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El pulso de los jóvenes amenaza al poder en Perú

La generación Z, uno de cada cuatro electores, es la cabeza de las protestas contra un sistema podrido

El padre de Jean Villanueva es cobrador de una combi en Lima, una de esas camionetas que avanzan entre bocinazos y miedo. Es uno de los blancos de las mafias que extorsionan a cobradores y choferes, aquellos que, como tantos otros, salen de casa cada día sin saber si volverán. Cunde el pesimismo y el hartazgo en Perú, pero Villanueva, un contador de 29 años, prefiere no esperar a que el país cambie solo. Ahora él grita. Aprieta los puños. Siempre en primera línea. Está convencido de que los jóvenes peruanos son los únicos que pueden devolver la esperanza. Su generación, la que llena las calles de ciudades de todo el mundo, se ha cansado de esperar.

“Necesitamos nuevos liderazgos”, dice Villanueva en un Starbucks del centro de Lima. Hace poco más de un mes, la mesa donde se sienta quedó cubierta por una nube de gas lacrimógeno. A garrotazos, la policía persiguió a los manifestantes hasta este centro comercial al aire libre. Aún conserva las marcas de aquel día en las manos, las nalgas y la cabeza. “Yo iba con un megáfono, ejerciendo mi legítimo derecho a protestar, y los policías vinieron contra mí y me tiraron al piso”, recuerda. La violencia contra los manifestantes se ha convertido en una constante en los últimos años, con más de medio centenar de muertos desde 2022.

El poder, encastillado, mira de reojo a los jóvenes como Villanueva, la llamada Generación Z, los menores de 30 años. Son quienes están liderando protestas masivas en países dispares como Indonesia, Kenia, Nepal o Marruecos, contagiándose unos a otros, como ocurrió con la Primavera Árabe y hace años en Chile o, incluso, en el propio Perú. Sus causas son distintas, pero todos reclaman algún tipo de ruptura, mejores servicios públicos o el fin de la corrupción. Piden cambios. Ya. Se organizan en redes sociales y uno de sus símbolos es una bandera pirata con la calavera tocada con un sombrero de paja. Y, en Perú, hay un enorme motivo más para la inquietud. Los jóvenes entre 15 y 29 años son el mayor bloque de votantes del país: más del 25 % del electorado, por encima de cualquier otra franja etaria.

La caída de Dina Boluarte, el pasado viernes, sorprendió a casi todos. A la Fiscalía, que tuvo que apresurarse a dictar medidas cautelares para impedir que saliera del país. Y también a miles de jóvenes que llevaban semanas preparando una gran marcha con jóvenes de todo el país para exigir su cabeza. Con Boluarte escondida en su casa, han conseguido, sin quererlo, su primer objetivo. Pero aún quedan muchas cabezas por reclamar. Quieren que renuncie José Jerí, el nuevo presidente interino. Que se deroguen leyes. Que se conforme una mesa de diálogo para participar en el rumbo del país. Que se persiga a los responsables de las muertes de manifestantes. Que un congresista “independiente y limpio” asuma la presidencia hasta las elecciones de abril. Que los poderosos dejen de robar. Que los delincuentes dejen de matar. Este miércoles volverán a salir a las calles de Lima. Hasta conseguirlo.

“Hay quienes están dispuestos a llegar hasta Nepal. Que se prenda todo”, advierte en esa misma mesa Yackov Solano. El universitario, de 22 años —bandana negra en la frente y bomber verde militar—, es uno de los rostros más visibles de este movimiento juvenil integrado por decenas de colectivos capaces de movilizar a “hermanos” de todo el país. “Lamentablemente acá se ha normalizado la corrupción, pero ha llegado un punto en que los jóvenes decimos ‘no, basta”, defiende Solano.

