El papel de padres y madres en el aprendizaje de hábitos positivos (y de los que no lo son tanto)

Los primeros años de vida son los más importantes para el desarrollo de prácticas saludables, pues los niños son especialmente receptivos a la enseñanza y modelado de comportamientos por parte de progenitores, hermanos y educadores

Los niños comienzan el proceso de imitación y adopción de hábitos y rutinas generalmente alrededor de los 18 meses.Jose Luis Pelaez (Getty Images)

Hay niños y niñas que no son únicamente un calco físico de sus progenitores, sino que también son un fiel reflejo de sus comportamientos y actitudes. De igual manera que los hijos tienen rasgos físicos que les asemejan a sus progenitores, como el mismo color de ojos o de cabello, también reproducen conductas que recuerdan el proceder de los adultos. Como, por ejemplo, el uso de un vocabulario cargado de palabras malsonantes, la obsesión por el...

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Hay niños y niñas que no son únicamente un calco físico de sus progenitores, sino que también son un fiel reflejo de sus comportamientos y actitudes. De igual manera que los hijos tienen rasgos físicos que les asemejan a sus progenitores, como el mismo color de ojos o de cabello, también reproducen conductas que recuerdan el proceder de los adultos. Como, por ejemplo, el uso de un vocabulario cargado de palabras malsonantes, la obsesión por el orden o la práctica de tirar los envoltorios de los caramelos a la papelera. Y es que la gran mayoría de las conductas que se ponen en práctica durante la niñez, y que acompañarán durante la vida adulta, son fruto de la observación en los padres, según aseguran los expertos.

Los menores comienzan a incorporar hábitos de sus educadores desde una edad muy temprana, en cuanto son capaces de desenvolverse porLAos adultos deben plantear una comunicación adecuada aprenden de las acciones y comportamientos de sus padres desde el momento en que nacen”, afirma la psicóloga educativa Amaya Prado, vocal de junta de gobierno del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid (COP). A medida que crecen comienzan a imitar sus conductas y a incorporar costumbres en su rutina diaria, como cepillarse los dientes, lavarse las manos antes de comer, decir “por favor” y “gracias”, y otras actividades y actitudes cotidianas que los adultos realicen. “Este proceso de imitación y adopción de hábitos y rutinas generalmente comienza alrededor de los 18 meses y continúa a lo largo de la infancia y de la adolescencia”, añade Prado.

No hay una edad específica que se pueda considerar como la mejor para que los niños desarrollen hábitos positivos y eviten los negativos, ya que el desarrollo de formas de proceder está influenciado por una variedad de factores, incluyendo el entorno familiar, las características del niño y las experiencias. “Sin embargo, los primeros años de vida son los más importantes para el desarrollo de prácticas saludables. Durante este tiempo, los menores son especialmente receptivos a la enseñanza y modelado de comportamientos por parte de sus padres y educadores”, explica Prado. “Con los hábitos y rutinas les estamos ayudando a tener un entorno seguro y predecible y esto les aporta seguridad y bienestar emocional”, prosigue, “y, a medida que los niños crecen, es importante seguir reforzando y apoyando el desarrollo de hábitos y rutinas, con una actitud paciente y comprensiva”.

Las figuras de referencia para el niño deben ser modelos de buenos hábitos a través de la coherencia y consistencia de su ejemplo. “Además, los adultos deben plantear una comunicación adecuada en la que expliquen los hábitos y su importancia mediante una participación activa, donde exista una negociación de los mismos, sobre todo cuando los menores son más mayores o ya adolescentes”, asegura Prado. Es importante que los progenitores sean un buen ejemplo de autorregulación, sobre todo, en situaciones difíciles y de toma de decisiones: “Es esencial el reconocimiento y elogio para reforzar las conductas, todo ello, con flexibilidad, paciencia y comprensión, teniendo en cuenta las etapas evolutivas del niño”.

Un hábito se forja a través de la repetición de una conducta de la persona, produciendo cambios psicológicos, neurobiológicos y en el entorno. TommL (Getty Images)

Un hábito se forja a través de la repetición de una conducta, produciendo cambios a nivel psicológicos, neurobiológicos y en el entorno. Esto va a depender de las características del individuo, el tipo de conducta que se quiera adquirir como hábito y la práctica que se realice para su adquisición. “Sin duda, para que una conducta se convierta en una rutina debe implicar una repetición y, para ello, se pueden hacer uso de diferentes técnicas que van a facilitar esa adquisición, como pueden ser el refuerzo, el castigo o el modelado y moldeamiento, entre otras”, apunta por su parte Ana Jiménez-Perianes, profesora de Psicología Clínica Infantojuvenil de la Universidad CEU San Pablo.

La adquisición de esas prácticas en los menores está influenciada por diversos factores dentro de su entorno. Tanto los padres, como los hermanos y la escuela desempeñan un papel fundamental en este proceso. Los padres y cuidadores principales influyen de manera significativa en la adquisición de su rutina en los primeros años de vida. “Serán ellos los que comiencen a proporcionar unas rutinas en su entorno. Pero, sin duda, los hermanos también actúan como modelos a seguir, principalmente los hermanos mayores. Hay que tener en cuenta que las dinámicas familiares van a contribuir a la formación de hábitos, ya sea de forma positiva o negativa”, manifiesta Jiménez-Perianes.

Por otro lado, la escuela proporciona un entorno donde se van a poner en práctica los hábitos adquiridos en el entorno familiar, “pero también se van a enseñar otros nuevos como los relativos a la organización, las tareas, la puntualidad o la interacción social. De tal manera que esos hábitos influirán también en la adquisición de valores y principios del menor”, agrega esta profesora.

Para conseguir modificar hábitos inadecuados, los adultos deben mostrar una comunicación abierta y comprensiva. “De este modo, se puede detectar si hay un error en el aprendizaje de ese hábito o de la edad evolutiva de aprendizaje, o si hay algún problema que dificulte su consecución”, asegura Prado. Para esta experta, es importante identificar desencadenantes y conviene establecer expectativas claras y realistas: “Ser modelo de comportamientos positivos, el refuerzo positivo, el apoyo y la comprensión. Es crucial abordar el proceso con paciencia y compasión, centrándose en el crecimiento y desarrollo del hijo”.

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