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Los tres entierros que desgarraron Tepuxtepec

El brutal asesinato de tres jóvenes mixes en Phoenix, Arizona, revela la fragilidad de las vidas migrantes en Estados Unidos y la violencia del tráfico de personas a ambos lados de la frontera

Vecinos de Santo Domingo Tepuxtepec, en Oaxaca, acompañan a la familia de Abimael Jiménez, asesinado en EE UU, durante el sepelio el 10 de marzo 2022.Vídeo: MÓNICA GONZÁLEZ

Los cuerpos aparecieron en un lote abandonado de la avenida 99, a las afueras de Phoenix, Arizona, pero ellos eran de allá, de hasta arriba de la sierra, de Oaxaca, de México. Los encontraron a finales de febrero cerca de una gran avenida, en un baldío lleno de arena y pequeñas rocas, pero ellos crecieron donde crecen pegados los pinos. Eran tres migrantes anónimos más: tuvieron que ser identificados por las huellas dactilares. A Herminio Pérez, Isauro Martínez y Abimael Jiménez los mataron en Estados Unidos, pero les lloran lejos.

Con el sol de mediodía en lo alto, las campanas de la iglesia de Santo Domingo Tepuxtepec repican por ellos este jueves de principios de marzo. El pueblo de 6.000 habitantes se ha convertido en una comunidad de mujeres, niños y emigrantes. Desde hace cinco años, los jóvenes salen en riadas hacia el norte. Las autoridades reconocen que hay días que se van grupos de hasta 50 personas. Antes casi siempre eran hombres, pero ahora también se van ellas. Como en muchas poblaciones de México condenadas a la pobreza, arriesgarse a cruzar la frontera y ganar en dólares es la única opción para vivir entre paredes de cemento. En el primer año de la pandemia, casi 36.000 oaxaqueños se fueron a EE UU.

Esa necesidad es la que empujó a migrar a los tres jóvenes mixes asesinados. Herminio Pérez, el mayor del grupo, de 28 años, se había ido a Wisconsin en 2011. Se despidió emocionado de su familia y de sus maestros. Allí se casó y tuvo dos hijos. Con el dinero que ganaba en una fábrica pagó las puertas y las ventanas de la iglesia azulada de su comunidad, Llano Crucero. De ahí también era Isauro Martínez, de 21 años. Había dejado el municipio en 2017 para irse con su novia y su hijo a León, Guanajuato, a trabajar como taquero. Recién este 4 de febrero decidió ir más arriba. Estuvo vivo en suelo estadounidense apenas un par de días. Abimael Jiménez, el más pequeño de los tres, estaba obsesionado con que su madre dejara de vivir en una casa de chapa y se fue del pueblo el 27 de enero de este año. Su tío Emeterio López insiste en que alcanzó a trabajar algunos días en California. Regresó seis semanas después en una caja gris de madera. Tenía 16 años.

Roselia Domínguez, madre de Isauro Martínez , de 21 años de edad, junto a su féretro la comunidad de Llano Crucero.
Roselia Domínguez, madre de Isauro Martínez , de 21 años de edad, junto a su féretro la comunidad de Llano Crucero.Monica Gonzalez

Cuando se reunieron el 19 de febrero en Los Ángeles tenían por delante un largo viaje hacia el este, hasta Milwaukee, una ciudad cerca de la frontera con Canadá donde residen los hermanos de los tres jóvenes, y que ha tejido con los años una fuerte comunidad de Tepuxtepec. Hicieron una parada en Phoenix. Ahí terminó el camino.

El parte policial recoge que recibieron impactos de bala, que Herminio tenía una marca en la muñeca izquierda —parecía que había estado atado— y que presentaba un fuerte golpe en la cabeza. El documento es escueto. Los rostros que llegaron a Tepuxtepec tuvieron que ser reconstruidos para ocultar las heridas y las magulladuras antes de ser colocados bajo el cristal de los ataúdes. Pero nunca es suficiente maquillaje para una madre.

“Ese es mi hijo, ya me enteré. Cuando me dijeron que estaba muerto, yo pensaba: ‘Tal vez no es cierto, tal vez está vivo, tal vez fue otro, tal vez se murió otro’. Ahora, mira, ya no se ve allá donde está la cara, mira cómo lo hicieron, mira, aparece su nariz, aparece su ojo, lo patearon aquí en su ojo, está muy morado, salió sangre, mira su boquita. Ese es mi hijo”, exclama Roselia Domínguez, madre de Isauro, que ronda descarnada el cuerpo que le devolvieron. “¿Cómo es posible que ya esté muerto mi hijo?”.

