Expectativas acertadas y un apego seguro: seis estrategias para tener hijos felices
El éxito va más allá de lo material: se trata de que los niños sean capaces de las personas que le quieren, que aprendan a tratar el miedo con respeto, que disfruten de lo cotidiano
Vivimos en la sociedad de la insatisfacción, donde parece que nada es suficiente. Un mundo extremadamente competitivo que va demasiado deprisa y no da valor a los segundos puestos. Donde cada vez más cuesta valorar lo que se tiene o a las personas más cercanas. Nos venden que triunfar significa tener muchas posesiones, conseguir grandes puestos de trabajo o ser un influencer con miles de seguidores. ...
Vivimos en la sociedad de la insatisfacción, donde parece que nada es suficiente. Un mundo extremadamente competitivo que va demasiado deprisa y no da valor a los segundos puestos. Donde cada vez más cuesta valorar lo que se tiene o a las personas más cercanas. Nos venden que triunfar significa tener muchas posesiones, conseguir grandes puestos de trabajo o ser un influencer con miles de seguidores. Algo totalmente efímero que en muchas ocasiones aleja la felicidad.
Todas las familias quieren que sus hijos tengan éxito en la vida. Un niño exitoso es una persona feliz, capaz de disfrutar de todo aquello que le depara la vida a diario, que se desarrolla en armonía, superando los baches o dificultades del camino con paciencia y tesón, que se muestra empático con su entorno y agradece todo aquello que las personas que le quieren hacen por él.
En ocasiones, se cree que el triunfo de los niños dependerá en gran medida de la capacidad que tengan de ir acumulando conocimientos, de aprender muchos idiomas o de sobresalir a la hora de practicar un deporte o tocar un instrumento musical. Sin embargo, habría que hablarles desde pequeños del éxito bien entendido, aquel que se consigue gracias al esfuerzo y la perseverancia: con optimismo, cultivando la determinación, la valentía, la curiosidad. Apostando por el compromiso, sin culpar a los demás de los tropiezos ni postergar. Habría que hablarles del éxito que entiende la vida como una aventura maravillosa, en la que los errores y los fracasos son parte imprescindible del viaje. Que no todo resbalón significa una caída y que el verdadero aprendizaje es aquel que aparece del último error.
Que triunfar es ser capaz de ganarse el respeto de las personas que le quieren y vivir sin tener la necesidad de demostrar. No permitir que los miedos le hagan pequeño, tratarle con respeto y que crea en sí mismo, aunque los otros no lo hagan. Disfrutar de lo cotidiano, de las cosas que le gustan, agradeciendo todo lo bueno que le pasa, reír sin mesura, apreciar la belleza de los momentos más sencillos. Estar enamorado de todo aquello que haga aunque le salga al revés.
La educación emocional debería convertirse en el pilar fundamental en la crianza, el eje vertebrador para conseguir que los niños tengan éxito en la vida. Una formación centrada en enseñar, a decidir, a comprometerse, a responsabilizarse, a dibujar caminos con coherencia. A identificar y gestionar las emociones, a establecer expectativas adecuadas, a aprender a liderar la propia vida. Una educación que les prepare para vivir en esta sociedad tan compleja y vacilante. Que prime la formación de una personalidad fuerte y flexible, que enseñe resiliencia y mucha asertividad. A vivir en el aquí y al ahora y hacer frente a las dificultades con optimismo y realismo.
Un niño con un desarrollo afectivo y emocional adecuado será una persona adulta más segura, empática y feliz. Tendrá una mayor capacidad de autocontrol y tolerancia a la frustración y será capaz de conseguir las metas que se vaya proponiendo.
¿Cómo conseguir que los niños tengan éxito?
- Elaborando junto a ellos unos límites claros y respetuosos, encontrando un equilibrio entre la amabilidad y la firmeza. Unos límites que les aporten seguridad y valores tan importantes como el respeto, la coherencia y el compromiso.
- Haciéndoles responsables de sus tareas y dejándoles que sean ellos los que tomen sus propias decisiones y dibujen su propio camino. Potenciando su autonomía y libertad y ayudándoles a sentirse capaces de conseguir aquello que se propongan a través del esfuerzo y la perseverancia.
- Estableciendo unas expectativas acertadas hacia ellos y aceptándoles tal y como son. Eliminando de nuestro acompañamiento las etiquetas que tanto les limitan y ayudándoles a crear una autoestima robusta que les empodere. Valorando el esfuerzo y no únicamente los logros, potenciando los talentos y trabajando duro para mejorar las debilidades.
- Validando todas las emociones que sienten, acompañándoles desde un lugar respetuoso, conectado y empático. Explicándoles que todas las emociones son naturales y necesarias, que no existen buenas o malas. Ayudándoles a hablar de ellas sin miedo y tapujos, a compartir todo aquello que sienten sin vergüenza, a modularlas correctamente. Dejándoles sentir con libertad y a la intensidad que necesiten sin juzgarles.
- Creando un apego seguro que regale seguridad, amor incondicional y cubra todas las necesidades. Eliminando de nuestro acompañamiento los chantajes, los premios y los castigos que carecen de aprendizaje y solo logran que se dañe nuestro vínculo. Regalándoles a diario nuestras muestras de afecto a través de nuestros abrazos, besos y palabras que les alienten a ser valientes. Recordándoles a diario lo mucho que les queremos y valoramos sus esfuerzos.
- Hablando del error en términos positivos, enseñándoles a verlo como una gran oportunidad para aprender y volver a empezar con la experiencia acumulada. Para buscar nuestra mejor versión en cada momento y seguir hacia delante con determinación.
El empresario Richard Branson (Londres, 1950) decía: “Cada historia de éxito es una historia de constante adaptación, revisión y cambio”. Enseñemos a nuestros hijos a reinventarse a diario, a buscar buenos cómplices en su camino, a cambiar sin miedo hasta lograr su mejor versión.
*Sonia López es maestra, psicopedagoga y divulgadora educativa. Madre de dos adolescentes.
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