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Atrapados por el algoritmo ‘incel’ en México: “Pensaba que siempre viviría de manera miserable”

EL PAÍS conversa con jóvenes inmersos en una comunidad que navega entre los discursos de odio y las amenazas, sin un control de las plataformas digitales

William creía que su vida era un fracaso cuando tenía solo 16 años. Era 2021, y atravesaba una crisis personal, aferrado a compararse con otras personas. “Nunca había tenido novia y mis compañeros se burlaban de mí por ser virgen”, confiesa. Sentía que todo el mundo le había fallado. Entró a internet buscando respuestas y el algoritmo lo arrojó a los foros incel, un universo digital impregnado de discursos de odio y amenazas que opera sin control. Algo parecido le ocurrió a Javier, quien cayó en esos blogs durante la pandemia. Quiso aprovechar el encierro para ponerse en forma buscando rutinas, pero le saltaron otras sugerencias. “Poco a poco, sin darme cuenta, apareció el contenido incel”, confiesa. Este movimiento, en auge mundial, esconde seguidores radicalizados como Lex Ashton, el estudiante de 19 años que asesinó a un compañero en su escuela en Ciudad de México la semana pasada. EL PAÍS conversa con tres jóvenes incels, que describen la frustración y soledad que llevaron a dos de ellos a pensar en cometer actos violentos.

La desesperanza mantuvo a William (San Luis Potosí, 20 años) enganchado a los foros en los que aflora la misoginia. Para él, esos lugares resultaron liberadores. “Finalmente, escuchaba realidades que me preocupaban y me causaban inseguridad sin miedo a represalias”, asegura. Pudo ver cómo los grupos de Facebook a los que pertenecía pasaron de tener 4.000 miembros a decenas de miles en tan solo un par de años. Su pensamiento ha cambiado a día de hoy: “Estoy bastante bien. Tengo novia, estudio una carrera, voy a fiestas, algo que nunca hice antes de los 17”, asegura.

Javier se reconoce como un joven frustrado por no poder entablar conexiones sentimentales. Describe la entrada a ese mundo como “un agujero negro” donde es sencillo caer cuando alguien se siente rechazado. Relata que detrás de la disciplina y la masculinidad hegemónica se escondía una ideología extremista. “Ahí es fácil que aparezcan mensajes misóginos: ‘Todas son putas, todas interesadas’. Nadie te da un gafete de ‘bienvenido al club’. Simplemente, entras a canales y de pronto aparecen ciertos términos. Cuando veo actos violentos relacionados con este tema, pienso: ‘Wow, yo estoy en esto’. Me cuesta mucho imaginar que pueda tener algo en común con alguien que comete una atrocidad”, admite.

El fatalismo en los ‘Black Pill’

El director de Tejiendo Redes Infancia, Juan Martín Pérez, compila ese tipo de discursos machistas bajo la etiqueta de la manosfera, una reacción online que se opone al feminismo. “A estos grupos masculinistas le llaman estoicismo, ‘esfuerzate, aléjate de aquellos que no te escuchan y no te valoran’. Los aíslan y les venden cursos [de motivación]”, asegura. Dentro de ese mundo se utiliza un lenguaje particular. Los chads son hombres atractivos y populares que representan el “éxito” masculino, mientras foids es una contracción en inglés de “humanoide femenino”, un término despectivo para deshumanizar a las mujeres. También han puesto nombre a ideologías y dinámicas sociales en las que se desenvuelven.

Me cuesta mucho imaginar que pueda tener algo en común con alguien que comete una atrocidad
Javier, 30 años, 'incel'

William se topó con una de esas etiquetas, la del Black Pill, una de las corrientes del movimiento que promueve que el éxito sexual depende únicamente de la genética. “Te dicen que no eres atractivo ni lo serás incluso con cirugías, pues son cuestiones irremediables como la altura [...] Podía decir ‘no todo es mi culpa’, pero eso desencadenó en desesperanza. Evoluciona de una muy mala manera. Pensaba que siempre viviría de manera miserable”, confiesa.

