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Cómo las redes sociales impactan en la autoestima de las adolescentes y cómo fortalecerla en entornos digitales

Dejar de seguir perfiles que generen comparación, sustituirlos por contenidos positivos que promuevan la diversidad o establecer tiempos sin pantallas, son herramientas para proteger la percepción de valía y la salud mental de las jóvenes

Las adolescentes no lo tienen fácil. Si bien es cierto que, como apunta la última encuesta ESTUDES publicada a principios de noviembre, parece que su salud es mejor que nunca debido a lo mucho que se ha reducido el consumo de alcohol, tabaco y cannabis, no parece que puedan esquivar la crisis de salud mental que impregna nuestro contexto actual. Aunque sus hábitos hayan mejorado, muchas chicas jóvenes luchan por sentirse suficientes en un entorno cada vez más exigente. Así lo señalan diversas investigaciones de los últimos años, como un estudio realizado en 2023 en Suecia —The association between adolescents’ self-esteem and perceived mental well-being in Sweden in four years of follow-up— que concluía que la baja autoestima en la adolescencia tiene impacto a medio plazo sobre el bienestar mental, especialmente en chicas; o el llevado a cabo en España en 2024 —Self-esteem Levels in a Representative Sample of Spanish Adolescents: Analysis and Standardization— que observó que los chicos presentan una valoración de sí mismos más alta que ellas, especialmente al inicio de esta etapa vital.

“La autoestima en los chicos y chicas, además de ser inestable, es muy sensible a la mirada externa”, explica Sara Desirée Ruiz, educadora social especializada en adolescencia y psicoterapeuta. Según la experta, esta se construye en función de la aceptación social, es decir, del valor que creemos tener según cómo nos perciben y valoran los demás. Durante la adolescencia, esta construcción se vuelve especialmente sensible a la opinión del entorno. Un entorno marcado profundamente por las redes sociales, que incluso intensifican esa dependencia del reconocimiento externo: los Me gusta, los comentarios o las visualizaciones actúan como equivalentes digitales del reconocimiento social, ampliando el número de miradas y juicios que antes provenían solo del entorno más cercano.

Sobre esto cuenta Elena Daprá, psicóloga sanitaria y directora del centro que lleva su nombre, que muchas adolescentes confunden el valor personal con la visibilidad digital y en consulta ve que esto genera una gran fragilidad emocional: “Cuando la aprobación baja, también lo hace su percepción de valía. Aprenden a quererse solo si el entorno aprueba su imagen, no por lo que realmente son”. Este impacto de las redes sociales en la autoestima, y, por tanto, en el bienestar psicológico, ocurre especialmente entre las chicas, sostiene Daprá. “El estudio de 2025 Adolescentes, TikTok e Instagram: percepciones sobre el impacto de las tecnologías digitales en su vida social, elaborado por investigadores de la Universia Pompeu Fabra y de la Universitat Oberta de Catalunya, concluye que ellas hacen un uso más intensivo de las redes sociales, pero, además, se sienten más presionadas por la imagen y el aspecto físico que se proyectan sobre ellas", aporta.

Las influencers actúan como un espejo en el que las adolescentes comparan su valor, su imagen y sus intereses con los modelos de éxito y belleza más aceptados. Sin embargo, Ruiz señala que la influencia no es negativa en sí misma: puede ser saludable si las creadoras muestran diversidad, autenticidad y vulnerabilidad, ofreciendo referentes reales y coherentes. Es decir: pueden reforzar la identidad y la pertenencia al grupo, dos aspectos claves de esta etapa. El problema, según señala esta experta, es la falta de pensamiento crítico y de acompañamiento adulto que ayude a las jóvenes a interpretar los contenidos que consumen.

Comparte su opinión Laura Ferrer, educadora social y especialista en educación sexual y emocional. Ella añade que otro aspecto negativo es la sexualización temprana que provoca el idealismo de algunos influencers en redes y series que promueven actitudes hipersexuales. “Esta proyección sexual aumenta la vulnerabilidad de las jóvenes online, exponiéndolas a interacciones inadecuadas, acoso o contenido para adultos, lo que las pone en un riesgo más alto de sufrir abuso o grooming —práctica en la cual un adulto establece una relación de confianza con un niño, niña o adolescente con el propósito final de abusar sexualmente—”, señala.

Una de las dificultades frecuentes que observa la educadora cada vez más pronto en niñas es el malestar o insatisfacción corporal. “Las chicas lo ven como un fallo personal con pensamientos como ‘No soy suficientemente delgada’ o ‘No soy lo bastante atractiva”. Apunta Ferrer que esta presión estética y esta sexualización son factores desencadenantes claves de los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA), la dismorfia corporal o la ansiedad social. “La presión no es solo por ser atractiva, sino por encajar en una apariencia muy concreta e hipersexualizada: un cuerpo delgado, curvas definidas, rasgos faciales infantiles pero sexualizados, maquillaje y vestimenta provocativa a edades tempranas…”.

Educar en una menor dependencia de la aprobación externa

Ruiz advierte que las adolescentes imitan los patrones que perciben como premiados —gestos, ropa, actitudes— para sentirse parte del grupo. Por eso, más que prohibir o censurar, considera necesario educar y acompañar a las jóvenes desde el diálogo para que comprendan el origen de estas dinámicas y desarrollen una autoestima menos dependiente de la aprobación externa. “Es interesante ayudarlas a entender que su cuerpo forma parte de su identidad, pero no define su valor. El objetivo es enseñarles a cuidar su cuerpo desde la salud y el bienestar, no solo desde la estética”, explica.

“El trabajo terapéutico pasa por reconstruir el vínculo consigo mismas, más allá del reflejo digital”, sostiene Daprá. Al igual que Ruiz, considera que funciona todo lo que promueva el pensamiento crítico y el autoconocimiento: enseñar a cuestionar lo que se ve, a quién se le da autoridad, hablar de la diferencia entre imagen y realidad y, sobre todo, reforzar los logros no visibles en una pantalla.

Ferrer propone diversas herramientas para proteger la autoestima y la salud mental de los jóvenes frente al impacto de las redes sociales. Destaca la creación de talleres para desmontar los filtros, el Photoshop y las aplicaciones de edición, con el fin de mostrar que las imágenes idealizadas son irreales y reducir así la comparación social. También considera útil enseñar cómo funcionan los algoritmos y cómo manipulan las emociones, lo que ayuda a disminuir la culpa o la sensación de fracaso cuando no se recibe validación externa. Recomienda, además, dejar de seguir cuentas que generen ansiedad o comparación y sustituirlas por contenidos positivos que promuevan la diversidad, el body positive auténtico, el humor, el arte o el aprendizaje. Esto, dice, contribuye a normalizar distintos tipos de cuerpos y estilos de vida, reduciendo la presión estética. Y sugiere establecer límites de uso, como zonas sin pantallas o tiempos específicos sin redes, para favorecer la conexión con la vida real y reforzar fuentes de autoestima más allá de la imagen online. También invita a usar las redes de forma creativa, compartiendo pasiones o conocimientos en lugar de solo consumir contenido, lo que fortalece la autoeficacia y la confianza personal.

Por último, para las expertas consultadas es clave fomentar la conversación emocional: saber cómo se sienten cuando se comparan, qué creen que valen más allá de las redes. Una conversación que debe promoverse tanto en la familia como en los centros educativos. Para Ruiz, “es responsabilidad de todos ayudarlas a que entiendan que su valor no depende de la mirada ajena, sino de lo que son y de cómo se sienten consigo mismas”.

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