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Los colonos israelíes siembran de violencia la recogida de la aceituna en Cisjordania

La connivencia del Gobierno de Netanyahu envalentona a los más radicales, que incrementan sus agresiones, incendios y robos de olivos a agricultores palestinos

Apenas 20 metros separan a los soldados israelíes de los agricultores palestinos en Abu Falah, un poblado cisjordano cerca de Ramala. Los primeros llevan desde primera hora apostados en la carretera que lleva a un asentamiento judío cercano. Los segundos varean o recogen a mano aceitunas, al inicio de una temporada de recolecta de la que dependen hasta 100.000 familias de Cisjordania, según la ONU. Para los palestinos, que ven el apego a la tierra como parte de su identidad, son días de celebración, pero también uno de los momentos más peligrosos del año. Empoderados por el clima de impunidad ...

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Apenas 20 metros separan a los soldados israelíes de los agricultores palestinos en Abu Falah, un poblado cisjordano cerca de Ramala. Los primeros llevan desde primera hora apostados en la carretera que lleva a un asentamiento judío cercano. Los segundos varean o recogen a mano aceitunas, al inicio de una temporada de recolecta de la que dependen hasta 100.000 familias de Cisjordania, según la ONU. Para los palestinos, que ven el apego a la tierra como parte de su identidad, son días de celebración, pero también uno de los momentos más peligrosos del año. Empoderados por el clima de impunidad política y por la pasividad (en el mejor de los casos) o connivencia de ejército y policía, los colonos israelíes más radicales marcan terreno a diario, bajando por sorpresa desde los asentamientos a agredirlos, acosarlos, incendiar sus cosechas y vehículos, robarles sacos de aceitunas o dañar los olivos. No es una novedad, pero ―como casi todo en Cisjordania en los dos últimos años― la violencia ha alcanzado cuotas inéditas esta temporada de recogida de la aceituna que comenzó el pasado día 9.

Mohamed Al Suweiki tiene 64 años y lleva uno entero sin intentar poner el pie en su olivar de 3,5 hectáreas, por miedo a los colonos que atisban esa misma carretera desde lo alto. La última vez, explica, fue con sus jornaleros y los “rodearon durante tres horas”, rompieron los coches y le confiscaron uno.

Hoy ha decidido probar suerte. Quiere aprovechar la presencia de los soldados en la carretera para acceder a sus tierras, cuenta entre naif e inquieto. Llega en coche, acompañado de su mujer, y frena ante las piedras que han colocado los lugareños palestinos para dificultar las llegadas relámpago de los colonos, últimamente con vehículos que les han proporcionado las autoridades israelíes. Desciende del coche y se acerca lentamente a los soldados, que lo miran con desconfianza y fastidio. Uno se lleva la mano al gatillo. Lo escuchan argumentar en un hebreo esforzado, pero la respuesta es clara: “Este terreno está cerrado, nadie puede cruzar”. Intenta insistir y crece la tensión: “No te acerques, basta”.

Se da la vuelta, resignado. Tendrá que seguir mirando su terreno, “con una especia de pena y tristeza”, desde el alto de una montaña, rememorando los momentos vividos en la casa de 200 metros cuadrados en la que levantó, con los beneficios agrícolas, un patio infantil para que jugasen sus nietos. “Era mi orgullo”, dice. Cuenta que el 6 de julio de 2024, un grupo de colonos entró en la vivienda y robó todos los muebles antes de quemarla. Dos días más tarde, añade, le cortaron unos 400 olivos y 100 almendros y manzanos.

Samir Ali Shoman poda mientras los olivos que, cuenta, los colonos bajaron de madrugada a dañar a escondidas 20 días antes. “Eran las tres o cuatro de la madrugada, mientras la gente dormía, e hicieron lo que quisieron. Mira, solo dejaron uno intacto”, protesta. Decenas de troncos lucen desnudos o con ramas tronchadas. Heredó el terreno de su padre, que lo adquirió en 1957. No funciona el generador que alimenta la sierra eléctrica, así que le toca podarlos a mano, pensando ya en la próxima temporada. “Ellos arrancan los olivos, y nosotros plantamos. Es nuestra tierra y la de nuestros ancestros. Si los abandonásemos, se secarían y morirían. No podemos ceder”, añade.