Esa fue la etapa en la que se radicalizó más y consideró atacar a otras personas y quitarse la vida públicamente. Hablaba de esas ideas en Facebook. Explica que en los grupos de esa red social no se promueven “abiertamente” ataques violentos para evitar que los bloqueen o investiguen, pero las sanciones son sencillas de esquivar. “Se pueden crear grupos con una temática concreta y controlar quién entra y sale. Las reglas son una fachada: entre administradores se habla y hasta se glorifica a quienes han hecho algo [violento]”, apunta.

Luis, como William, asegura que estuvo cerca de cometer un acto fatal. El joven mexiquense de 20 años llegó a ese punto por la impotencia que sentía. “Las personas que me maltrataron no lo iban a pagar si yo no hacía algo. Me robaron mi seguridad, mi autoestima”, afirma. El joven, que también forma parte de un grupo de Facebook, tenía como referente a uno de los miembros. “Su ideología, por decirlo de alguna manera, era rendirse y darle la espalda al mundo”, señala. Sin embargo, asegura que no todos los casos alcanzan ese extremo. “He llegado a escuchar [que nos relacionaban con] terrorismo. Pero no todos. Somos hombres tristes, ya sea por bullying, acoso o un mal entorno. No tenemos la mejor autoestima”, expone.

Los relatos de los jóvenes recogidos en este reportaje coinciden en que el algoritmo los condujo a los foros a través de búsquedas de ejercicio o de preguntas sobre su cuerpo y las relaciones con los demás. Pérez explica cómo ese algoritmo resulta implacable: “El negocio de las plataformas es la atención, mantenerte atrapado. A un adolescente enojado que pregunta qué son las denuncias falsas, en automático le va a llevar a los grupos incel y de ultraderecha”. Bezanilla denuncia que, dentro de esa problemática, no haya una mayor vigilancia: “Las plataformas deben asumir cierta responsabilidad, sin escudarse en el debate de la libertad de expresión”.

Ashton asesinó a su compañero Jesús Israel, de 16, la semana pasada en el Colegio de Ciencias y Humanidades Sur, en Ciudad de México. Antes del ataque, publicó su plan en un foro incel de Facebook y compartió fotografías explícitas de las armas y la vestimenta que utilizó para la agresión, una dinámica que evoca a los tiradores en escuelas de Estados Unidos. EL PAÍS ha contactado con Meta, dueña de Facebook, para abordar su posición sobre el tema. “Hemos actuado en contra del contenido que representa y glorifica a Lex Ashton en nuestras plataformas desde que se reportó el lamentable incidente, por infringir nuestra política contra personas y organizaciones peligrosas”, expone la empresa. Aunque no detallan por qué siguen apareciendo grupos en los que se vierten amenazas, Meta apunta que “monitorean de cerca el caso”, y aseguran que “tomarán acciones en contra de piezas de contenido que representen una amenaza en el mundo real”.

El director de Tejiendo Redes considera que los incel ya tienen su propia representación social: “[Aparecen en el imaginario colectivo] como adolescentes u hombres jóvenes pegados a las pantallas, sucios, enojados, enfermos mentalmente. Y no. Los incel, en su mayoría, van a la escuela, tienen actividades económicas [...]. No hay un perfil típico“, explica.

En Estados Unidos y Europa, el eco del movimiento se ha escuchado con más fuerza, pero ya ha atravesado más fronteras. Bezanilla explica por qué en México se hace visible y apunta a varios factores clave: “El orden social e institucional nos violenta permanentemente: un sistema educativo y de salud deficiente, inseguridad, precariedad laboral. Todo eso genera frustración, estrés y vulnerabilidad”. Insiste en que las instituciones deben asumir su papel. “En los comunicados oficiales nunca se reconoce la responsabilidad estructural. Es más fácil psicopatologizar al agresor que admitir que el contexto también falla”.

Un contexto marcado por la violencia, un retorcido algoritmo y una acrecentada crisis de salud mental tras la pandemia se mezclan en una olla a presión, que termina por revelar las carencias estructurales de la sociedad. “Estas generaciones han sido abandonadas en casi su totalidad por el mundo adulto, y es responsabilidad de las familias, las escuelas y el país en su conjunto”, concluye Pérez. William soltó la cuerda que le ataba a aquel universo digital. Pero no del todo. “No me he distanciado, reincido y sigo visitando estos lugares con frecuencia, ya sea por curiosidad o porque me da nostalgia”, admite.

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