La atrocidad ha doblado al pueblo. Entre los cientos que han migrado en los últimos años habían tenido muertos: ahogados por la corriente del río Bravo, sofocados por el calor del desierto, accidentados o alcoholizados en Estados Unidos, pero nunca asesinados con saña. El triple homicidio también se ha convertido en un quebradero de cabeza para la policía de Phoenix, que atraviesa una crisis reputacional por escándalos internos y por la escasez de uniformados, lo que ha derivado en un aumento de los delitos. El Departamento se topó con un crimen atípico, incluso para un Estado fronterizo: tres migrantes asesinados a 290 kilómetros de la frontera. Los viajeros ya habían pasado lo peor, incluso el último retén de migración, ubicado en Casa Grande, Arizona. ¿Qué había pasado?

Las fotografías de Abimael Jiménez colocadas en el templo de Tepuxtepec durante el velorio.
Las fotografías de Abimael Jiménez colocadas en el templo de Tepuxtepec durante el velorio. Monica Gonzalez

“Me devolvieron a mi hijo, pero ya muerto”

A la región mixe de la sierra Norte de Oaxaca se llega por una carretera recién construida. Serpentea vigilada por las sombras de los cerros: León, Metal, Lucerillo, el cerro Trampa. La bienvenida a Tepuxtepec, a 90 kilómetros al este de la capital, la dan nidos de casas de hormigón, muchas sin terminar todavía, construidas con dólares. Es la arquitectura de remesas que salpica la sierra.

El entierro de Abimael Jiménez, en el centro del pueblo, se ha convertido en un evento comunitario. La comitiva fúnebre avanza al tiempo que marca la banda; se escuchan los clarinetes, los saxos y los trombones, y a ese paso caminan. Son casi doscientos. Primero suben la cuesta que sale del templo y después bajan apretados la ladera, donde se estrecha el sendero. Algunos hombres llevan el ataúd que abre la marcha, son los tíos y los primos de Abimael. Esaú y Damián, de 12 y seis años, todavía no tienen fuerza para cargar a su hermano y acompañan detrás a su madre, Silvia Romero, que está rota: “Sí me devolvieron a mi hijo, pero ya muerto”.

Dice su prima Brisa Martínez, de 15 años, que soñaban con estudiar criminología juntos, aunque a ella le gustaba más la astronomía y él se tuvo que ir antes de empezar la preparatoria. “Necesitaban el dinero”, explica. Desde que su padre los dejó, Abimael estaba siempre al lado de su madre y a todos decía: un día él le construiría una casa, con sus cuartos y su techo y sus paredes de concreto. La que tenían ahora no contaba con mesa ni colchones, por eso algunas veces dormían y comían en la de Jazmín Juárez y su padre, que era coordinador de la banda de música de la iglesia. Abimael tocaba la tambora desde los ocho años. El día de su entierro todavía estaba el pomo de croché verde encima del instrumento.

De camino al panteón flotan los gladiolos y los alcatraces. La familia, desconsolada y creyente, se resigna: solo Dios sabe por qué pasó.

Silvia Romero, madre de Abimael Jiménez, acompañada de su familia hacia el panteón de Tepuxtepec.
Silvia Romero, madre de Abimael Jiménez, acompañada de su familia hacia el panteón de Tepuxtepec.Monica Gonzalez

Estos días, los niños son los únicos que corretean y juegan a la pelota, ajenos a la tristeza que invadió la sierra. En Tepuxtepec hay unos 1.500 menores de 15 años; para ellos, solo el básquet y la música ocupan las horas. “El único medio de distracción que tienen es la cancha y la banda de la iglesia. Nada más, no tienen otras oportunidades”, cuenta la maestra Sofía Vázquez, que reconoce que en el pueblo no hay dinero ni para entrenadores ni para profesores de solfeo.

Los menores conviven con sus madres y sus abuelas, solteras o viudas de hombres que murieron o ya no regresaron; ellas son las que no migraron, las que siguen trabajando el maíz y el frijol, las que cuidan solas y mantienen, con el rebozo puesto, una comunidad a flote. Es la historia que se repite con las madres de los muertos.

