Los astrónomos de Ucrania siguen observando las estrellas en medio de la guerra
La invasión rusa apaga uno de los mayores radiotelescopios del mundo, un proyecto de la Unión Soviética que ha sido dañado durante los combates
A 40 kilómetros del frente de guerra en Ucrania se sitúa el mayor radiotelescopio de baja frecuencia del mundo. Su nombre técnico es UTR-2 y, para el no versado en astronomía, sus más de 2.000 antenas y su forma de diamante podrían parecer una instalación artística gigantesca en la Bienal de Venecia. Pero el UTR-2 fue un proyecto de la Unión Soviética para descifrar la formación de las galaxias. Medio siglo...
A 40 kilómetros del frente de guerra en Ucrania se sitúa el mayor radiotelescopio de baja frecuencia del mundo. Su nombre técnico es UTR-2 y, para el no versado en astronomía, sus más de 2.000 antenas y su forma de diamante podrían parecer una instalación artística gigantesca en la Bienal de Venecia. Pero el UTR-2 fue un proyecto de la Unión Soviética para descifrar la formación de las galaxias. Medio siglo después de su apertura, la invasión rusa lo ha dejado desconectado de las estrellas.
Ígor Bubnov era uno de los astrónomos del UTR-2 hasta que las tropas rusas lo ocuparon en el invierno de 2022. En su contraofensiva del verano siguiente en la provincia de Járkov, el ejército ucranio liberó el radiotelescopio. Sin embargo, los combates habían dañado su infraestructura. Sus instalaciones se encuentran en pleno escenario bélico y están demasiado cerca del enemigo, dice Bubnov, por lo que ponerlo de nuevo en marcha sería una insensatez.
Bubnov no pudo volver al UTR-2 y trasladó su puesto de trabajo al URAN-2, otro radiotelescopio de baja frecuencia levantado por la URSS en la década de los setenta, este en la provincia de Poltava, a 100 kilómetros de la frontera rusa. Bubnov y sus compañeros del Instituto Nacional de Radioastronomía de Ucrania siguen operando desde el URAN-2 y desde otros dos en las provincias de Volinia (en el oeste, cerca de Polonia) y de Odesa, recopilando datos (detecta ondas de radio emitidas por cuerpos celestes) que sirven para descifrar los misterios de las galaxias y del sistema solar. El 24 de febrero de 2022, cuando Vladímir Putin, ordenó la invasión de Ucrania, el UTR-2 estaba apuntando a Júpiter.
URAN-2 se localiza en los límites de una aldea compuesta por unas pocas antiguas granjas de estilo tradicional ucranio. Sus 512 antenas captan la radiación electromagnética de los cuerpos celestes, y también el concierto que dedica un grupo de ocas a los visitantes. En el edificio de administración del radiotelescopio, en camastros plegables, duermen los astrónomos. En uno de los parterres de acceso tienen colmenas para elaborar su propia miel y al otro lado del campo de antenas, un bosque en el que recogen setas.
La tranquilidad del lugar es ideal para el funcionamiento de una tecnología tan sensible, aunque la guerra hace el trabajo de la ciencia mucho más difícil. Para empezar, explica Rostislav Vaschishin, astrónomo compañero de Bubnov, está el problema de que el sistema de geolocalización se desactiva varias veces cada día. Esto sucede en el conjunto de Ucrania: cuando se anuncia la alarma antiaérea por la llegada de drones de largo alcance rusos, el GPS deja de funcionar para dificultar que el vehículo no tripulado pueda proseguir el rumbo hacia su objetivo.
Esto supone, por ejemplo, que miles de conductores en las ciudades de Ucrania pierdan de repente la señal que les localiza en los mapas de tráfico, o que los radiotelescopios ucranios no puedan sincronizarse. Radiotelescopios de toda Europa cooperan enfocando las antenas hacia determinado punto del universo. Sin la señal de GPS, el URAN-2 no puede operar sincronizado.
Otros inconvenientes de la guerra para los astrónomos son los periódicos cortes de luz y que el espectro radioeléctrico está saturado de señales, sean de drones o de las armas radioelectrónicas que buscan interrumpir la conexión de los vehículos no tripulados.
“Pese a todo, por lo menos no deberíamos ser un objetivo directo de los rusos, nuestras antenas no tienen ningún posible uso militar”, añade Bubsov, “aunque quizá algún piloto de los drones de observación cree que son una nueva arma antiaérea y lo atacan”.
Fuga de jóvenes
Lo peor, dicen, es la fuga masiva de jóvenes durante la guerra. Millones de menores de edad y decenas de miles de ucranios en edad de estudiar una carrera y de dedicarse tal vez a la ciencia han salido del país. El presidente, Volodímir Zelenski, autorizó el pasado agosto que los varones ucranios de entre 18 y 22 años cruzasen la frontera para formarse en el exterior. El resultado ha sido un éxodo de personas de esta edad, sobre todo para evitar el servicio militar.
“Cada vez es más difícil que de nuestras universidades salgan científicos”, dice Bubsov. Este investigador revela que el sueldo mensual medio del personal del Instituto Nacional de Ucrania de Radioastronomía alcanza a duras penas los 150 euros: “El salario mínimo en nuestro país es de 8.000 grivnas [165 euros] al mes, pero la Administración te obliga a tomarte temporadas sabáticas para pagar menos”. Bubsov, de 48 años y con un cargo de responsabilidad, gana al mes poco más de 300 euros. “¿Cómo va a haber gente que quiera ser astrónomo en Ucrania?”, se lamenta Vaschishin.
El sueño de Vaschishin es centrarse en todo lo posible para estudiar la línea de hidrógeno de 21 centímetros que marcó tras el Big Bang el nacimiento de las primeras estrellas. “Como no podré vivir de la pensión si me jubilo”, dice irónico este científico de 58 años, “continuaré trabajando el resto de mis años”.
Vaschishin opina que las personas “miran muy poco hacia el cielo”. Admite que es una sensación extraña estudiar las galaxias y ser consciente de lo diminuto que es el ser humano mientras a tu alrededor estos se matan. “Al fin y al cabo, todos somos átomos, cada individuo es un universo en sí mismo”, apunta su compañero Bubsov. “No somos diferentes del resto del universo, todo es un proceso infinito de creación y de destrucción”, secunda Vaschishin, “la sociedad humana se está matando de la misma forma que un día el sol destruirá nuestro planeta”.
Estudiar las estrellas en medio de una guerra invita a reflexionar sobre la existencia. Pero el asunto se ve de otra forma si uno es militar en la provincia de Járkov, como un soldado que vigilaba el pasado 7 de noviembre el perímetro del UTR-2: “El Big Bang no es ahora mismo el tipo de explosión que me interese”.