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Un reloj que permite llamadas, un ‘dumbphone’ y otras alternativas para retrasar la llegada del primer móvil inteligente

Los padres deberían preguntarse para qué necesita su hijo un dispositivo y si el que van a comprar cubre esas necesidades o las sobrepasa

Paula Martos le compró a su hijo Jorge, cuando este tenía 11 años y con la vista puesta en su paso al instituto, un reloj que permite hacer y recibir llamadas y mensajes a unos números de teléfono predeterminados. “No queríamos que tuviera acceso a un móvil, pero necesitábamos alguna fórmula para poder contactar con él dado que en casa no tenemos teléfono fijo y él empieza a hacer cosas que antes no hacía, como ir y volver del instituto solo o encargarse a veces de su hermana después de la salida del colegio”, explica. Ya en primero de la ESO, Jorge es uno de los pocos niños de su clase que no tiene smartphone, lo que, de momento, no le supone una gran problemática. “Él, por suerte, nunca ha tenido mucho interés por este tipo de tecnología, de momento no es algo que le pese o que pida, así que nuestra idea sería retrasar lo máximo posible el teléfono móvil”, añade Paula. Carla también es de las pocas de su clase de primero de la ESO sin smartphone. Y es que este curso es la frontera que marca en gran medida la llegada del primer móvil. Según los datos del informe Infancia, Adolescencia y Bienestar Digital, presentado este mes de noviembre por el Ministerio para la Transformación Digital, en 5º y 6º de Primaria un 51,6% de los alumnos tiene móvil, un porcentaje que se dispara hasta el 82,8% en primero de la ESO.

A Carla, que ha empezado también este año andadura en un instituto nuevo, sus padres le dieron un dumbphone o teléfono tonto, uno de esos móviles que eran el colmo de la sofisticación en los primeros años 2000. “La idea es poder estar comunicados si es necesario y ya está. Y por eso vimos que la patata móvil, como lo llaman mis hijos, era la mejor opción”, bromea Laura Álvarez, su madre. Con su hijo mayor hicieron lo mismo y él nunca pidió más. Pero con Carla es diferente, porque a ella sí le llama más la atención el smartphone. “Yo le digo que de verdad que lamento que en algún momento ella pueda sentir que es diferente o que es menos por no tener una cosa que tienen todos, que la comprendo y que preferiría mil veces que esto no fuera así, pero esto no pesa lo suficiente como para que cambiemos nuestra determinación”, explica.

Núria Alemany y su pareja están pensando en que estas Navidades sea el momento en que su hijo mayor, de 14 años, reciba su primer móvil inteligente. Llegar hasta los 14 sin este dispositivo, casi una epopeya según muestran las estadísticas, ha sido para ellos relativamente sencillo porque su hijo no lo ha demandado. “Ahora lo que sí echa de menos es el WhatsApp, que mi sensación es que se ha convertido en lo que para nosotros era el teléfono de línea”, afirma Alemany. La idea que tienen es apostar por el Balance Phone, un smartphone que tiene capadas de serie las principales redes sociales (excepto WhatsApp) y todas las aplicaciones y sitios web con contenido adictivo o no recomendado para menores de edad. “Todavía no lo tenemos decidido al 100%, pero en cualquier caso lo que nos gustaría es poderle ayudar a tener una relación más buena con el teléfono que la que tenemos nosotros”, argumenta.

“Me parece una excelente noticia que cada vez haya más familias sensibilizadas y dispuestas a retrasar la llegada del primer móvil, porque en realidad lo que estamos haciendo es regalar tiempo a los niños y adolescentes. El tiempo que no están con las pantallas lo pueden dedicar a otras cosas y a otros hábitos saludables como dormir lo suficiente, hacer ejercicio físico o relacionarse cara a cara con los amigos”, opina María Angustias Salmerón Ruiz, pediatra especializada en adolescencia en el Centro Comienzo de Madrid y presidenta de la Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia (SEMA).

Su opinión la comparte Antonio Rial Boubeta, doctor en Psicología Social, aunque considera que esta “solo es una pequeña parte” de la solución al problema. “Cargar todo el esfuerzo preventivo a las familias y al sistema educativo es, sin lugar a dudas, sobrevalorar el peso que la educación tiene en todo esto, porque hay una parte que tiene que ver con la industria y la responsabilidad social que es mucho mayor”. Para Rial, hay que educar a las nuevas generaciones en un uso saludable y responsable de la tecnología, pero sin dejar de protegerlas: “En lo que estamos fallando es en las políticas de protección, porque estamos dejando mucho margen de maniobra al libre albedrío de la industria”. También es partidario de interpelar a la industria tecnológica para que apueste por el safety design, es decir, por dispositivos que tengan en cuenta el usuario final y se adapten a él, algo similar a lo que propone el citado Balance Phone.

Cambiar de bando la presión social

Entre los motivos para que madres y padres den el primer móvil a su hijo, además de la necesidad de tener comunicación directa en el momento en que empieza a tener más autonomía e independencia, hay fundamentalmente dos. El primero es el miedo a que socialmente se queden aislados. “No conozco ningún artículo que haya asociado el no tener teléfono con la soledad percibida del adolescente. Sin embargo, cada vez hay más estudios que relacionan el tener smartphone con sentirse más solo”, apunta Salmerón. “El riesgo de exclusión social existe, sin duda, y tiene sus consecuencias, tiene su peaje a nivel relacional, a nivel emocional”, difiere Rial. Este experto, no obstante, matiza que ese riesgo no es el mismo a los 12 años que a los 16: “Cedemos a ese miedo demasiado rápido”.

El segundo motivo es la presión social: no es fácil cargar con el peso de que tu hijo sea el único entre sus amigos que no tiene smartphone. “Hay estudios científicos que señalan que la presión social puede revertirse y cambiar de bando. Si la mayoría de los niños de la clase no tiene móvil, el que lo tiene va a ser el raro. Así que hay que ponerse de acuerdo entre padres y madres para retrasar su entrega”, sugiere Salmerón, que recuerda la existencia de un pacto de familias por una Adolescencia Libre de Móviles. Esta plataforma online tiene como objetivo acabar con la presión social en torno a tener un móvil inteligente y retrasar la llegada del primer smartphone hasta los 16 años; y a ella se están sumando familias de todas las comunidades. “Me conformaría si con estos pactos fuésemos capaces de retrasar la llegada del primer móvil hasta los 13 o 14 años, en vez de a los 10,8 como pasa ahora, porque de esa forma acabaríamos con un 80% de la presión social”, añade Rial.

En todo caso, llegado el momento de entregar el primer móvil, Salmerón invita a madres y padres a hacerse dos preguntas. La primera es para qué necesita su hijo (no ellos) el dispositivo que le van a comprar y si el teléfono que piensan comprarle cubre esas necesidades o las sobrepasa. La segunda es el cómo se lo van a dar: “Debería quedar claro que el teléfono es de los padres, que no se regala, que es una cesión y que, además, se da con unas condiciones determinadas”. En ese sentido, recomienda la creación de un plan digital familiar cuyas normas deberían cumplir todos los miembros de la familia. “Es muy difícil que le digas a tu hijo que no se lleve el móvil a la cama si tú te lo llevas. El ejemplo es una parte importante. Hay que poner límites y hay que cumplir esos límites como padres”, aconseja.

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