Sentadas e inmóviles, ellas se han convertido en centinelas. Al preguntarle por Isauro, el desgarro de Roselia lo ocupa todo: “Yo he sufrido mucho con mi hijo. Lo crecí: le daba quelites, atolito namás, tortilla namás. Yo trabajaba más que para dar de comer a mi hijo, que se murió, apenas lo crecí. Sufrió mucho de hambre, por eso el niño se enteró de cómo ganar dinero y se fue allí, a donde se gana dinero. No se fue para morir, se fue para mantener a su madre, a su familia”.

Su hermano Moisés Martínez, de 26 años, reconoce que veía mucho riesgo en el viaje: “Nosotros vivíamos juntos, jugábamos básquet en las tardes. Yo no quería que se fuera a EE UU”. Abimael e Isauro cruzaron la frontera a crédito, con el dinero fiado; ahora las familias deben hasta 200.000 pesos (unos 10.000 dólares) a quienes les ayudaron a entrar en el país. Todavía no saben cómo van a encargarse de la deuda.

Una trabajadora del Gobierno traduce, de forma parca, a la madre biológica de Herminio Pérez, Salomé Ramírez, y a la mujer que lo crió, Adelaida Guadalupe, que se expresan en mixe. Las dos recuerdan a un muchacho amable, que les mandaba dinero a ambas, y piden que se encuentre a los responsables de su asesinato.

Dos niñas en el velorio de Herminio Pérez e Isauro Martínez, el 11 de marzo de 2022.
Dos niñas en el velorio de Herminio Pérez e Isauro Martínez, el 11 de marzo de 2022.Monica Gonzalez

Nadie contesta, pero todos susurran: los principales sospechosos del brutal crimen son de Tepuxtepec. Uno está detenido en Arizona. Otro ha sido visto en las carreteras de la sierra, rondando el sepelio. Y, aunque su hijo la mande callar, la madre de Isauro se atreve a hablar en alto: “Tengo miedo, ¿me van a matar a mí también?”.

1843 East Monroe, Phoenix, Arizona

Los jóvenes se reunieron en Los Ángeles a mitad de febrero. Herminio Pérez fue a recogerlos en una camioneta Tahoe blanca del 2009. Él llevaba algunas semanas parando en Phoenix. Los testimonios recopilados por EL PAÍS apuntan que, desde enero, Herminio había estado “pasando gente por la frontera”. El joven llevaba años empleado en una fábrica de revistas, pero a comienzos de este año el trabajo empezó a escasear y solo había turnos tres o cuatros días a la semana. Se vinculó con otros dos hombres de Tepuxtepec que se dedicaban al tráfico de migrantes. “No iba a ser mucho tiempo, porque sabía que era peligroso”, dice una persona que lo conocía bien y que pide, por miedo, mantenerse en el anonimato.

Hizo el primer viaje con ellos el 10 de enero, después le siguieron varios más. En un momento determinado se apartó de esos dos coyotes y se puso a trabajar para otro. “Lo amenazaron de muerte. Dijeron que Herminio los chapulineó [saltó de un grupo a otro rival], que si no trabajaba con ellos, no trabajaba con nadie”, añade la misma fuente.

Esta se ha convertido en una de las principales líneas de investigación de los homicidios. El parte policial indica que Herminio comentó a su novia, antes de dejar Wisconsin, “que estaba preocupado porque dos sujetos llamados Chico y Jonás lo querían matar en Phoenix”. Antes de irse le dejó los teléfonos de los hombres y una dirección: 1843 East Monroe, al oeste de la ciudad.

Esa vivienda es la única descuidada en una manzana de residencias de una planta con patios traseros. Las ventanas no tienen cortinas, sino que están tapadas con pedazos de plástico y una manta. Un hoyo en una de estas deja ver el interior: hay decenas de botellas de cervezas en el piso de una sala que tiene una mesa como único mueble. Solo hay un par de sillas portátiles, de camping. Sobre la mesa hay un papel de aluminio, un cargador de teléfono y botellas de agua. En la parte de atrás hay un coche blanco chocado. Inservible.

