Un tatuaje y un bebé en el nombre de Mircea Cărtărescu
El escritor rumano recibe muestras de devoción en la FIL de Guadalajara. EL PAÍS lo acompaña durante un día en la feria
Mircea Cărtărescu soñó la noche anterior que caminaba con su hijo por una ciudad desconocida. Gabriel, que tiene 20 años, era pequeño en el sueño y quería ir a una tienda de juguetes. “Era la tardecita y cuando llegamos la tienda estaba cerrada”, narra el escritor rumano. El niño, entonces, empieza a llorar y desde el interior aparece una persona que toma la llave y la coloca sobre la puerta. “No te preocupes, vamos a resolverlo”, dice el padre. “Agarro la llave y abro la puerta, y entro con mi hijo a la tienda llena de jueguetes”, continúa el autor. Esta mañana ...
Mircea Cărtărescu soñó la noche anterior que caminaba con su hijo por una ciudad desconocida. Gabriel, que tiene 20 años, era pequeño en el sueño y quería ir a una tienda de juguetes. “Era la tardecita y cuando llegamos la tienda estaba cerrada”, narra el escritor rumano. El niño, entonces, empieza a llorar y desde el interior aparece una persona que toma la llave y la coloca sobre la puerta. “No te preocupes, vamos a resolverlo”, dice el padre. “Agarro la llave y abro la puerta, y entro con mi hijo a la tienda llena de jueguetes”, continúa el autor. Esta mañana Cărtărescu ha amanecido en la habitación de un hotel en el que se hospeda durante la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara.
El sueño irá al diario del narrador, una bitácora de 17 años escrita a mano. “Es otro sueño de los cientos que he escrito en 49 años”, cuenta el autor. Muchos son material para su literatura, “una prosa desbordante que combina elementos fantásticos y realistas”, como la definió el jurado que le entregó hace pocos días el Premio FIL de Literatura. Para su libro Solenoide, por ejemplo, transcribió entre 30 y 40 de esos sueños. “Los sueños nos entregan un regalo inmenso”, dice el autor, y se explica: “Dejamos los sueños de lado y creemos que la realidad es la vida cotidiana, pero en la noche vivimos una vida paralela”.
En el lobby del hotel donde se hospeda Cărtărescu, Elena Poniatowska busca su maleta; Jorge Volpi aparece por el ascensor; a Irene Vallejo la retienen para hacerse fotos; Rosa Montero vuelve de desayunar y detrás viene Leonardo Padura en sandalias. El autor rumano baja de su habitación con su esposa, la escritora Ioana Nicolaie. Les espera una sesión intensa de tres horas de entrevistas en una sala alfombrada y helada del hotel. EL PAÍS lo acompañará durante un día en la feria. Cărtărescu se sienta sin recostarse, entrelaza las manos entre las rodillas y un poco encorvado responde con generosidad cada una de las preguntas.
“Soy una persona muy modesta. No estoy orgulloso de haber escrito ninguno de mis libros”, responde a una periodista que le pregunta por su mejor obra. El idioma rumano suena a italiano. La crítica dijo que Solenoide, publicado en español en 2017, es su obra maestra. Cărtărescu, sin embargo, compara el proceso de escribir cada uno de sus libros con “dar a luz”: “Creo que fui hecho para eso, no hay razón para estar orgulloso, solo muy agradecido”. Su obra en español está publicada por la editorial Impedimenta e incluye 12 títulos traducidos por Marian Ochoa de Eribe, que interpreta en castellano sus respuestas cuando las entrevistas no son en inglés.
El día anterior, mientras recorrían el recinto donde se celebra la FIL de Guadalajara, un joven los detuvo para decirle que la literatura de Cărtărescu le había salvado la vida; se arremangó la camiseta y les enseñó una casa que flota sin piso tatuada en la piel, la ilustración en la portada de Solenoide. “Ese es uno de los momentos más felices que un escritor puede tener, no el Premio Nobel”, cuenta Cărtărescu. Este lunes hubo una muestra de devoción similar. Una mujer joven y su esposo se le acercaron con un bebé de dos meses en brazos y Cărtărescu se quedó en silencio. “Se llama Mircea”, le dijo la mujer. El nombre –se pronuncia algo así como mircha– era en honor a su abuelo, pero también a él.
