Niños diestros o zurdos: ¿de qué depende?
El hecho de que una parte del cuerpo domine sobre la otra en la realización de actividades de manera funcional depende de la genética pero también del entorno ambiental
Los bebés, durante los tres o cuatro primeros meses de vida, utilizan de manera indistinta ambas manos para sujetar cualquier elemento que les acerquemos. Se trata de un cerebro inmaduro, con un funcionamiento primario y global. Hacia los 18 meses comienzan a definir esa lateralidad que quedará prácticamente determinada en los siguientes años. Conforme el cerebro del recién nacido va evolucionando su predisposición genética y su entorno ambiental irá conformando la dominancia de una parte del ...
Los bebés, durante los tres o cuatro primeros meses de vida, utilizan de manera indistinta ambas manos para sujetar cualquier elemento que les acerquemos. Se trata de un cerebro inmaduro, con un funcionamiento primario y global. Hacia los 18 meses comienzan a definir esa lateralidad que quedará prácticamente determinada en los siguientes años. Conforme el cerebro del recién nacido va evolucionando su predisposición genética y su entorno ambiental irá conformando la dominancia de una parte del cuerpo, extremidades superiores e inferiores, en la realización de las actividades de manera funcional. En relación con la preferencia manual, aproximadamente, entre el 85% y el 90% de los seres humanos presenta una lateralización diestra. De este porcentaje, el 96% de los seres humanos que usan la mano derecha presentan una dominancia cerebral izquierda para el lenguaje. En el caso de las personas zurdas, ese porcentaje estaría en el 70%.
La doctora Berta Zamora Crespo, neuropsicóloga infantil del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario 12 de Octubre, apunta que nuestro cerebro, durante los primeros años de vida, es simétrico, “no tiene una especialización de funciones y, por ende, no tiene una dominancia cerebral”. Sin embargo, según vamos creciendo, nuestras necesidades se incrementan; “por eso, necesitamos que nuestro cerebro vaya madurando y especializándose”. Para adquirir esa especialidad, el cerebro inicia un proceso de maduración: “hasta los dos primeros años, realiza movimientos bilaterales, simétricos, que tienen como finalidad descubrir su propio cuerpo y las partes que lo componen”. Posteriormente, entre los 2 y los 5 años, continúa esta doctora, “hay una fase de alternancia en la que los niños emplean las manos y los pies muchas veces de manera indistinta, cuya finalidad es la de explorar el ambiente probándose a sí mismos en la realización de las actividades”. Seguidamente, explica la neuropsicóloga infantil, “entre los 5 y los 6 años, aparece una nueva fase, conocida como automatización, en la que emplean de manera dominante un lado del cuerpo que más tarde se consolidará por las experiencias motrices y sensoriales y la maduración cerebral”.
La adquisición de la lateralización afecta a otras funciones. La doctora Berta Zamora Crespo explica que esa dominancia “nos ayuda a optimizar nuestros recursos cerebrales. Facilita el proceso de aprendizaje cognitivo y el desarrollo psicomotor, ayudando a que sea funcional y óptimo”. Cuando la lateralidad no está definida en uno de los dos hemisferios que determinan la terminología de diestro o zurdo, sino que se utiliza el lado izquierdo para la realización de unas actividades y el derecho para otras, lo que se denomina lateralidad cruzada, “puede afectar a la organización y el desarrollo de las funciones superiores, principalmente la percepción espacio-temporal”, añade esta experta.
En cuanto al desarrollo de la lateralidad cruzada. Isabel María Medina Amate, psicóloga sanitaria infantil, manifiesta que “se trata de un trastorno neurofisiológico relacionado con las dificultades para coordinar ambos hemisferios (dificultad derecha-izquierda), que desemboca en el entorpecimiento en la coordinación, lentitud en el proceso lectoescritor o en el cálculo mental, entre otros”. En estos casos, uno de los mayores “hándicaps” a los que se enfrentan quienes lo padecen son las dificultades en el rendimiento escolar o laboral. Muchos de ellos, comenta esta psicóloga sanitaria infantil, son descritos “como “vagos” o “torpes”, con problemas en la atención y concentración”. Una circunstancia que, continúa, “impacta directamente sobre su entorno social y familiar, en el que es común que aparezcan problemas en la comunicación e integración con los demás, provocando que el sujeto sufra a menudo episodios de estrés, frustración o preocupación, que pueden desembocar en trastornos de ansiedad o depresión si no hay un correcto diagnóstico temprano”, afirma Medina Amate.
