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Albert Ramdin, secretario general de la OEA: “América Latina nunca había estado tan polarizada en los últimos 30 años”

El diplomático surinamés pide “un nuevo marco legislativo” que aporte “más libertad” para combatir contra los carteles del narcotráfico

Detrás de su mesa del despacho, el secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Albert Ramdin (distrito de Surinam, Surinam, 67 años) tiene colgados, a modo de guardianes, tres retratos de sus héroes: el mahatma Gandhi, adalid de la no violencia; Martin Luther King, luchador por los derechos civiles, y Nelson Mandela, defensor del diálogo con los enemigos. Su ejemplo sirve de inspiración a este exministro de Exteriores socialdemócrata, que ha desarrollado la mayor parte de su carrera en esta organización multilateral y que en mayo pasado relevó al uruguayo Luis Almagro. Se ha hecho cargo de la institución panamericana en un momento especialmente complicado en el mundo, en América y en la propia OEA.

Estados Unidos despliega su mayor concentración de buques de guerra en el Caribe y ataca supuestas narcolanchas entre conjeturas de que pueda golpear objetivos dentro de Venezuela. la OEA trata de sacar adelante una hoja de ruta para Haití. Acaba de enviar una misión especial a Guatemala ante el proceso electoral para el Tribunal Supremo de ese país. Se aproximan elecciones en varios países que pueden resultar vitales para su democracia. Pero las divisiones entre los gobiernos americanos son tales que han forzado a la República Dominicana a anunciar el aplazamiento al año próximo de la Cumbre de las Américas trianual que debía haberse celebrado en diciembre, ante la imposibilidad de un “diálogo productivo”.

“América está más polarizada que nunca en los últimos 30 años”, reconoce este veterano diplomático, que al hablar sopesa cada palabra como si fuera una joya. Pero también se declara optimista: “Todos estamos en el mismo barco. La única manera de salir adelante es trabajando juntos, llegando a acuerdos y, si no, por lo menos teniendo la cortesía de escuchar al otro”.

Pregunta. Hablemos de uno de los grandes temas candentes en el hemisferio: el despliegue de buques de guerra estadounidenses en el Caribe. Esas fuerzas han lanzado al menos 16 ataques contra supuestas narcolanchas, han matado a casi 70 personas y muchos expertos consideran esa campaña de disparos de misiles ilegal.

Respuesta. Los activos navales de Estados Unidos siguen en aguas internacionales, por lo que nadie puede tener un problema con ello. No es el territorio de ningún país. Y no creo que ningún país se pueda oponer a la razón formal que Estados Unidos ha alegado, y que es con la que tenemos que trabajar: que lucha contra el crimen internacional organizado. No he oído a ningún país decir que eso no sea algo positivo, porque el narcotráfico es una de las grandes lacras que padecemos en este hemisferio.

P. Pero aun en el caso de aceptar esa narrativa, y estar de acuerdo con que es necesario combatir el narcotráfico, el fin no justifica los medios, ¿no?

R. No. Y esta situación es algo que vamos a tener que debatir en algún momento. Para ser completamente honesto: ¿Cómo combatimos a las organizaciones delictivas internacionales? Ellas hacen lo que quieren, no obedecen la ley ni se rigen por ningún tipo de convención social. Pueden matar sin escrúpulos. Al mismo tiempo, esperamos de nuestros gobiernos que combatan ese tipo de crimen —que es inhumano y contra los derechos humanos y contra el proceso debido—, y que lo hagan respetando la ley al pie de la letra. Por supuesto, defiendo los derechos humanos y el proceso debido, pero estamos luchando en una lucha desigual si lo hacemos así. Y ese es un debate que acabamos de empezar con algunos Estados miembros: necesitamos un marco legislativo que dé a los gobiernos la oportunidad de combatir a esas organizaciones de manera efectiva.

P. ¿Cómo debería ser ese marco?

R. No lo sé exactamente. Debe incluir más libertad para combatir, pero al mismo tiempo debe defender los derechos humanos. Aunque, en mi opinión, seríamos ingenuos si pensáramos que podemos luchar contra esas organizaciones delictivas, que no tienen absolutamente ningún escrúpulo, del mismo modo que nos enfrentamos a la delincuencia habitual en nuestras calles. Es imposible.