Ali Shoman asegura que los colonos vienen también a plena luz del día en grupos grandes. “Son 30, 20, 50, incluso 100. Y van armados, y con la protección del ejército. No todos muestran sus rostros y no vienen solo en coches o jeeps, también a pie desde todas las direcciones”.

Son fenómenos que ya existían. Y 2022 ―el año previo al ataque de Hamás en Israel que desencadenó la invasión de Gaza e incendió todo Oriente Próximo― fue particularmente violento en Cisjordania. Pero la envergadura y frecuencia se han disparado desde entonces, con los colonos imponiendo la ley del más fuerte, en muchos casos con apoyo del ejército, según ha dado cuenta la oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA, en sus siglas en inglés).

Tampoco la impunidad con la que operan es inédita. Entre 2005 y 2024, el 93,8% de las investigaciones de este tipo de delitos se cerraron sin imputaciones, según Yesh Din (Hay justicia, en hebreo), una organización israelí de derechos humanos que sigue el tema. Es solo la punta del iceberg: el 66% de las víctimas que acudieron a la ONG en 2024 renunciaron a presentar una denuncia, conscientes de las escasísimas probabilidades de que llegue a buen puerto. La OCHA cifra en más de 3.200 palestinos heridos en ataques de colonos en Cisjordania en lo que va de año. Ahora, la mitad están relacionados con la temporada de aceituna.

Lo que sí es novedoso son las, cada vez más frecuentes, reivindicaciones abiertas de los colonos de sus actos violentos. En dos de los últimos incendios de coches de palestinos, los autores escribieron “Venganza” y “Recuerdos de Anash”, que es tanto el nombre de un grupo que difunde con orgullo los ataques como una abreviatura en hebreo referida a los integrantes de un círculo social estrecho. A la entrada de Turmus Aya, puede verse un grafiti con la estrella de David y la palabra cerdos, en inglés.

En uno de sus grupos de WhatsApp, compartieron un listado de sus acciones en el marco de “la batalla contra el enemigo árabe en la tierra sagrada” durante Tishrei, el mes hebreo que englobó este año del 23 de septiembre al 22 de octubre: 33 coches y 12 casas incendiadas, 25 palestinos heridos…, además de “miles de olivos” arrancados y el pinchado de neumáticos de decenas de vehículos.

En Abu Falah, la situación es extraña, por la cercanía entre soldados y campesinos. Muhammad Nasser Hamayel utiliza un vareador eléctrico. “Hemos venido a recolectar las aceitunas, para que [los colonos] no destruyan nada”, afirma. Hace girar unas varillas, tirándolas al suelo a mucho más ritmo que la recogida manual (o con un rastrillo de plástico) que emplean otros lugareños y los activistas, tanto israelíes como de otros países, que los ayudan y que ―cuando se acercan los soldados― sacan los móviles para grabar.

Mientras, un hombre con el atuendo típico de los nacionalistas religiosos judíos, punta de lanza del movimiento colono, se acerca a los soldados. Los locales lo señalan como el responsable del asentamiento en la loma. Charla distendidamente unos minutos con los militares, antes de regresar.

La jornada transcurre sin incidentes, pero los soldados israelíes quieren ponerle fin. Se acercan al dueño de uno de los terrenos y le comunican que solo les permitirán recoger aceitunas dos horas más. Responde que es muy poco tiempo y comienza una negociación, por medio de una de las activistas, sobre la hora. Esa misma noche ―cuando no había activistas, ni periodistas― un grupo de colonos bajó a la zona y quemó vehículos, según difundieron los habitantes, acompañado de vídeos en los que se puede ver un coche en llamas.

El pasado día 16, el ministro israelí de Exteriores, Gideon Saar, definió a los colonos judíos en Cisjordania como, “en un 99 y pico por ciento, la población de la Tierra que más cumple la ley”. El Gobierno liderado por Benjamín Netanyahu que integra es el más derechista en las siete décadas de historia del país y subraya en su acuerdo de coalición que “promoverá y desarrollará asentarse en todas sus partes” al pueblo judío porque “tiene el derecho exclusivo e indiscutible a todas las partes de la Tierra de Israel”, el concepto bíblico que incluye al menos las actuales Israel y Palestina.

