Yuri Herrera: “El olvido es necesario para no quedarnos anclados en ciertas promesas”
El escritor trae a México su último libro, 'Diez planetas', una antología de ciencia ficción para hablar sobre los límites y poderes del lenguaje
En el verano de 1999, dentro del intestino delgado de un falsificador de documentos, una bacteria diminuta hizo lo que ninguna otra había hecho antes: cobró conciencia. El microorganismo se despertó un día entre fluidos, observó con cuidado los ángulos de su nuevo entorno, y poco a poco comenzó a explorar y darle nombre a su nuevo universo. “Con la comprensión de que lo que había no era sólo lo que había, sino lo que podía haber, comenzó a erigirse un lugar en el mundo'‘, narra el escritor Yuri Herrera sobre la curiosa bacteria en Entera, el segundo cuento de su último libro, ...
En el verano de 1999, dentro del intestino delgado de un falsificador de documentos, una bacteria diminuta hizo lo que ninguna otra había hecho antes: cobró conciencia. El microorganismo se despertó un día entre fluidos, observó con cuidado los ángulos de su nuevo entorno, y poco a poco comenzó a explorar y darle nombre a su nuevo universo. “Con la comprensión de que lo que había no era sólo lo que había, sino lo que podía haber, comenzó a erigirse un lugar en el mundo'‘, narra el escritor Yuri Herrera sobre la curiosa bacteria en Entera, el segundo cuento de su último libro, Diez planetas.
La antología, que la editorial Periférica acaba de traer a México después de lanzarlo en España a finales de 2019, reúne 21 cuentos cortos de ciencia ficción en los que Herrera viaja a universos tan enanos como el de una bacteria o tan enormes como el de un cometa. Entre sus personajes también están un escritor de obituarios que vive entre personas invisibles; un burócrata que se sienta a escuchar a las ánimas en pena; o un ansioso extraterrestre que no logra entender la lengua de los humanos. Todos ellos están en planetas distintos pero haciendo preguntas parecidas sobre nuestro lenguaje y los mundos que este puede crear o destruir. “La ficción siempre está hablando de algo que conocemos íntimamente aún cuando le damos nombres de cosas inexistentes”, explica Herrera.
Yuri Herrera, profesor en la Universidad de Tulane de Nueva Orleans, nació en Actopan, México, y ha escrito tres novelas famosas que atraviesan temas políticos de su país: los narcocorridos en Trabajos del reino (2003); la migración hacia el norte en Señales que precederán al fin del mundo (2009); y la desaparición de personas en La transmigración de los cuerpos (2013). Su libro de no-ficción El incendio de la mina El Bordo (2018) es un viaje a una tragedia que ocurrió en 1920 en el Estado mexicano de Hidalgo. Pero Diez planetas es distinto a lo que Herrera ha hecho antes: sus personajes deslocalizados están preocupados por temas más universales, como la destrucción ambiental del planeta, el deseo de explorar (o colonizar) otros mundos, o la soledad alienante al vivir en una tierra extraña.
Paradójicamente, hace tres años, el autor comenzó a imaginar sus cuentos de ciencia ficción cuando estaba inmerso en su libro de no-ficción sobre la mina que se incendió en Hidalgo hace 100 años. “Diez planetas era un proyecto diametralmente opuesto, en el cual yo no tenía límites, ni en lo que quería contar, ni en el lenguaje con el cual lo quería contar”, ha contado Herrera a EL PAÍS desde su casa en Nueva Orleans.
Pregunta. ¿Cómo es que estos cuentos de ciencia ficción le están haciendo eco a un libro de no-ficción como El Incendio de la mina de El Bordo? ¿Cómo se conectan los dos?
Respuesta. Por ejemplo, hay dos cuentos que se llaman Los objetos, y uno de ellos, temáticamente, tiene un poco que ver con el libro de la mina. El libro de la mina es un libro sobre la impunidad en México, sobre la genealogía de la impunidad, sobre cómo la impunidad no ha sido un defecto, o un accidente, sino un sistema. En Los objetos tienes a un personaje cercado por un mundo inhumano, y donde tiene que encontrar a un ser querido, pero todo conspira contra ese objetivo. Por eso dialoga con lo que estaba haciendo yo en ese momento.
