Escasa cartelería en las calles, mítines de tamaño tirando a familiar, un debate entre las dos principales candidatas que pasó inadvertido… La campaña de las elecciones europeas, que, según veredicto de los analistas, pueden cambiar el rumbo del continente, cumple en España su primera mitad flotando sobre una apariencia de desinterés general. Pero todos los movimientos políticos de los últimos días, del ...
Escasa cartelería en las calles, mítines de tamaño tirando a familiar, un debate entre las dos principales candidatas que pasó inadvertido… La campaña de las elecciones europeas, que, según veredicto de los analistas, pueden cambiar el rumbo del continente, cumple en España su primera mitad flotando sobre una apariencia de desinterés general. Pero todos los movimientos políticos de los últimos días, del reconocimiento del Estado palestino a la escandalera contra la esposa del presidente del Gobierno, no se entienden sin la cita del próximo domingo. En la semana por delante los contendientes van a pisar el acelerador, más pensando en cuestiones internas que en el futuro del continente. Europa se debate en una encrucijada, en medio de una guerra y del empuje de fuerzas que históricamente han cuestionado la UE. En España, mientras, la política sigue atrapada en un tiovivo con una sola melodía: Sánchez sí o Sánchez no.
El PP vive en la prisa permanente. La mayoría que sostiene a Pedro Sánchez se ha revelado tan inestable que los populares nunca han dejado de soñar con una precipitada caída del Gobierno. Casi desde el primer día, Alberto Núñez Feijóo ha reclamado la vuelta a las urnas. Lo ha reiterado esta semana -en la calle, en el Congreso, en los mítines...- cuando apenas se han cumplido poco más de nueve meses desde las anteriores elecciones y los españoles están llamados a votar de nuevo en unos días.
Las elecciones europeas siempre se han visto como una buena oportunidad para castigar al Gobierno. El votante ha concedido a estos comicios una trascendencia menor -así lo vuelven a ratificar las encuestas de estos días-, la participación no supera el 50% -a no ser que coincidan con autonómicas y municipales, como en 2019- y han sido campo abonado para desahogos ciudadanos. En 1994, solo un año después de que el PSOE de Felipe González lograse un inesperado triunfo sobre el PP de José María Aznar, los populares barrieron en las europeas con casi diez puntos de ventaja. Entonces la derecha se afanaba por derribar a un Gobierno débil, sin mayoría y asediado por los casos de corrupción. Y aun así tuvo que esperar casi dos años para que los socialistas entregasen el poder.
Dos de cada tres ciudadanos, según la última encuesta del CIS, dicen que votarán el próximo domingo pensando únicamente en la política nacional. Con esos datos, el PP no se plantea otra cosa el 9-J que el enésimo intento de propinar un golpe de gracia a Sánchez. Feijóo tampoco lo oculta en los mítines, en los que pide el voto para acabar con este Gobierno, el propósito que persigue febrilmente tras su infructuoso triunfo el 23-J.
Semanas atrás, las perspectivas para el PSOE se vislumbraban ominosas. Las elecciones gallegas les supusieron un desastre y un monumental triunfo para el PP, mientras la derecha prodigaba las demostraciones de fuerza en las protestas contra la ley de amnistía. El amago de dimisión de Sánchez y la victoria socialista en Cataluña han cambiado el humor. La demoscopia apunta a una diferencia entre los dos grandes partidos más ajustada de lo que se pensaba. Los populares se curan en salud y pregonan que les basta la victoria, sin necesidad de que sea rotunda. “Ellos se conforman con el empate”, comenta Feijóo. Y con menos incluso: una derrota por una diferencia no muy llamativa daría pie a los socialistas para desmentir que exista un clamor popular contra el Gobierno, como sostiene la derecha.
“La conversación política española es un drama”, lamentó el líder del PP en un acto el viernes en Vitoria. “No se habla de gestión”, prosiguió, “solo de amnistía y de corruptelas”. Tras culpar a Sánchez por ello, Feijóo cerró el día en Gijón, donde habló algo de gestión y mucho de amnistía y de la “corrupción de La Moncloa”. Llegó a decir que España ya no puede considerarse un “régimen democrático”. Este sábado en O Pino (A Coruña) se extendió más sobre Europa en presencia de la presidenta de la Comisión y candidata del PP continental, Ursula von der Leyen. Pero fracasó en su propósito de arrancar a la política alemana alguna palabra contra la amnistía.
Quienes prácticamente no hablan de la amnistía son los socialistas. Su discurso suena más adaptado al ámbito de estas elecciones, porque una de las grandes cuestiones en juego en todo el continente coincide con su gran reclamo electoral desde hace un año: el avance de la ultraderecha y la disposición de una parte de la derecha tradicional a pactar con ella. En cada mitin socialista, martillea sin descanso el estribillo “la derecha y la ultraderecha”. Frente a los logros del Gobierno -Sánchez define a España como la “Taylor Swift de la economía europea”- se alerta de los peligros de un giro reaccionario en Europa. “Quieren a las mujeres atadas a la pata de la cama”, señaló la candidata socialista, Teresa Ribera, este sábado en Valladolid. La bronca con el presidente argentino, Javier Milei, también ha servido en bandeja elementos para el argumentario socialista. “¿Os imagináis que venga el de la motosierra con los recortes?”, manifestó Sánchez en Valladolid, donde se apropió de la etiqueta de “zurdo” que Milei emplea despectivamente contra la izquierda.
Las otras batallas
Otra de las grandes cuitas españolas mezcladas en esta batalla europea es la que aqueja a la izquierda de la izquierda. Sumar pasa otro examen sobre la viabilidad de su proyecto mientras Podemos se juega su supervivencia tras quedar fuera de los parlamentos de Galicia y Euskadi y no concurrir en Cataluña. Ambos evitan los ataques, aunque la disputa transcurre soterrada, sobre todo por parte de Podemos. Sumar destaca su papel en el Gobierno, y Podemos dice que sin ellos ha perdido pulso izquierdista. Yolanda Díaz pregona su batalla para reducir la jornada laboral y sus antiguos compañeros proponen reducirla hasta las 30 horas semanales. Con esa treta de intentar darle la vuelta a supuestos deslices, Díaz reivindicó este sábado el “a la mierda” que le pillaron las cámaras en el Congreso: “¿Sabéis que os digo? Que ya está bien, que a la mierda, que vamos a gobernar mejor”.
Mucho más inesperada es la contienda surgida en el otro extremo del espectro político. A Vox le ha salido un competidor en un personaje de los bajos fondos de las redes sociales, Alvise Pérez, condenado judicialmente por propagar bulos y una de cuyas últimas hazañas ha sido publicar una foto de una de las hijas adolescentes de Sánchez. Las encuestas predicen que logrará escaño. Vox se ha lanzado a explotar el ataque con un cuchillo contra un activista islamófobo en Alemania. Santiago Abascal calificó al agresor de “aliado de Sánchez”. Su diputada Rocío de Meer publicó un tuit, difundido también por la cuenta oficial del partido, con el texto “mientras en Alemania sacan el machete, en Almería ponen la babucha” que ilustra un vídeo con la llegada de una patera con inmigrantes a una playa de esa provincia. Una voz de mujer tras la cámara exclama: “Más moros… ¡qué asco!”.
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.