Los adultos los acusan de vivir desconectados, pegados a las pantallas, atrapados en series maratonianas, juegos en línea y las redes sociales. Pero han sido ellos quienes llevaron el descontento virtual a las calles. Los que pusieron el cuerpo frente a unos policías dispuestos a callarlos. Una reforma que obligaba a los trabajadores independientes a aportar a las administradoras de fondos de pensiones, incapaces de garantizar una pensión digna, los levantó: se metieron con el futuro de una generación que apenas encuentra condiciones para vivir, mucho menos para soñar. Perú es, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el quinto país en el mundo con mayor proporción de jóvenes que ni estudian, ni trabajan. Los ‘ninis’ son alrededor de 1.5 millones.

La reforma se frustró, pero no se trataba solo de las pensiones. Muchos de estos chiquillos —sostiene el politólogo Omar Coronel— sobre todo aquellos que provienen de los sectores más populares, marchan por lo más elemental: una vida en paz. “No están seguros en ningún lado. No pueden ir a estudiar ni trabajar tranquilos. No son los jóvenes de siempre, son mucho más confrontacionales y resilientes”, dice. “Participamos en las protestas de 2020 en un escenario muy parecido al de ahora y cinco años después nos vemos haciendo lo mismo. Entonces éramos aprendices, pero eso ha cambiado. Ahora somos mucho más conscientes”, subraya Yackov Solano, hijo de una enfermera y un contador.

La Generación Z peruana tiene símbolos propios. Entre ratas gigantes y los típicos carteles con el rostro del mandatario de turno aparecieron nuevos emblemas de lucha: las calaveras con el sombrero de paja, las bandanas o las espadas samurái. “Si antes el ‘Che’ Guevara o Karl Marx fueron iconos de revolución en el siglo XX, hoy el anime [la popular animación japonesa] ocupa ese lugar simbólico”, dice el escritor J.J. Maldonado, autor de dos libros que explican el presente: Narrativa mesiánica: animes al rescate de la ficción y Una galaxia pop llamada One Piece.

En las protestas de estos jóvenes, One Piece se ha convertido en un emblema. El cómic, creado a finales del siglo pasado por Eiichiro Oda, un inconforme que renunció a sus estudios de arquitectura para escribir y dibujar mangas, es un fenómeno cultural con quince películas, cincuenta videojuegos y más de mil episodios. Es la historia de chicos aventureros que se enfrentan a piratas por tesoros ocultos, un relato cargado de temas como la libertad, la justicia, la rebelión contra el poder y la corrupción. “Hemos soportado más de una década de inestabilidad política. Ya no más. El momento es ahora”, dice la Generación Z en sus comunicados.

Kevin Puelles, el gestor de la plataforma Fotos de lucha, ha documentado las protestas en Perú desde el 2022. Este psicólogo que empuña su cámara para registrar los abusos de las fuerzas armadas señala que este miércoles 15 de octubre será una fecha para tomarle el pulso al país. “Fuera de Lima, el eco de las movilizaciones suena contenido, pero no apagado. Hay expectativa de que los universitarios se lancen a las calles”, explica. La memoria de los muertos mantiene viva las tensiones. El alcance dependerá de la movilización de otras regiones, más allá de la capital. Puelles duda. “Al menos en Trujillo, Cusco y Puno no existe”, asegura. Es un fenómeno en construcción. Por el momento, Carlos Castillo, arzobispo de Lima, ya les ha dado su bendición: “Aquí no hay terroristas, sino personas con derechos. Tienen mucho que decirle a la humanidad”.

Villanueva y Solano, con sus flequillos cubriéndoles la frente y sus mochilas a la espalda, se conocieron en una manifestación y se enamoraron. Desde entonces caminan juntos entre pancartas y militantes. Son el retrato de una generación que está rompiendo los moldes impuestos por sus mayores. “Conté que era bisexual en mi congregación y me sentí muy apoyado”, confiesa Villanueva. “Nuestra mente es mucho más abierta”, respalda su compañero. “Tal vez pienso como un soñador —subraya Solano—, pero nuestra generación puede ser el gran cambio que necesita el Perú”.

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