Uno descubre en retrospectiva que se la pasa elaborando, indagando o dudando sobre ciertos temas. Algunos de estos temas están presentes en los cuentos, como el lenguaje y los viajes, pero también está ese tema importante sobre el ejercicio del poder, sobre la resistencia frente al poder. Eso es un tema central en el libro de la mina y en el cuento.
P. En este libro se fue a viajar a otros planetas pero está siempre en conversación con el nuestro. ¿Qué ventajas trae ver al nuestro con “ojos de marciano”?
R. Bueno, esa es exactamente una de las maneras como yo trato de ver al mundo. No solo escribiendo ciencia ficción, sino en general. Yo creo que eso es algo que la literatura tiene que hacer. Si no estamos permanente tratando de encontrar nuevas maneras de referirnos a nuestro mundo cotidiano, entonces no estamos haciendo literatura sino estamos repitiendo los discursos creados por alguien más, o estamos reimprimiendo instructivos, o libros de autoayuda.
Lo que intenta la literatura es tratar de producir un extrañamiento frente a lo cotidiano, frente a nuestras emociones, frente a nuestras certezas, para convertirse en un aliciente crítico. La ciencia ficción es un género que se plantea eso desde el principio: siempre habla de nuestro mundo, de nuestros problemas, pero construye metáforas, alegorías radicales, para subrayar algunos puntos de nuestra realidad. Enfatiza, subraya, enfoca, con una intensidad específica, para que miremos cosas que de otro modo nos pasan de largo. La ciencia ficción abraza ese extrañamiento de forma radical.
P. Y en un ejemplo concreto, en el cuento El terrícola hay una persona que se siente terriblemente sola en un planeta de marcianos, hasta que se encuentra con un perro. ¿Qué nos dice ese cuento sobre nosotros?
R. Cualquier cuento hace más de una cosa. Para mí, por un lado, ese cuento tiene que ver con la soledad que se siente al haber migrado, lo que se siente en alguna forma de exilio, cuando a pesar de estar en condiciones aparentemente amables, hay ciertos límites que la amabilidad no resuelve. Para mí ese es un cuento sobre la soledad.
Pero también es un cuento sobre las posibilidades de la compañía: uno suele idealizar cuál es su compañía perfecta, uno suele idealizar qué es lo que te va a quitar esa soledad. Creo que esa idealización es un problema. El perro es una especie de prójimo, a pesar de ser distinto. Por otro lado también funciona como una metáfora de la humanidad, y una metáfora del ser amado. A pesar de no ser lo que uno se imaginaba, es exactamente lo que uno necesita a veces.
P. Uno de sus cuentos más políticos, en otro planeta, es sobre Los Unos y Los Otros, llamado Los conspiradores, en el que un grupo está oprimiendo al otro a través de la apropiación del lenguaje. ¿Acá está haciendo alusión a un momento histórico?
R. Este es un cuento que a mí me gusta mucho, y es probablemente el que más trabajo me costó. Ese cuento se me ocurrió a partir de algo que me contó mi amigo y colega Fernando Rivera, un profesor y escritor peruano. Me dijo que existe una teoría, no comprobada, de que en el Imperio inca, originalmente, no se hablaba el quechua. Luego llegaron los conquistadores a esta región, los conquistados hablaban esta otra lengua, con la cual habían elaborado una serie de redes comerciales, de redes sociales. Los conquistadores, en lugar de eliminarla para imponer su propia lengua, decidieron aprovechar esa lengua y adoptarla como lengua del Imperio. Y después impusieron esa lengua, que ya era de los conquistados, como lengua del Imperio. Entonces hay este doble movimiento, como paradójico. A mí me hizo pensar que eso sucede todo el tiempo. Por ejemplo, una corporación de EE UU llega a México y se apropia de la palabra taco, y luego pretende vendernos esa basura de Taco Bell como si fuera comida mexicana.
