirpe, se lleva al otro mundo toda una poética en su memoria y en su voz.