Por eso, la detección precoz es esencial para mejorar la vida de estas personas y, una vez descubierto el trastorno, “los colegios deben estar formados para intervenir y cumplir un protocolo de actuación que sirva para suplir las necesidades propias de cada sujeto con lateralidad cruzada. También las familias deben contar con recursos especializados en este tipo de trastorno, donde puedan informarse, investigar, aprender y tener un espacio en que se sientan comprendidos y arropados”, agrega esta especialista.
Las actuaciones que sería necesario implementar en los casos de este tipo de lateralidad, concluye Isabel María Medina Amate, serían a través de un trabajo multidisciplinar (profesor-familia-psicólogo): “En relación con el ámbito educativo estarían directamente relacionadas con las necesidades propias del sujeto, haciendo hincapié en procesos como la escritura, la lectura, el cálculo mental o la orientación espacio-tiempo. Y, por otro lado, sería necesario hacer partícipe a la familia de todas las actuaciones pertinentes, actuando como un eje principal que ayude al sujeto a gestionar todas aquellas consecuencias que provengan de este tipo de trastorno como la baja autoestima, el estrés, la ansiedad o la inseguridad”.
Autores como Marian Annett o Michael Corballis consideran que la correlación entre la preferencia manual y la especialización cerebral para las funciones lingüísticas son parte de una coevaluación única y singular del cerebro humano. En este ámbito de las funciones lingüísticas y de qué manera están relacionadas con la lateralidad, Mabel Urrutia Martínez de la Facultad de Educación de la Universidad de Concepción de Chile, explica que “la lateralización del lenguaje es contralateral en el cerebro; es decir, que el lado izquierdo del cerebro, donde se desarrolla predominantemente el lenguaje, se relaciona con el dominio del lado derecho del cuerpo y viceversa”. Urrutia Martínez es partidaria de hablar más de especificación hemisférica que de dominancia de la lateralización porque, según señala, “en el área de la neurociencia se sabe que ambos hemisferios están conectados por el cuerpo calloso, conjunto de fibras nerviosas que permitirán la integración y codificación de la información, unificándola y brindándole sentido”. La existencia de una asimetría lateral, dice esta experta, “podría relacionarse con problemas de lectura como la dislexia, el rendimiento y la capacidad de desarrollo del lenguaje y la escritura por la falta de coordinación ojo-mano, así como las operaciones simbólicas, por ejemplo, las operaciones matemáticas. Por otra parte, podría afectar a la motricidad gruesa, manifestando torpeza motriz o dificultades pare establecer el orden de los pasos en un procedimiento”.
En cómo se desarrolla la dominancia en una persona a lo largo de su infancia tiene un papel destacado la predisposición genética, una cuestión que, aunque las investigaciones no han sido aún concluyentes, “es innegable que existe”, como asegura la doctora Berta Zamora Crespo. Esta especialista sostiene que “la lateralización, al igual que el resto de los procesos del sistema nervioso central, y del cerebro en particular, sigue una secuencia ordenada y temporal de maduración, que puede verse alterada o modificada por factores genéticos y ambientales dando lugar a los trastornos del neurodesarrollo. Así pues, la genética necesita del ambiente y viceversa para el desarrollo de un cerebro sano y para la especialización cerebral y la emergencia de todos los procesos neurocognitivos”.
En ocasiones, el entorno en el que crece el niño o la niña intenta modificar su lateralidad latente, como es el caso de aquellos que poseen una dominancia manual izquierda. Un hecho que resulta totalmente contraproducente para el desarrollo del niño o la niña. Mabel Urrutia declara que es “es importante que el infante muestre su preferencia lateral y se realicen ejercicios que potencien esa preferencia, pero en ningún caso son aceptables prácticas antiguas en las que se corregía la lateralidad izquierda, amarrándole la mano para que realice las actividades diarias con la mano diestra, porque es muy probable que el niño/a se vuelva ambidiestro. Asimismo, tampoco son recomendables ejercicios de estimulación cognitiva para potenciar la especialización de ambos hemisferios, por la misma razón”.
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