Esto sucede permanentemente: en la gastronomía, con la lengua, con las artes plásticas. Bueno, ese es como uno de los temas de ese cuento, lo que podríamos llamar, como dices, la apropiación cultural. La otra parte tiene que ver con cómo se construye la memoria, y con cómo, a pesar de que te arrebatan algo tuyo, siempre tienes la posibilidad de volver a reconfigurarlo.
P. Las posibilidades e imposibilidades del lenguaje es un tema que atraviesa todos sus cuentos en este libro. El primero, La ciencia de la extinción, habla de un personaje que pierde poco a poco la capacidad de nombrar las cosas.
R. Este es un cuento sobre la memoria, es un cuento sobre la cercanía de la muerte y sobre cómo a veces no nos reconocemos en nuestro propio lenguaje. Acá aparece el lenguaje como herramienta de liberación, de opresión, y como una forma de crear identidad. Creo que es muy dramático cuando no puedes reconocerte en tu propio lenguaje. Acá hay un personaje que había confiado en los poderes de la lengua para mantenerse lúcido, para mantenerse claro sobre lo que le estaba sucediendo. Y por unas razones, que en este caso pueden ser la vejez o la enfermedad, la lengua deja de ser esa especie de cómplice confiable. El cuento trata sobre los límites de la lengua como una herramienta de creación de identidad. Y al mismo tiempo, yo diría, también es sobre el olvido: no como una tragedia, sino como forma de liberación. El olvido también es necesario para no quedarnos anclados en ciertas promesas o certezas anteriores.
P. Escribió este libro antes de la pandemia y pareciera que la vida se convirtió en una historia de ciencia ficción: todo el planeta encerrado, miles de personas muriendo, y una economía colapsada por un virus. ¿Cómo ha vivido esta pandemia? ¿Ha cambiado su forma de entender los cuentos?
R. Hay cuentos que parecería que fueron escritos oportunistamente para la pandemia, pero que los escribí desde antes. Cuentos como El obituarita, que es un cuento sobre el temor a tocar a los demás, el temor a oler a los demás, y sobre la comodidad de tener control aparentemente sobre nuestra propia imagen, sobre nuestros propios silencios.
La pandemia no debería ser una sorpresa para nadie: esta es una tragedia de nuestra hechura, que tiene que ver con cómo la hemos habilitado con nuestras formas de consumo, con nuestro desprecio por los procesos naturales, con nuestra manera de vivir unos encima de los otros sin espacio para la calidad de vida. Ha habido mucha gente que de algún modo ha anticipado que esto podía suceder, y yo insisto en que esta es una de las cosas que logra hacer la ciencia ficción: tomar ciertas características del presente, y llevarlas a cierto extremo, para presentarnos un futuro posible. Más allá de que se cumpla o no se cumpla, lo que hay es un comentario sobre nuestro comportamiento, sobre nuestra moralidad, sobre nuestras maneras de relacionarnos entre nosotros y con la naturaleza.
La he vivido mejor que mucha gente, porque tengo un empleo que puedo seguir haciendo desde casa y porque he estado sano. Pero también trato de no caer en el ensimismamiento, que es una consecuencia natural del confinamiento. En el pensar que nuestro drama o nuestro problema es replicable o es igual a lo que está sucediendo en todo el mundo. Es una idea errada muy común en estos días: que todo el mundo está viviendo esto de la misma manera. Y creo que no es cierto, lo que ha hecho la pandemia ha sido subrayar diferencias que ya existían ahí, diferencias en nuestro acceso a las instituciones de salud, diferencias en la manera como procesamos la información, diferencias en cómo creamos redes sociales verdaderas y virtuales. He tratado de ponerle atención a qué historias salen de supervivencia en la pandemia. Creo que esto debe estar generando, un poco por desesperación o por ingenio, algunas formas de trabajo o de relación que no estamos mirando.