Del ‘sharenting’ a la ciberseguridad: por qué compartir información de tus hijos en redes sociales supone graves riesgos

La exposición en internet de aspectos privados de un menor puede tener consecuencias en su vida que trascienda incluso hasta la adultez

Instagram esté lleno de padres y madres que comparten la vida de sus hijos, eso no les convierte en 'influencers' ni estrellas de la paternidad.Adam Hester (Tetra images RF / Getty)

Muchos padres y madres hacen sharenting de manera inocente sin pensar en las consecuencias que esta práctica puede acarrear. Este anglicismo, que se suma a otros muchos asociados a las redes sociales como son sexting o grooming, ...

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Muchos padres y madres hacen sharenting de manera inocente sin pensar en las consecuencias que esta práctica puede acarrear. Este anglicismo, que se suma a otros muchos asociados a las redes sociales como son sexting o grooming, viene de la conjunción de las palabras share (compartir) y parenting (paternidad) y se refiere al acto de compartir fotografías u otra información privada de los niños en redes sociales sin el conocimiento ni consentimiento de los menores. Y sin una reflexión previa sobre las consecuencias de ese acto.

La primera consecuencia inmediata es que se le genera al menor lo que se conoce como huella digital. La infancia actual está sometida a la publicidad de sus vidas desde antes de nacer. Muchas veces los padres o madres suben a las redes sociales sus imágenes desde que aparecen en una ecografía. La huella digital de la mayoría de los adultos de hoy en día arrancó conscientemente con la aparición de las redes sociales. Pero la huella digital, ese registro que dejamos sobre nuestra persona y nuestra vida en internet, localizable en los buscadores, en el caso de los adolescentes y niños actuales, pertenecientes a las generaciones Z y Alfa principalmente, la están creando sus padres y madres sin una consciencia real. Es como escribir un currículo prematuramente en el que aparecerá todo tipo de información personal, que podrá ser usada para bien o para mal.

Tal vez lo más grave de todo esto sea que los datos que se comparten sobre los menores pueden arrojar suficiente información supuestamente privada como para que un delincuente pueda llegar a suplantar la identidad de esos niños en algún momento de sus vidas. Aquí es donde el sharenting entronca con la ciberseguridad. Según un estudio realizado por el banco británico Barclays, se estima que, en 2030, el 66% de los fraudes online se basará en la recopilación de datos que personas imprudentes han compartido libremente sin premeditación. Se podría decir que practicar el sharenting de manera inconsciente sin pensar en la seguridad es un acto temario. Seguro que recordáis esas preguntas de seguridad, a veces tediosas, que os marcan muchos portales, algunos bancarios, como el nombre de vuestro amigo de la infancia, de vuestra primera mascota, o de vuestra abuela paterna. Sirven para asegurar que el que está accediendo a la cuenta eres tú y solo tú, porque casi nadie más puede conocer esa información. Antes de la existencia de las redes sociales, esos datos efectivamente solo los conocían uno mismo y sus allegados, pero ahora cualquiera puede bucear entre lo mucho que existe en internet sobre una persona, sobre todo si es joven y su huella digital es extensa, y averiguarlos por sí mismo. Y si encima le añades un algoritmo o una inteligencia artificial que lo haga automáticamente todavía será más sencillo para un delincuente perpetrar el delito de manera masiva.

Otro de los riesgos escondidos detrás del sharenting es el grooming. El grooming, de nuevo un anglicismo derivado del verbo to groom (acicalar), se refiere al engaño que un adulto malintencionado que se hace pasar por un menor para establecer una relación de confianza con otro menor con el claro propósito de perpetrar un acoso de carácter sexual. Según el informe de la ONG Save The Children sobre violencia viral de 2019, en el que participaron 400 jóvenes, uno de cada cinco de los encuestados había sufrido este tipo de acoso y el 15% en más de una ocasión, siendo los 15 años la edad media en la que esto ocurrió. Exponer la vida de los menores en las redes sociales puede acarrear este tipo de problemas, ya sea porque los padres compartan fotografías de los hijos o porque lo hagan los propios niños, a pesar de que legalmente no deben crearse un perfil en una red social antes de los 14 o 15 años para evitar precisamente estos riesgos.

Sin embargo, muchos menores dan de alta cuentas en redes sociales mucho antes de cumplir la edad legal, y sin tener una educación previa que los prepare emocionalmente para la exposición que se sufre en ese entorno. Si los padres han compartido sus vidas en internet desde que estaban en el útero materno, y en el hogar no se ha abordado el tema con mentalidad crítica, pueden caer en los tentáculos de acosadores o ser ellos mismos los que normalicen prácticas como la del sexting, consistente en compartir fotografías de desnudos u otras de carácter erótico o sexual.

Aunque Instagram esté lleno de padres y madres que comparten la vida de sus hijos y la suya propia, eso no los convierte a todos en influencers ni estrellas de la paternidad o maternidad. La exposición pública de aspectos privados de la vida de un menor puede tener consecuencias en su vida que trascienda incluso hasta la adultez. Por otra parte, por muy divertido e inocente que pueda parecer publicar una foto de un niño un poco ridícula o una imagen en la bañera o en la playa, deberíamos pensarlo dos veces antes de darle al botón de compartir o de Me gusta. La ciberseguridad no es una quimera ni ciencia ficción. Cada día nos afecta más a todos, así que empieza por reflexionar antes de difundir datos e información privada en redes sociales.

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