Las secuelas de la pandemia en la salud mental de los adolescentes
Irritabilidad y dolores de cabeza son los síntomas más habituales. El padecimiento de los jóvenes no solo es real, sino que puede llegar a transformarse en depresión, ansiedad o problemas de sueño
La fatiga pandémica —así denominada por la OMS— es una realidad de la que la mayoría somos conscientes —y sufridores— en mayor o menor medida. Por nosotros, desde luego, pero también por nuestros mayores, nuestros amigos, compañeros… e hijos. Más aún si son adolescentes. Porque todo apunta a que son el sector de población que más lo está padeciendo, después de sanitarios y ancianos.
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La fatiga pandémica —así denominada por la OMS— es una realidad de la que la mayoría somos conscientes —y sufridores— en mayor o menor medida. Por nosotros, desde luego, pero también por nuestros mayores, nuestros amigos, compañeros… e hijos. Más aún si son adolescentes. Porque todo apunta a que son el sector de población que más lo está padeciendo, después de sanitarios y ancianos.
La American Academy of Pediatrics lo ha apuntado en alguna ocasión. Las consultas de psicólogos y neurólogos lo confirman: el padecimiento de los chavales no solo es real, sino que puede llegar a transformarse en depresión. Natalia Ortega, Psicóloga Sanitaria y directora de Activa Psicología y Formación estima que de los pacientes de entre 10 y 19 años que acuden a la clínica “la tasa de incidencia de diagnosticados de depresión es aproximadamente del 25%. Si hablamos de sintomatología depresiva, como sentimientos de culpa, apatía, desánimo, anhedonia, aislamiento, baja motivación, preocupaciones persistentes…, las cifras aumentan a un 50% de los casos atendidos en consulta desde que se inició la crisis sanitaria”. Eso solo teniendo en cuento a los que piden ayuda, que no son, desde luego, la totalidad de quienes sufren.
Ellos también somatizan
Aunque no solo hay que sentirse triste o desanimado. Otros síntomas reflejan los problemas de salud mental de los adolecentes. Lo cuenta Hernando Pérez, neurólogo especialista en sueño del Centro de Neurología Avanzada (CNA): “Estamos viendo un importante aumento de cefaleas tensionales, migrañas, mareos, bruxismo y fracturas dentales, insomnio…” que son su forma de somatizar. Pero los padres también debemos estar atentos al aumento de “irritabilidad, ansiedad, mal humor, depresión nostálgica, tristeza, pensamientos negativos…”. En papel no parece difícil, pero todos los que tenemos un adolescente cerca —más aún si lo convivimos— sabemos que precisamente esas son características propias de esa edad, lo que hace más complejo el diagnóstico.
Por eso, Ortega apunta a estas otras pistas: “Falta de energía para iniciar actividades y la falta de iniciativa para actividades que anteriormente realizaba sin problema. Del mismo modo, tendremos que observar si comienzan a aparecer un mayor número de preocupaciones, y miedo excesivo ante la muerte y/o la enfermedad.”
‘Cronotipo búho’
El neurólogo ‘culpabiliza’ de gran parte de estos problemas de salud mental a la falta de higiene de sueño que está llevando aparejada la pandemia, en la que los adolescentes no tienen la obligación de ir a clase a diario. “Estos problemas de ansiedad, depresión y somatización tienen una relación muy estrecha con los trastornos de sueño. Los adolescentes tienen un cronotipo búho, es decir, su sistema les empuja a acostarse tarde y levantarse tarde, es lo que se llama síndrome de retraso de fases” y es lo que les provoca ir con sueño a colegios e institutos.
Con la pandemia la situación se agrava porque a menudo, los días que no tienen que ir a clase, pueden levantarse más tarde. “Pero no es lo mismo dormir seis ó siete horas sincronizado con los ritmos de luz y oscuridad, que las mismas horas sin esa sincronización. Ese cambio de horarios por sí solo ya puede suponer un aumento de la incidencia de cuadros de ansiedad o depresión, además de irritabilidad y cuadros anímicos”, afirma el neurólogo del CNA.
Por otro lado nos encontramos con que apenas pueden socializar, actividad esencial en esta etapa “para el desarrollo de su personalidad y su autoconcepto”, señala Ortega. “La dificultad para iniciar relaciones con otros, y las nuevas modalidades académicas hacen que el autodescubrimiento y el crecimiento personal se vean más limitados. Hablamos de la relación con los iguales; la capacidad de resolución de conflictos (esta situación limita más la autonomía de los niños)…” A todo eso hay que añadirle “la presión de una convivencia más estrecha, lo que implica más control y, por tanto, menor sensación de libertad”, una de sus peticiones –exigencias– más habituales con la llegada de la adolescencia.
Adicción a las tecnologías
Aún hay algo más: “Se han visto obligados a sociabilizar a través de pantallas y dispositivos electrónicos, por lo que es posible que se haya potenciado la adicción y la falta de sueño que esto supone. Y el problema es que esos comportamientos se han extendido más allá del confinamiento, por lo que van a tardar en ser corregidos”, comenta Pérez. Ortega añade un punto más en contra del uso de los dispositivos: “Implica un mayor aislamiento, así como más inactividad y falta de motivación por otros aspectos relevantes de su vida.”
Si se detectan estos síntomas, comportamientos y dificultades alargados en el tiempo, es importante buscar ayuda profesional. “La sintomatología de desánimo y falta de interés por multitud de aspectos de sus vidas, identificado a tiempo puede prevenir lo que sería ya un cuadro de depresión más severa del que se tarda más tiempo en remontar”, asegura Natalia Ortega.
El neurólogo avisa de que “la cronificación es un riesgo real que está condicionado por la propia evolución de la pandemia. Estamos viendo que a más tiempo, más chicos van teniendo estos síntomas”. Muchos que se adaptaron bien al principio van notando el desánimo tras tantos meses. “A lo que se llama fatiga pandémica se le pueden haber añadido problemas económicos por la pérdida de trabajo de los padres, y eso el adolescente lo sufre, incluso más en las fases actuales que en las iniciales”. A ello contribuye también no ver el fin. “La sensación de incertidumbre genera mucha indefensión. Sienten que se están perdiendo muchas cosas, y eso les genera frustración y desánimo”, añade la psicóloga de Activa Psicología y Formación.
Rutina y actividad física como prevención
Aunque no hay que caer en el alarmismo, ya que tiene solución, siempre es mejor prevenir. ¿Cómo? Intentando mantener unos hábitos más o menos rutinarios, hacer una actividad física y obligarles a mantener dieta informativa: “No se les puede permitir que estén continuamente recibiendo noticias, cifras y datos de contagios o fallecimientos”, asegura el neurólogo.
Natalia Ortega incide en la importancia de conseguir una buena comunicación con ellos. “Tratar que haya todos los días un momento reservado a preguntarles cómo les ha ido el día. Es posible que no quieran contar muchas cosas, pero deben saber que tienen ese canal de comunicación y de escucha con sus padres”.
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