P. En cualquier caso, el Gobierno de Venezuela, y muchos otros grupos y personas, piensan que el objetivo real de Estados Unidos no es la lucha contra el narcotráfico, sino conseguir un cambio de régimen.

R. Sí. Por eso digo que tengo que basarme en las declaraciones oficiales. Sé que hay sentimientos muy intensos respecto a que se trate de un objetivo diferente. Se lo dejo a los analistas, que tienen libertad de decir lo que piensan. Yo no. Tengo que tener en cuenta que represento a los Estados miembros de la OEA.

P. ¿Y entonces?

R. Digámoslo así: Venezuela tiene un problema aparte del crimen organizado. El clima político de Venezuela es uno en el que hay asuntos que necesitan clarificarse. Uno de ellos es el resultado de las elecciones de julio de 2023. Varios gobiernos regionales han pedido a Caracas pruebas de lo que alega, que ganó. No las ha dado. En cambio, la oposición sí presenta documentación de que ganaron ellos. Y eso presenta un problema: ¿es este Gobierno legítimo o no? No soy yo quien debe juzgarlo. Pero si hay un problema, es mi deber asegurarme de que encontramos modos de resolverlo y que lo hacemos de manera pacífica. De manera diplomática y negociada. Hay un problema en Venezuela en lo que respecta a gobernanza y legitimidad. Nadie puede dudarlo. Así que hablemos sobre ello. Tratemos de encontrar una solución. Eso no está sucediendo completamente aún. Hay diferentes maneras de aplicar la diplomacia. Y de algunas de ellas solo nos enteramos más tarde, por los registros históricos.

P. Las diferencias sobre Venezuela, y sobre otras cosas, han aplazado la Cumbre de las Américas. El presidente de República Dominicana, Luis Abinader, ha dicho que sería difícil lograr un diálogo productivo, dado el nivel de desacuerdo. ¿Es lo mismo que usted percibe en el seno de la OEA?

R. Creo que es prudente por parte de la República Dominicana decir que quizá ahora no sea el momento para celebrar esa cumbre. Tenemos un entorno muy complejo. Tenemos líderes que no comparten la misma visión. Agendas que no coinciden del todo. Las posturas de los países han cambiado. Observamos una transformación del panorama político. La cumbre de las Américas debería ser un momento histórico para los países y el hemisferio, un momento en el que, sobre una base de unidad, se acuerden nuevas direcciones. Si el resultado iba a ser inexistente o malo, hubiera sido imprudente celebrarla. Si ni siquiera podemos estar de acuerdo en discrepar, saldríamos con más polarización de la que conviene al hemisferio. Además, va a haber elecciones en varios países: Honduras, Perú, Costa Rica. Quizá sea conveniente esperar a nuevos líderes que vayan a gobernar durante cuatro o cinco años y puedan poner en marcha las medidas aprobadas. No tiene sentido reunirse con líderes que solo continuarán en el cargo un par de meses más.

P. Usted ha ocupado diversos cargos en la OEA durante muchos años. ¿Había vivido antes tanta polarización?

R. En casi treinta años de experiencia diplomática, este es el entorno más polarizado que he encontrado. Y el menos deseoso de colaborar. Las cosas se encrespan muy rápido. Se vuelven muy personales, si observamos los intercambios entre algunos presidentes. Antes solíamos tener un cierto grado de diplomacia, de acordar estar en desacuerdo. Esa narrativa ya no existe. Creo que los líderes deben replantearse cómo se presentan en el ámbito político, pero también cómo se comportan en él. No pretendo decir qué deban hacer o no los líderes, pero sí que espero que intentemos hacer de este hemisferio un lugar mejor.

P. ¿Cómo se consigue eso, si los propios líderes no están dispuestos a dialogar?

R. Falta una agenda, un ambiente propicio, una agenda unificadora y con visión de futuro. Falta eso, y podría deberse a que no hemos trabajado en ello en el sistema multilateral, no hemos demostrado nuestro valor. Y la OEA es una organización valiosa que apoya los intereses estratégicos de los países, ya sea en materia de migración, seguridad, democracia o derechos humanos. Es un papel valioso, y rentable. Tenemos que poner en práctica esa nueva dirección, que se basa en tres cosas: la primera, la unidad, aceptando nuestras diferencias. Debemos ser un poco más tolerantes. Y también paz: fortalecimiento de la democracia, sistemas electorales, gobernando y todo lo demás. Y prosperidad: creación de empleo, riqueza económica, valor social.