La camisa que trae Cărtărescu tiene estampadas mariposas rojas. “La más agraciada de todas las criaturas”, dice el escritor. Su trilogía Cegador es, justamente, un libro “en forma de mariposa”. Los tres libros que la forman componen la anatomía del insecto con sus títulos: El ala izquierda (2018), El cuerpo (2020) y El ala derecha (2022). “Primero, es un humilde gusano, luego se cierra en una crisálida y resucita como una bella mariposa. Viendo su metamorfosis los seres humanos hacemos la comparación con nuestro destino”, explica, y añade: “Es un símbolo de la inmortalidad, una imagen del alma humana”. “¿Algo que quiera agregar?”, le pregunta el último periodista que lo entrevista. “Solo un vaso de agua, por favor”.
Cărtărescu tiene un rostro fácil de reconocer en los pasillos de la FIL. El pelo fino le nace profundo en el cráneo a la altura del ojo izquierdo y cae hacia la derecha en una onda pegada en la frente. Su mirada es inquieta, como el zumbido de una abeja, y cuando habla el labio superior permanece fijo. Le sorprende ver su obra entera en una pared, y le cuesta avanzar por los pasillos sin que le pidan una foto o un autógrafo. Es uno de los escritores más importantes de su generación –ganó el Premio Formentor en 2018; desde hace años se especula con que podría recibir el Nobel– y hoy se lo ve cansado. Pero el agotamiento desaparece cuando entra al salón donde lo ovacionan cientos de jóvenes. Cărtărescu los saluda sacudiendo las manos rígidas a la altura de la cabeza, con las palmas mirando al frente.
“No creo que sepan mucho sobre Rumanía, el país más pobre de Europa”, les dijo Cărtărescu a los jóvenes. “Lo que nos asemeja”, les dice, “es más de los que nos separa”. La desigualdad, las “dictaduras horribles” de Rumanía –”tres, fascistas y una, comunista”– y de América Latina, la literatura “basada en la imaginación”. Cărtărescu les cuenta de su admiración por Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar; también por The Beatles o Bob Dylan cuando era un joven de pelo largo que era parte de la generación blue jeans. Les habla de su primera novela, que escribió a los nueve años y los hace reír: “Jack y Jim iban a un bosque y encontraban una misteriosa cabaña. La cabaña era de madera… Y ya no supe qué decir porque no sabía describir la cabaña. Al final, la dibujé y solucioné el problema”.
Aunque Cărtărescu es narrador, ensayista y crítico literario, se considera sobre todo poeta. Después de los 30 años, sin embargo, decidió no componer más versos. “Tenía la sensación de que ya era suficiente, de que iba a seguir imitándome a mí mismo”. Pero cuando empezó la emergencia sanitaria de la covid-19 volvió a escribir “como loco, 20 poemas al día”. Los publicó en un libro “pobre” que no ha sido traducido al español. “Sentí la necesidad, no sé por qué, pero me salvó la vida. Porque tenía pensamientos suicidas todo el tiempo”, le había contado horas antes a una periodista. Él no cree que haya roto la promesa que mantiene desde hace tres décadas: “No lo escribí yo, lo escribió la pandemia”.
“Ser poeta no tiene nada que ver con las técnicas literarias. Me atrevo a decir que tampoco con la literatura”, dice Cărtărescu. Días antes, al recibir el Premio FIL hizo una defensa de la poesía en 15 minutos. “La poesía no es entretenimiento y el poeta no es, como piensan tantos todavía, un inadaptado con la cabeza en las nubes”, pronunció. “La poesía”, continúa este lunes, “no se trata de escribir poemas, es una forma de mirar”. “Todos y cada uno de los niños son poetas, pero después lo perdemos. Si a los 17 años todavía ves la belleza del mundo, eres un poeta. Estoy muy orgulloso de no haber crecido”, afirma. Normalmente, se comería una manzana y volvería al hotel, pero su agenda no se acaba y ahora debe ir a cenar con distribuidores. Después, volverá a dormir.
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