Arrestos

La policía sería la principal encargada de arrestar a los atacantes, porque son ciudadanos israelíes y están, por tanto, bajo legislación civil, a diferencia de los palestinos de Cisjordania, a los que aplican las más duras leyes militares, por tratarse de territorio ocupado. Depende de la cartera de Seguridad Nacional, que en este Ejecutivo ostenta uno de sus ultras más fundamentalistas, Itamar Ben Gvir.

Muchos ataques son de madrugada. En otros, no hay testigos, en parte porque los colonos los comienzan quitando los teléfonos móviles. En su mayoría captan el después: el coche o la casa incendiados, la sangre o las heridas de la agresión… Al haberse multiplicado los incidentes, dos vídeos recientes han llamado particularmente la atención, al captar el momento.

En uno se ve cómo un colono comienza un forcejeo con un palestino y, entonces, el soldado que está detrás (y cuya misión es, en teoría, separarlos) empuja al palestino contra el colono. El segundo es más brutal: en medio de un ataque de decenas de radicales israelíes en Turmus Ayya, uno de los pueblos de Cisjordania que más sufre desde hace años la violencia de los colonos, un joven enmascarado golpea en la cabeza con un palo a una señora indefensa.

La señora es Afaf Abu Alia, aunque ―como es habitual― todos la llaman por su matronímico, Um Saleh. Tiene 53 años, cinco hijos y muestra con timidez (no parece acostumbrada a tanta atención) los moratones en el ojo y los puntos entre los dedos, al tratar instintivamente de protegerse con la mano de la paliza. Fue ingresada grave en el hospital, pero su pronóstico ha ido mejorando y se recupera ya en la casa familiar en un pueblo cercano, Al Mugayer, donde recuerda el momento.

Le pilló, cuenta, mareada porque el ejército había lanzado gases lacrimógenos y se sentó a descansar en el coche. “Entonces dijeron que venían los colonos y estaban tirando piedras. Mi dos hijos estaban en la parte de atrás, en el tráiler del coche, así que salí a ver cómo estaban. Todo el mundo corría, unas 50 personas, incluidos [activistas] extranjeros, gente de Turmus Ayya o de nuestro pueblo. Todos huían. Yo no veía nada, solo oía gritos […] Me sorprendió verlos detrás, no sabía dónde ir y estaba mareada por los gases lacrimógenos. De repente me encontré en medio de los colonos y empezaron a pegarme con palos”.

Abu Aliah explica que otros colonos la atacaron antes y que la grabación viral capta solo el golpe final en la cabeza que la tira el suelo, donde tiene 20 puntos (10 a cada lado, precisa) ocultos bajo su vestimenta, típica de algunas zonas rurales de Palestina.

No estaba trabajando su tierra, sino un olivar en el que desde hace 15 años su familia recolecta aceitunas, cuando llega la temporada. Ellos se llevan una mitad y el propietario, la otra. Ya había sufrido las intimidaciones de los colonos, pero nunca una agresión. “Solían venir a la llanura de Turmus Ayya y echarnos, pero no se habían atrevido a atacarnos”, lamenta. “Desde la guerra [octubre de 2023], se han vuelto más agresivos”.

Abu Aliah explica que un activista extranjero acudió a ayudarla. Él no quiere dar su nombre real, por miedo a represalias. Solo desvela que es sueco y cuenta a este periódico lo que vivió, aún con el brazo en cabestrillo: “Llegaron corriendo muchos palestinos, muy estresados. Me acerqué a intentar ayudarlos a huir y vi a la mujer en el suelo. El colono parecía joven, pero tenía el rostro cubierto. Le empecé a gritar para atraer su atención y vino a mí. Me empezó a pegar y conseguí escapar”.

Este periódico preguntó a la portavocía de la policía israelí si el atacante en el vídeo había sido identificado y arrestado. Respondió que no aportarán “detalles operacionales o investigativos” para “no entorpecer la investigación en curso” y subrayó que el incidente ocurrió en una zona bajo control militar. Es habitual que policía y ejército se lancen la pelota sobre la responsabilidad en los casos de violencia de colonos.

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