Los recelos de Estados Unidos al multilateralismo

P. Suena muy bien pero, como usted mismo reconoce, hay Estados miembros escépticos sobre la propia misión de la OEA. Empezando por el mayor, Estados Unidos, que aporta casi la mitad del presupuesto y cuya Administración recela del multilateralismo.

R. Todos tenemos que acostumbrarnos a diferentes tipos de política. Y el presidente [de Estados Unidos Donald] Trump es muy franco y directo. Algunos le consideran impredecible. Pero incluso antes de ser elegido secretario general yo ya había forjado buenas relaciones con esta Administración, y creo que hemos logrado avances significativos. Hemos sido muy francos y honestos con ellos, diciéndoles que su escepticismo sobre el multilateralismo es infundado. Les pedí un tiempo, un par de meses, para demostrarles que sus intereses estratégicos se ven favorecidos con nuestro hacer. Nosotros gestionamos asuntos como la migración, la seguridad, los derechos humanos, los procesos electorales y el fortalecimiento de la democracia. Todos estos temas son de interés estratégico para Estados Unidos, y estamos trabajando mucho en ellos. Si no estuviéramos, habría un gran caos en el hemisferio occidental. Pero hay algunos aspectos que debemos reconsiderar.

P. ¿Por ejemplo?

R. Queremos abordar la migración y la seguridad. Reconozco y respeto la legislación nacional en materia de deportación de migrantes indocumentados o en situación irregular, y su deseo de ser repatriados. Es una decisión que debemos respetar. Si la legislación nacional lo permite, cualquier país puede deportar. Siempre y cuando, claro está, que se consulte con el país de acogida y se respeten los derechos humanos de las personas. Más allá de eso, no me corresponde juzgar.

P. ¿Usted cree que Estados Unidos respeta los derechos humanos en sus procesos de deportación?

R. Ha habido algunas quejas, pero creo que el mensaje es claro. Creo que lo están intentando. No es fácil para un país lidiar con eso. Gobernar no es fácil, eso es algo que he aprendido. Pero el problema de la migración y el crimen organizado transnacional no se puede resolver simplemente deportando personas. Solo se puede resolver si abordamos las causas profundas de la migración.

P. Sobre el papel es una excelente idea. Pero, de nuevo, ¿cómo se hace cuando su principal contribuyente es escéptico sobre ello, y sobre la propia OEA?

R. Poco a poco la situación está cambiando. Estados Unidos ya ha comenzado a desembolsar sus cuotas a la OEA, que tuvo retenidas durante un proceso de revisión. Así que el dinero está llegando, y ya se han hecho promesas para que el resto llegue pronto. Están financiando proyectos y han nombrado un representante permanente, algo que demuestra un compromiso. Estamos abordando con ellos asuntos críticos, el tema de Venezuela… Estados Unidos tiene una opinión crítica, y yo doy la bienvenida a esas opiniones si son constructivas. No me hacen falta halagos, solo que las críticas sean justas y honestas.

P. ¿Ha recibido algún tipo de presión desde la Administración en Washington para reenfocar las prioridades de la OEA?

R. El Gobierno de Trump espera que la OEA sea mucho más eficiente, transparente y responsable, y que demuestre su utilidad. No puedo estar más de acuerdo: es algo que íbamos a hacer de todos modos. Así que me alegra que tengamos un contribuyente dentro de la OEA que opine así. Pero el resto de los Estados miembros debe entender que la organización necesita las aportaciones de todos. No es bueno depender de un solo contribuyente para todo lo importante. Por eso, me gustaría que la contribución de Estados Unidos se redujera del 48% actual a quizás un 30% para el final de mi mandato. Pero para eso necesitamos el compromiso de todos los Estados miembros. En algún momento durante mi mandato tendremos que tratar seriamente un sistema de nuevas cuotas. No el año que viene, quizá no el siguiente, pero pronto. No es justo depender de un solo Estado miembro y esperar que ese Estado no vaya a decir: “las cosas tienen que hacerse a mi manera”.

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