Carta a mi hijo con discapacidad: me pregunto cuántas veces más tendremos que esquivar tu muerte

Un susto puede hacer que uno se ponga en lo peor. Esta situación estresante reciente me ha recordado una vez más el valor de tu vida, me ha hecho valorar las cosas en su justa medida y la importancia de aprovechar el tiempo ante la fragilidad de la vida

Álvaro Villanueva posa con su hijo Alvarete en el coche,

Querido Alvarete.

Esta mañana, llegando a la oficina, después de una reunión que he tenido fuera, llamo a tu madre para saber cómo van las cosas por casa. Aparentemente, todo está en orden y ella aprovecha la llamada para insistirme en que me vaya a hacer deporte esta tarde y así me desfogo un poco. En ese momento, se oye a tu hermana mediana pegando un grito de auxilio, tu madre suelta el teléfono y grita: “Alvarete, ¿qué te pasa? ¡Reacciona!”. Luego se oye a lo lejos una voz de emergencia preguntando si hay algún problema. Entremedias, escucho los lloros de mi hija y de mi mujer… Mientras tanto, no sé cómo reaccionar.

Al principio, pego gritos al teléfono preguntando qué pasa. Cuando soy consciente de que el problema es contigo, empiezo a decir: “Intentad salvarlo, no dejéis que se vaya”. Instintivamente, me subo al coche y me dirijo hacia casa. Estoy bloqueado, no sé si debería colgar el teléfono y llamar a una ambulancia, hacer una llamada al grupo de la familia para que algún hermano que viva cerca vaya corriendo a casa… Por fin, coge el teléfono tu hermana y me dice que ya estás bien, que te has atragantado con un caramelo, pero que finalmente ha salido. Se pone tu madre y los dos nos quedamos llorando, por una mezcla de alegría y desahogo por la experiencia vivida.

Han pasado casi 12 horas y aún no me he recuperado del susto. Me he pasado todo el día con la mente noqueada. Me pregunto cuántas veces más tendremos que esquivar tu muerte. Ya van unas cuantas veces que he sentido que te perdía, y cada una de ellas ha dejado una marca imborrable en mi corazón.

Hoy la meditación del día tengo clarísima cuál es: me trasladaré a ese preciso instante e intentaré aprender de lo ocurrido. Muchísimas enseñanzas brotan de este momento. La primera, y más importante, es que me recuerda una vez más el valor de tu vida. Es uno de mis objetivos vitales y de los motivos por los que escribo estas cartas, para que la gente valore tu vida, al menos como yo la valoro. Mientras creía que te había perdido, se me han olvidado todos las malas experiencias que hemos pasado, como este fin de semana, que has tenido tan complicado. No me he acordado de mis ganas de descanso o de viajar, solo he pensado en que quería abrazarte, al menos, una vez más.

El resto del día he estado agotado por el estrés de esos cinco minutos de locura, pero he rebosado felicidad. Me ha dado igual la faena que me habías hecho hace unos días o que yo haya perdido el iPad con el follón… Solo he estado pensando en que iba a poder abrazarte otra vez y en que había que celebrarlo con tus hermanas y tu madre esta noche. Y ahí está la segunda enseñanza: hay que valorar las cosas en su justa medida.

La tercera lección es la fragilidad de la vida: hoy estamos aquí y debemos aprovecharlo, no podemos dejar pasar la oportunidad de disfrutar con nuestros seres queridos. He recordado ahora que este verano aún no te he subido a la montaña, con lo que te gusta, y he temido que ya no tendría la posibilidad de hacerlo. No lo había hecho hasta ahora por cansancio, por pereza, porque aún queda mucho verano por delante… pero ninguna de esas excusas me habría servido si te hubieras ido, igual que no me sirvieron cuando aquel miércoles no fui a comer con mi abuela, como solía hacer cada semana, y nunca más volví a tener la oportunidad.

Más allá de estas pequeñas lecciones, también me he dado cuenta de lo duro que es para tus hermanas vivir a tu lado. Lo mucho que tienen que sufrir por culpa de este tipo de experiencias tan agónicas. Hoy ha sido un atragantamiento, que desgraciadamente le puede pasar a cualquiera, pero tú bien sabes a qué me refiero. A la vez, el fruto que obtienen de vivir a tu lado es incalculable. Mis hijas, tus hermanas, se han convertido en extraordinarias. Prueba de ello es cómo tu hermana es capaz de darse cuenta de tu problema (estabas en ese momento solo y te estabas apagando sin decir nada), avisar a tu madre y llamar a emergencias sin que nadie se lo dijera, para posteriormente volver a ayudar con la maniobra para liberarte y luego, pensando que yo lo estaría pasando mal, coger el teléfono para tranquilizarme.

A pesar de que no tengo la vida que soñaba —¿quién la tiene?—, doy muchas gracias a dios porque tengo muchas cosas maravillosas, una de ellas eres tú, y también están tu madre y tus hermanas. Puede, seguro, que no sea la persona más exitosa, ni el más guapo, ni simpático, y me faltan amigos, pero no cambiaría mi vida por ninguna porque en esas otras vidas no estáis vosotros a mi lado, mi familia.

Te quiero,

Papá.


Más información

Archivado En