Disfraces, sofocos y premiados o el día que la Lotería de Navidad se convirtió en un anuncio de televisión
Entre el variopinto grupo de asistentes hubo dos agraciados en el patio de butacas del Teatro Real
Si un extraterrestre hubiera aterrizado en la mañana de este jueves en el Teatro Real durante el sorteo de la Lotería Nacional, habría visto a unos chicos vestidos de domingo, dos bombos girando y, sentados en el patio de butacas, a don Quijote, un ...
Si un extraterrestre hubiera aterrizado en la mañana de este jueves en el Teatro Real durante el sorteo de la Lotería Nacional, habría visto a unos chicos vestidos de domingo, dos bombos girando y, sentados en el patio de butacas, a don Quijote, un camarón, un jeque árabe, un obispo y una pareja de pingüinos siguiendo atentos el bamboleo de las 100.000 bolas de madera. Hasta ahí todo normal. Lo que no es normal es que hayan dejado de repartir chocolate a las puertas del teatro, lo que tiene mosqueada a Manoli, que todos los años se disfraza de bombo de la lotería, pero este año va embutida en un fieltro blanco con chistera que aspira a imitar un muñeco de nieve. Manoli llegó a lo más alto hace unos años cuando se convirtió en meme. La gente quería saber si iba disfrazada o vestida por David Delfín.
Madrid no es Cádiz, ni Tenerife, pero cada 22 de diciembre el patio de butacas del Teatro Real se convierte en una surrealista pasarela de disfraces. Hace años, alguien dijo que disfrazarse traía suerte y desde entonces cientos de personas pasan tres y cuatro días a la intemperie para poder entrar al teatro. Disfrazados toscamente de surtidor de gasolina, recaudador de impuestos o superhéroe de Marvel, esta crónica que pretendía obviar la relación entre pasar frío durmiendo en el granito y las posibilidad de que te toque la lotería, se envaina cada palabra después de ver como dos mujeres del público, separadas por ocho filas y un pasillo de terciopelo rojo, eran agraciadas con el Gordo y con un quinto premio, respectivamente.
Los milagros en Navidad o son o se cuentan mejor. Luis Buñuel escribió en sus memorias cómo gracias a la lotería consiguió el dinero suficiente para rodar Las Hurdes, tierra sin pan. La anécdota forma parte de la magnífica campaña publicitaria de este año de Loterías y Apuestas del Estado y rescata lo sucedido una tarde de 1932 en el local Ambos Mundos de Zaragoza, cuando el director de Calanda y el pintor y escultor anarquista Ramón Acín tomaban un café. Buñuel atravesaba una mala racha económica tras el rodaje de La edad de oro y Un perro andaluz, que no funcionaron como esperaba y supusieron un escándalo para la época. Su amigo Ramón, un destacado agitador antifascista, traicionó la máxima libertaria que ve en el juego y las apuestas una muestra de decadencia moral y le prometió a Buñuel: “Si me toca la Lotería, yo pago la película”. En diciembre de ese año, el Gordo cayó en Huesca, donde vivía Acín, que había comprado una participación de 25 pesetas. El pintor ganó 150.000 pesetas (unos 900 euros), de las que destinó 50.000 a financiar la icónica película. El final de Acín no pudo ser más terrible. Pocos años después, con la entrada del Ejército de Franco en Zaragoza, se escondió en su casa. Cuando su compañera, Conchita Monrás, fue golpeada, Acín, se entregó creyendo que salvaría su vida, pero no fue así. Al día siguiente fue fusilado frente a la tapia del cementerio y su mujer, un par de semanas más tarde.
Pero volvamos a las bolas, los disfraces y el patio de butacas. Sentada en una de las filas centrales, Perla, una mujer peruana que vive desde hace más de 20 años en España, sigue sin pestañear el sorteo agarrada a otros 95 décimos comprados en toda la geografía española. Cuando el pequeño Alonso Ávalos cantó el número 05490, sus vecinos de asiento dieron un grito de muerte que revolvió el patio de butacas. Cuando se le pasó el sofoco y pudo sentarse en una silla, mostró el décimo y recordó a su padre recién fallecido, a quien le dedicaba el premio como un futbolista dedica el gol en la final. Perla explicó que los 400.000 euros que le acaban de tocar servirán para comprar una casa en Madrid y pagar los estudios de sus hijos. “Y algo para la iglesia porque soy muy católica”, puntualiza. Perla contó que estaba en el paro desde que hace dos años fue despedida de la cafetería de La Moncloa tras 20 años de trabajo en el edificio de la presidencia. “Nos despidieron a todos cuando le quitaron el contrato a la empresa en que estaba”, dijo. La Cadena SER entrevistó esta semana a tres ganadores de la lotería del año pasado: uno de ellos compró un coche más grande, otra abonó una parte de la hipoteca y otro más sigue yendo a trabajar cada día. Todos ellos coincidían en una cosa: duermen mejor. En uno de los países que más ansiolíticos consume del mundo, la lotería vende Trankimacín de por vida. “Sabía que este año me iba a tocar, yo lo soñé”, repetía Perla emocionada en una silla rodeada de micrófonos.
Poco después ha salido un quinto premio y otra mujer de mediana edad ha empezado a patalear y ha enseñado un largo pliego de décimos del número ganador. Un periodista con muchos sorteos a las espaldas levantaba la ceja. “Llevo muchos años cubriendo la lotería y no había visto nada así”, dijo. El mejor anuncio se estaba rodando en directo.
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