La banda de música Alfa y Omega acompaña el cortejo fúnebre  por Abimael Jiménez, de 16 años, hasta el panteón de Tepuxtepec.
La banda de música Alfa y Omega acompaña el cortejo fúnebre por Abimael Jiménez, de 16 años, hasta el panteón de Tepuxtepec. Monica Gonzalez

La última vez que Beatriz Martínez logró hablar con su hermano Isauro eran las cinco de la tarde del 19 de febrero. No obtuvo respuesta ni a las ocho ni a las 10 de la noche. A las 23.06, la señal del teléfono de Herminio lo ubica en 1843 East Monroe. A las 00.30 está ya en el descampado donde los jóvenes fueron asesinados. La policía cree que a esa hora se cometió el crimen. El 20 de febrero a las 13.33, la policía recibe una llamada: se han encontrado tres cuerpos en el número 2650 de la avenida 99.

La investigación policial de los datos del teléfono de Herminio llevó a detener a Juan Manuel Vargas, un inmigrante mexicano indocumentado de 22 años. Es el principal sospechoso del crimen. Una fuente asegura a EL PAÍS que se trata de un nombre falso. “Hay una persona arrestada, pero se está buscando a otras personas involucradas”, afirma a este periódico el cónsul mexicano en Phoenix, Jorge Mendoza.

Las pruebas apuntan a que en el asesinato participaron más personas. Los peritajes confirman que aquella noche fueron usadas dos armas. El 27 de febrero, la policía encontró la camioneta Tahoe de Herminio afuera de un motel. Estaba siendo utilizada por una pareja —que ha sido detenida y es investigada—, quien asegura haberla comprado a dos hombres por 2.500 dólares, un precio muy por debajo de su valor.

Elías, un vecino del barrio, recuerda el operativo de la policía para capturar a Vargas en el 1843 de East Monroe. Comenzó a las seis de la mañana del 2 de marzo con la vigilancia de varios coches. A las 10 llegó un convoy fuertemente armado. El señor cree haber oído algunos disparos, por lo que se escondió en su casa. Dice que llegó a conocer quien ocupaba la vivienda. Uno de estos era Juan Vargas y otro era un tipo bajo y gordo, que aún no ha sido identificado oficialmente.

Ese otro individuo es el que los vecinos de Tepuxtepec identifican como cómplice del crimen. Alguien que asesinó a tres de los suyos y ahora ha vuelto allí a esconderse. El activista Joaquín Galván, que ha acompañado el caso con las familias, ha tenido que solicitar protección estatal ante las amenazas: “Al recorrer la carretera previa a la comunidad, nos topamos de frente con el comando que transporta al líder de la red de traficantes que los asesinaron”. Galván incide en cómo la alta migración ha hecho mutar a estas redes —antes más comunitarias— hacia estructuras aliadas con otros grupos criminales: “Eso evoluciona en una nueva forma de violencia hacia las personas que tratan de buscar una vida más digna en Estados Unidos. Se amplían los riesgos que se enfrentan”.

En Tepuxtepec se ha instalado el miedo. Temen las represalias y la venganza. Las autoridades, los vecinos y las familias tienen la misma pregunta: ¿Cuál va a ser el desenlace de esta historia?

Una joven de la Banda de viento Alfa y Omega durante el sepelio de Abimael Jiménez, uno de los migrantes que fueron hallados sin vida con signos de tortura en Phoenix, Arizona.
Una joven de la Banda de viento Alfa y Omega durante el sepelio de Abimael Jiménez, uno de los migrantes que fueron hallados sin vida con signos de tortura en Phoenix, Arizona.Monica Gonzalez

Mientras, en el panteón, el hueco para el ataúd de Abimael ya está abierto. A un lado, esperan los integrantes de la banda de música Alfa y Omega. Son unos 20, el más pequeño tiene menos de 10 y los hay mayores de edad; se mezclan y enseñan entre todos las partituras. Han aguantado firmes durante cinco horas con el cadáver de su amigo al lado. Ahora ya acaba todo. El cura dice unas palabras para despedir al chico. La familia se quiebra. Entre una explosión de buganvilias y floripondios bajan la caja. Y la banda entonces toca y llora y llora mientras sopla y llora mientras golpea. Cae el sol con la sierra enverdecida de fondo. Antes de que todos se marchen, una madre recoge tierra con una pala para echarla sobre la tumba de ese hijo, de ese migrante, que aunque se parezca al hijo, al migrante, hoy no es el suyo.

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